En 2016, Daniel Pittet se decidió a ver al hombre que, 40 años antes, lo había violado más de 200 veces. Aquel día, en lugar de con el padre capuchino gordo y dominante que lo vejó siendo un monaguillo, Pittet se encontró con un anciano débil e infeliz al que no supo odiar. En ese momento, Pittet decidió que ya no seguía atado a él de ninguna forma.

Pittet explica, en entrevista con EL UNIVERSAL, hasta qué punto enfrentarse a su fantasma le resultó liberador. “Creo que ese hombre, Joël Allaz, probablemente sufre más que yo. Tiene muchas víctimas sobre su conciencia: 160, según una cuenta probablemente incompleta, y varias se han suicidado. Debe vivir con eso: con la ausencia de perdón, porque son escasas las víctimas que perdonan a su agresor. Yo vivo con mis sufrimientos, mi vida devastada, mis enfermedades y las angustias consecuencia de esa infancia en la que sufrí abusos cuatro años, pero soy un hombre que sigue en pie y puede perdonar para continuar viviendo”, explica Pittet, residente en Suiza, vía correo electrónico.

Pittet nació en 1959 en una familia con problemas. A su abuela le pareció una bendición que el cura parroquial mostrara interés en él y le dedicara tanto tiempo. Cuando una de sus tías percibió lo que le ocurría, le ordenó que fuese a decirle al padre Allaz que no lo vería más. Esa fue la última vez que lo violó. “Ya te puedes ir, no te necesito más”, lo despidió el cura.

Pittet recuerda que, con 11 años, comprendió que ese hombre era un preso de sí mismo y que no podía dejarlo destruir su vida. Lo narra en su libro Le perdono, padre (Mensajero, 2017). Fue al verlo en un sermón en el que sus fieles se emocionaron hasta las lágrimas, sin saber que, cuando acabase, el cura violaría de nuevo a su monaguillo. Pittet cuenta que entonces rezó: “Jesús, perdono a este pobre imbécil porque tiene dos caras y no puede evitarlo. Pero libérame de sus garras”.

Reencontrarse con Allaz 40 años después le sirvió para reafirmarse en esa decisión. Pero, a pesar de esta voluntad de dejar atrás la pesadilla, su vida no ha sido fácil. En su libro relata traumas, intentos de suicidios y problemas médicos que han torpedeado su vida como bibliotecario en Friburgo.

Pittet, casado y con seis hijos, dice que cuando decidió ser padre temió que sus experiencias traumáticas hubieran dejado un poso pedófilo en él. Gracias a la ayuda de siquiatras supo que tendría una relación sana con sus hijos. Pese a todo, nunca rompió con la Iglesia porque considera que es su familia. Decidió escribir el libro por consejo del papa Francisco y como parte del combate del Vaticano contra la pederastia. Francisco firma el prólogo, para protegerlo de los ataques de miembros de la propia Iglesia.

Pittet deplora el silencio que se impuso sobre la pedofilia por años y cree que la Iglesia debe “reconocer a las víctimas oficial e individualmente”.

En las últimas páginas de su libro, el violador Joël Allaz escribe un breve testimonio. “Arrastraré este peso hasta mi muerte”, dice. La Iglesia lo condenó y le retiró sus cargos. Pittet, en tanto, dice sentirse más apoyado que nunca.

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