Bruselas.— La participación en el gobierno austriaco de una extrema derecha racista y xenófoba en el año 2000 generó por parte de la Unión Europea (UE) una reacción sin precedentes.
La llegada al poder del Partido Liberal Austriaco (FPÖ), del que se decía eran neonazis y fascistas, sometió al país a una especie de cuarentena por parte de los 14 miembros restantes que integraban la Comunidad Europea.
Al mismo tiempo se planteó al interior del Partido Popular Europeo, hegemónico en Europa en aquellos tiempos, la posibilidad de expulsar a uno de sus socios fundadores, al Partido Popular Austriaco (ÖPV), por pactar con la extrema derecha para hacerse de las llaves del gobierno federal austriaco.
Han pasado 22 años desde el peligro que supuso encarnar Haider (quien fuera gobernador del Estado federado de Carintia y falleciera en 2008), y hoy la derecha radical hace gala de su mejor populismo, imponiéndose en las urnas y entrando y saliendo de gobiernos europeos.
La última campanada la dio Giorgia Meloni en las elecciones legislativas en Italia celebradas el 25 de septiembre, en donde obtuvo con su partido ultra Hermanos de Italia 26% de los votos.El meteórico ascenso político de Meloni fue coronado con su nombramiento como primera ministra y gracias al apoyo de sus socios de coalición, la Liga de Matteo Salvini y Fuerza Italia de Silvio Berlusconi, Roma por vez primera desde la Segunda Guerra Mundial es gobernada por dos partidos de derecha radical.
Jimmie Akesson, líder de los Demócratas de Suecia (SD), partido fundado en la década de 1980 por ideólogos de extrema derecha, ha obtenido influencia política “significativa” en el país nórdico luego de apoyar la candidatura del líder del Partido Moderado, Ulf Kristersson, como cabeza del nuevo gobierno.
La nueva administración sueca está formada por tres partidos, los Moderados, los Democristianos y los Liberales, pero pactó con el SD para contar con mayoría parlamentaria. El SD se convirtió en la segunda fuerza política de Suecia en los comicios de octubre, así como en pieza fundamental para definir cualquier gobierno.
Este año la derecha radical también cimbró las estructuras políticas francesas. Marine Le Pen, quien pertenece a una familia con un largo historial de racismo y xenofobia, disputó una segunda final presidencial. Si bien fue derrotada una vez más por el presidente Emmanuel Macron, el resultado supo a victoria, pues nunca había conseguido el apoyo de 13 millones de franceses. Igualmente han tenido éxito en Alemania, Portugal, España y Holanda, por mencionar algunas naciones.
“El aumento de la derecha radical no es nuevo, comenzó hace unos 30 años, pero se ha acelerado al paso de los años”, dice a EL UNIVERSAL Matthijs Rooduijn, profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Amsterdam.
“Actualmente están en todos lados y en muchos países forman parte del gobierno. Son cada vez más exitosos, está el caso de Suecia, en donde desempeñan el papel de apoyo al gobierno, así como el de Italia, en donde por primera vez dos partidos radicales forman gobierno, uno de ellos con el cargo de primer ministro.
De acuerdo con el investigador, alrededor de 5% del electorado europeo apoyaba a los partidos políticos de derecha radical en los 90 y en la actualidad es de aproximadamente 20%.
Si bien la marcha ultra varía de un país a otro, en términos generales, su crecimiento tiene que ver con el distanciamiento de los votantes con los partidos tradicionales de centro izquierda y derecha.
Igualmente responde a la habilidad de los partidos nuevos para atrapar a un electorado inconforme y que no se identifica con la oferta política disponible.
“La opinión pública no cambió, más bien la actitud de los votantes, se liberaron de los partidos tradicionales y pusieron su voto a disposición de nuevos partidos, que a su vez han sabido cómo atraerlos. Lo que estamos viendo es una conexión entre estos votantes y los nuevos partidos.
“Cada vez más gente se desapega de los partidos tradicionales y eso está abriendo el camino para que tengan éxito”, reitera.
Pero señala que los triunfos en las urnas dependen mucho del contexto en que se desarrollan las campañas electorales.
“Cuando las campañas son sobre asuntos económicos y no sobre temas de su agenda, su desempeño no es muy positivo, pero si el discurso electoral gira entorno a temas como identidad, cultura, es muy probable que el resultado sea bueno”, explica.
La proliferación y éxito de los ultras también está asociado a que los partidos demócratas, socialistas y liberales, que por décadas gobernaron Europa, dejaron espacios en los flancos de la arena política, los cuales poco a poco fueron ocupados por fuerzas ubicadas cada vez más a los extremos de la derecha e izquierda.
“Los partidos tradicionales siguieron enfocándose en temas sobre los cuales las personas no tienen mucho interés, mientras que los partidos radicales han tenido la habilidad de contar mejor las historias que la gente quiere escuchar, como es el tema migratorio.
“Como consecuencia, estamos viendo que los partidos de centro izquierda y derecha poco a poco están incorporando, de manera moderada, algunas de sus ideas con la intención de recuperar electores”.
Expone el caso de los socialdemócratas de Dinamarca, formación que se ido desplazando hacia la dirección de los radicales de derecha. Advierte que esto implica un riesgo al legitimar las ideas de esas fuerzas políticas, al tiempo que las hace más atractivas y visibles, las “normaliza” y las hace más grandes.
“Esto eleva las probabilidades de que los electores de centro voten por los extremos y es una de las razones por las que cada vez son más grandes y aceptadas por la gente, los medios y otros políticos”, sostiene el estudioso sobre populismos, polarización y divisiones sociopolíticas.
A la pregunta sobre cómo explicar su participación en la democracia, cuando se sabe del daño causado al intervenir en ella, que al llegar al poder lo usan en beneficio de intereses sectarios, desmantelan las instituciones, desacreditan el sistema electoral cuando pierden y crean un ambiente de polarización social, dijo que existe la idea de que involucrarlos gradualmente en la vida política los hará moderados.
“La idea fue que incluyéndolos en el gobierno y en la arena política se moderarían, porque requeriría asumir compromisos. Con esto desaparecería el peligro. Esto no ha ocurrido, al final no cambian, sus programas e ideales siguen siendo los mismos”. En el pasado, los partidos tradicionales han intentado bloquear a los radicales creando “cordones sanitarios”, es decir, verdes, socialistas, demócratas y liberales sumaron fuerzas para crear mayoría y evitar que los extremistas se hagan del gobierno, a pesar de haber sido los más votados.
El antídoto se usó durante mucho tiempo para evitar, por ejemplo, que el Bloque Flamenco, disuelto en 2004 para renacer con el nombre de Interés Flamenco, accediera al poder en distintas localidades de Flandes, la región más próspera de Bélgica y que junto a Valonia y Bruselas forma el reinado belga. Pero la fórmula parece haber perdido fuerza debido a que llegaron a la conclusión de que podía resultar contraproducente, al generar sentimientos nacionalistas, sobre todo porque en algunos casos la medida se interpreta erróneamente, como una sanción contra los ciudadanos ordinarios por parte de la élite. “Esto se convierte en munición para su retórica”, indica el investigador.
También porque el instrumento sólo puede llegar a funcionar cuando el partido es relativamente pequeño y no recibe demasiada atención de la gente. “El cordón sanitario probablemente ya no está funcionando porque esos partidos han crecido demasiado y son más aceptados. Por ejemplo, hubiera resultado imposible excluir a los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni”.
En todo caso, puntualiza, su aplicación sería legítima en el caso de que un partido extremista suponga una amenaza a los cimientos de la democracia.
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