Mientras algunos pintan a los expresidentes de Estados Unidos y Brasil, Donald Trump y Jair Bolsonaro, como líderes de derecha, lo cierto es que la realidad es más complicada que eso. Ambos se enmarcan, más bien, dentro de la ola de liderazgo populista, en la que también entra el mandatario mexicano saliente, Andrés Manuel López Obrador.

Los tres parecen cortados con la misma tijera, independientemente de sus diferencias en temas, como el aborto, Israel o la comunidad LGTB.

Porque mucho más importante que sus políticas sobre temas polémicos, lo que los identifica es una idea de ellos mismos como líderes mesiánicos que llegaron a salvar al mundo del apocalipsis y que, en tanto tales, están por encima de cualquier ley, de cualquier límite, de cualquier prohibición.

Trump aseguró no sólo sin presentar pruebas, sino con la realidad mostrando lo contrario, que le hicieron fraude en 2020; ahora dice que las acusaciones en su contra son “injerencia electoral” y un intento por sacarlo de la carrera presidencial de 2024. No importan las grabaciones suyas arengando a la gente el 6 de enero de 2021, cuando ocurrió el asalto al Capitolio; tampoco sus declaraciones de que estaba “en su derecho” de llevarse documentos clasificados cuando la ley dice lo contrario, ni el audio que prueba que presionó al secretario de Estado de Georgia para intentar revertir el resultado electoral a su favor allí. Para el magnate, todo es un complot en su contra.

El mismo que alegó ver Bolsonaro cuando se le señaló de incitar a la intentona golpista del 8 de enero de 2023 en Brasil, a pesar de sus declaraciones insinuando que le ganaron a la mala —casualidad, sin pruebas.

Ahora, López Obrador alude a un presunto complot desde la DEA, usando a periodistas con trayectoria reconocida en The New York Times, en PBS News, por haber publicado reportajes que hablan de investigaciones sobre supuestos nexos de gente de su entorno con el narcotráfico. Independientemente de los tiempos políticos, que ahí están y no es casualidad que los reportajes hayan salido en el momento en que salieron, calificar al Times de “pasquín inmundo” no resuelve el problema. Menos, revelar el teléfono de una de dos periodistas autores del reportaje.

Pero a la hora de recibir críticas, afloran de nuevo las semejanzas de los personajes. Trump, Bolsonaro y López Obrador creen que las leyes aplican a todos, menos a ellos. Y cuando esas mismas leyes se aplican a sus rivales, entonces todo está perfecto.

Si se trata de las plataformas sociales, los tres han clamado “¡autoritarismo!”, cuando los han vetado o restringido por difundir fake news, o datos privados protegidos por la ley. Lo hizo Trump cuando lo vetaron de Twitter (hoy X) y Facebook; Bolsonaro cuando Facebook le eliminó videos por difundir fake news y López Obrador cuando calificó de “prepotente” y “autoritaria” a YouTube por bajarle el video donde revelaba el teléfono de la periodista.

Trump defendió a su hijo mayor, Donald Jr., cuando se reveló que se había reunido con una abogada rusa, con la esperanza de que le diera información que pudiera usar contra la entonces rival de su padre, Hillary Clinton, en la campaña de 2016.

López Obrador defiende su acción respecto de la reportera del Times, y alega que sólo tiene que “cambiar de número”, pero denuncia como “vergonzoso” que se haya filtrado el número de su propio hijo, como también el de la candidata del oficialismo, Claudia Sheinbaum. Nada dijo, en cambio, sobre la filtración del teléfono de la candidata opositora Xóchitl Gálvez.

El problema con estos tipos de populismo es que van en contra de las reglas de cualquier democracia y la ponen en riesgo. La evidencia más fehaciente ha sido el asalto al Capitolio en Estados Unidos, en 2021, y a las sedes de poder en Brasil, en enero de 2023. ¿Hasta dónde pueden llegar? En los próximos meses se verá.

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