Es difícil pensar en un momento durante los últimos 35 años en el que Argentina, Chile y Brasil estuvieran gobernados por la derecha al mismo tiempo.
Desde la caída de los regímenes militares a comienzos de los años 80, las presidencias derechistas en estos países tiraban más al centro que al extremo, fueron excepcionales y sin coincidencias en los países vecinos.
Hoy, en cambio, una derecha elegida democráticamente se ha asentado en el poder no solo en estos tres países, sino también en Paraguay, Colombia y Perú.
Este martes, 1 de enero, se confirmó el giro cuando Jair Bolsonaro asumió como presidente de Brasil tras ganar las elecciones con un discurso de extrema derecha casi inédito en la región en las últimas décadas.
Detrás del llamado "giro a la derecha" hay una cantidad de complejos fenómenos, según analistas consultados por BBC Mundo.
El progresismo, que dominó la política sudamericana durante los últimos 15 años, salió del poder en medio de escándalos de corrupción, aumento de la inseguridad y caída del crecimiento económico.
Uno de los referentes de esa ola de izquierda, Hugo Chávez, dejó detrás una profunda crisis económica y humanitaria que desprestigió al progresismo y ha generado el éxodo de al menos 1,5 millones de venezolanos a toda la región.
Otro símbolo de esa camada, Lula da Silva, terminó en la cárcel por una trama de corrupción en Brasil, donde los manejos y sobornos de la constructora Odebrecht se esparcieron por toda la región con graves consecuencias políticas en varios países.
Aunque muchos sudamericanos salieron de la pobreza durante los últimos 15 años, la movilidad social no se sostuvo en el tiempo, y esa nueva clase media generó demandas que el progresismo —ya sin la bonanza de las materias primas de principio de siglo— no supo resolver.
Con esto, una derecha tecnocrática se presentó como solución eficiente a la recesión, la inseguridad y la corrupción.
Pero por mucho que los gobiernos sudamericanos estén alineados ahora con la derecha, los elementos que los separan revelan que no son del todo parte del mismo saco.
"La mayor diferencia es su contenido social", le dice a BBC Mundo Gregory Weeks, especialista en estudios latinoamericanos de la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos.
"En Bolsonaro ves que tuvo un impresionante apoyo de los evangélicos, mientras que en Mauricio Macri y Sebastián Piñera temas como el matrimonio homosexual no están por ser impugnados".
En contra de sus perfiles ideológicos, Macri sorprendió en Argentina al proponer el debate para la legalización del aborto y Piñera en Chile no tuvo problemas en promulgar una ley de identidad de género. Son desarrollos en teoría impensables para Bolsonaro.
"Macri y Piñera —continúa Weeks — son conservadores de mercado, pero en el ámbito social no tanto, o al menos eso no está en su prioridad. Pueden ser católicos, pero su perfil es más del conservadurismo que prioriza un Estado pequeño, una economía abierta, un control de cambio flotante".
"Bolsonaro, en cambio, tiene un fuerte énfasis en la cuestión de derechos sociales. También habla de una economía abierta y liberal, pero no es su enfoque".
Michael Shifter, presidente del centro de estudios Diálogo Interamericano, va incluso más allá: "Macri y Piñera están dentro de los parámetros normales de la democracia y la política, así que hay que ser muy cuidadosos de ponerlos en el mismo grupo que Bolsonaro".
Los presidentes de Chile y Argentina, ambos millonarios empresarios convertidos en políticos, son considerados miembros de una "nueva derecha" que es austera y conservadora en lo económico, pero que tiene cierta sensibilidad en lo social.
En ambos países hubo reformas y recortes en temas como pensiones y educación, pero no de la magnitud ni con la urgencia que se vio en los años 70 y 80.
Bolsonaro prometió recortar y privatizar parte del sistema de pensiones, pero ha dicho que esa reforma será difícil de aprobar en el Congreso, donde no tiene mayorías.
El acercamiento a Estados Unidos es visto como una de las facetas que comparten los tres mandatarios, pero mientras Bolsonaro es visto como el "Trump tropical" y su hijo apoyó abiertamente la reelección del estadounidense, Macri y Piñera "lo hacen más por pragmatismo económico que por cercanía ideológica", dice Shifter.
Por otro lado, algunos encuentran en los tres mandatarios una semejanza en el tema de seguridad, debido a que todos aplican la receta de mano dura para atacar la delincuencia.
Aunque Chile y Argentina no sufren los altos índices de homicidios de Brasil, Piñera y Macri han adelantado medidas para militarizar la seguridad interior, sobre todo para lo que consideran como "amenazas terroristas".
Organizaciones de derechos humanos en ambos países, por ejemplo, encuentran relación entre lo ocurrido con Santiago Maldonado y Camilo Catrillanca, dos activistas que murieron en enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y mapuches en Argentina y Chile, respectivamente.
"Aunque hay aspectos parecidos, en seguridad (los tres mandatarios) no tienen la misma retórica, que en este tema no es menor", dice Shifter. "Bolsonaro habla de dictadores como un modelo y puso a militares en su gabinete, y nada de eso pasa con Piñera y Macri".
Ocurre igual con propuestas del brasileño tan polémicas como revisar leyes de porte de armas y reducir o eliminar las penas a militares que incurren en abusos de autoridad.
La gran similitud entre los tres es su receta para la economía: un modelo liberal que pretende achicar al Estado, equilibrar las cuentas bajando el gasto para promover las inversiones e impulsar la creación de empleo en alianza con el sector privado.
La pregunta, según los analistas, es cómo Argentina y Brasil van a poder aplicar un modelo similar al chileno, que fue ideado por el régimen de facto de Augusto Pinochet y aplicado —con matices— por los gobiernos democráticos.
Argentina y Brasil, explican, tienen sociedades más dependientes del Estado, con sistemas de pensiones públicos mucho más arraigados que serán difíciles de desmontar.
La incapacidad de Macri de instalar un modelo puramente liberal en sus 4 años de gobierno —lleva 3— hace difícil pensar que Bolsonaro, sin mayorías en el Congreso ni control sobre el presupuesto, pueda darle un vuelco al modelo brasileño.
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