San José.— Las alertas de abundaron en la jerga política de los chilenos que vivieron dentro y fuera de Chile de 1973 a 1990 y adversaron a la dictadura militar del general ultraderechista Augusto Pinochet (1915-2006). Finalizado el régimen de Pinochet, el argot de los chilenos que retornaron del exilio forzado y se reinsertaron a la vida en su país repudió cualquier intento de edificar monumentos y bustos en honor al dictador.

Con el saldo de muerte, sangre y presidio de la dictadura, Chile consiguió llegar a la justicia… aunque hay deudas pendientes después de más de 33 años de democracia.

Famoso por su apodo de Mamo, el mayor Manuel Contreras escaló a general del ejército de Chile tras entrar en 1973 a lo que en 1974 se convertiría en la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina) y protagonizar el papel principal de uno de los más tenebrosos capítulos de la represión política que se desató en ese país luego del golpe de Estado de hace 50 años, que instaló una dictadura militar que gobernó hasta 1990.

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Mamo ingresó al naciente aparato represivo anticomunista (sin ser aún la Dina) con apoyo de la oficial Íngrid Olderöck, capitana de Carabineros también famosa y conocida como La mujer de los perros que llegó a mayor.

Contreras y Olderöck integraron un engranaje político que funcionó implacable durante 17 años con secuestros, arrestos arbitrarios, encarcelamientos, torturas, vejámenes, asesinatos y detenciones, y unas 3 mil desapariciones forzosas y que operó al servicio de Pinochet.

Nacido en 1929 en una familia de militares, Contreras murió de disfunción multiorgánica en 2015 en un hospital militar de Chile, pero con dos sentencias de prisión perpetua y otras condenas de unos 275 años de cárcel por las atrocidades que cometió en la dictadura como jefe de la Dina y sobre las que en 2010 se declaró “orgulloso” como director de esa estructura.

Nacida en 1944 en una familia de nazis alemanes, Olderöck entró en octubre de 1973 a lo que luego fue la Dina y se insertó a una Escuela Femenina de ese aparato militar donde unas 70 mujeres aprendieron a aplicar torturas y tácticas represivas a opositores a Pinochet.

La mujer de los perros dirigió Venda Sexy, una discoteca para torturar y cometer otras violaciones a los derechos humanos con un perro al que bautizó como Volodia. Olderöck pereció de hemorragia gastrointestinal en 2001.

En 1981 sobrevivió a un balazo en la cabeza en un ataque que reivindicó la organización guerrillera chilena del Movimiento de Izquierda Revolucionar (MIR), pero Olderöck aseguró que la autoría intelectual de ese atentado fue de jerarcas militares de Carabineros. Contreras y Olderöck fueron sólo dos piezas de un gigantesco entarimado que comenzó a desmontarse en 1990 con el paulatino regreso a la democracia.

Centros de torturas por doquier

Tras derrocar el 11 de septiembre de 1973 en una violenta asonada castrense al presidente constitucional de Chile, el socialista Salvador Allende (1908-1973), Pinochet sembró al territorio chileno con mil 168 centros de detención y de torturas —cárceles malditas para mujeres y hombres— en campos de prisioneros, edificios públicos y unidades militares, policiales y de Carabineros.

Atrapados por la historia de Chile de los últimos 50 años, los chilenos acostumbran debatir sobre los saldos combinados de 17 años de la dictadura, con acusaciones de asesinatos, violaciones a los derechos humanos, desaparecidos, presidio político y exilio forzado y propaganda de crecimiento, milagro económico, estabilidad y progreso social.

La polémica de honrar o no a Pinochet está abierta. ¿Fue un héroe militar que impidió que en Chile se instalara un gobierno socialista —una segunda Cuba— o un criminal que violentó la democracia, rompió el orden constitucional e implantó un sistema de terror con odios, venganzas y persecución política?

En su defensa, Pinochet argumentó en 1998 que decidió perpetrar el golpe de Estado por su obligación militar de proteger la “tradición democrática” chilena y, en alusión a la fuerte crisis sociopolítica interna que estremeció a ese país luego de que Allende asumió en noviembre de 1970, adujo: “¡Eran evidentes las posibilidades de autodestrucción de Chile!”.

Una fuerte controversia surgió en 2000 porque en un pueblo de la Patagonia, extremo sur de Chile, fue erigido un monumento en honor a Pinochet en el que se rindió pleitesía “al visionario patriota” por construir una carretera.

“Los habitantes de la Patagonia de Aysen agradecen al soldado que nos sacó del abandono, aislamiento y silencio ciudadano. ¡Gracias por este camino de progreso y unión!”, se destacó en la placa que acompaña a la obra.

“Pinochet sólo fue una cosa: un asesino y eso los chilenos jamás lo olvidaremos”, alegó la mapuche chilena Mónica Pilquil, viuda de preso político, socialista y víctima de la represión en Chile tras el golpe de Estado. “Los monumentos y los honores deben ser únicamente para las miles y miles de víctimas de la represión de la dictadura en esas cárceles malditas y en muchos otros sitios”, dijo Pilquil a EL UNIVERSAL.

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“El Estado chileno tiene la obligación moral, ética y política de evitar las conmemoraciones a responsables de violaciones a los derechos humanos”, aseveró el historiador y sociólogo chileno Pablo Seguel, a la cadena televisiva internacional DW, de Alemania.

Al recordar que, por órdenes judiciales, fueron retirados cuadros, estatuas y otros símbolos en exaltación de la figura de Pinochet, que en su mayoría estuvieron en instalaciones militares, Seguel admitió que, pese a ser aislados, son homenajes impregnados de un fuerte simbolismo de influyentes ámbitos sociales que todavía alaban al general.

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