San José.— Un rincón con tres esquinas en Cristo Rey, uno de los barrios más pobres de la capital costarricense, salvó del hambre y de la sed, protegió del frío, del calor, de la lluvia y del cansancio, y consoló de la tristeza y de la desesperanza a una oleada de decenas de miles de migrantes irregulares venezolanos que, con sus sueños triturados por el muro migratorio de México y Estados Unidos, llegaron a Costa Rica y ahora dudan si deben o no retornar a Venezuela.
En un suburbio del sur de San José que, como Cristo Rey, arrastra un paisaje y una huella de marginalidad social, delincuencia y drogadicción, la (no estatal) Asociación Obras del Espíritu Santo alimentó, sació, abrigó, acogió y confortó desde agosto pasado, en un flujo que creció en octubre por el bloqueo fronterizo impuesto por Estados Unidos y México, a 65 mil indocumentados al mes, en su mayoría de Venezuela.
El tormento de los migrantes venezolanos se agravó por las decisiones de Estados Unidos y México de bloquearlos y devolver a suelo mexicano a los que intenten ingresar sin visa y con mecanismos ilícitos. La medida generó una migración a la inversa del norte al sur de América por primera vez en el siglo XXI. Decenas de miles de venezolanos están varados en México o ya emprendieron un viaje por Guatemala, Honduras y Nicaragua a Costa Rica y Panamá a la espera de decidir si regresan a Colombia, Perú, Ecuador o aceptan repatriarse.
Rodeado de niñas venezolanas que lloraron a su lado al pie del púlpito, el padre Valverde proclamó en la misa dominical: “Aquí no estamos echando a nadie. Aquí tienen hogar, educación. No les damos dinero, pero les compartimos arroz, frijoles y casa. Su presidente [Nicolás Maduro] les puede fallar, pero Jesús no”.
“Vienen marcados por la muerte de camino”, destacó, al recordar que son niñas, niños y adolescentes que “casi mueren” en su travesía a pie por el Tapón del Darién, peligrosa jungla que tiene amenazas, que cubre el occidente de Colombia y el oriente de Panamá. “Estas niñas venezolanas llegaron una noche bajo la lluvia, en un aguacero. Querían vivir aquí porque los echaron de un hotel [en Costa Rica]. Dichosos los que les ayudaron. Los molinos de Dios muelen lento (…) pero fino. Una niña se me arrimó y me pidió que si yo quería ser su papá. Le dije que papá es el que ama en vida”, describió. “Buscan paz”, aclaró.
Al concluir la ceremonia religiosa, Valverde se compenetró con centenares de personas beneficiadas por la asociación, ahora con mayor presencia de venezolanos y cuya tarea se sostiene principalmente con donaciones privadas externas.
Aunque las corrientes migratorias sin visa y otros requisitos son integradas por americanos, africanos y asiáticos, los venezolanos son mayoría. Las organizaciones de Naciones Unidas (ONU) y de Estados Americanos (OEA) calcularon que 7.1 millones de venezolanos migraron de su país en los últimos ocho años. ¿Por qué los venezolanos migran de su país al exterior? Por causas políticas y económicas. En un litigio que se abrió en 2020 en la ONU, al régimen de Maduro se le acusó de crímenes de lesa humanidad. Maduro rechazó los cargos.
El presidio político se afianzó en Venezuela como una realidad que negó el oficialismo. El Foro Penal, organización no estatal de Venezuela de defensa de los derechos humanos, reportó que 15 mil 770 venezolanos fueron arrestados por motivos políticos en ese país de enero de 2014 a junio de 2022, con 857 expuestos a jurisdicción penal militar y con 239, 16 mujeres, un adolescente y 130 militares, como reos de conciencia o por motivos políticos.
En el flanco social, Maduro atribuyó la crisis a las sanciones económicas que Estados Unidos le impuso desde 2017 al culpar a Caracas de violar los derechos humanos y alterar el orden democrático. Informes de 2020 y 2021 de las universidades venezolanas Central y Simón Bolívar (públicas), y Andrés Bello (privada) revelaron que la pobreza en Venezuela se compara con los países más pobres del mundo, como en África.
Un90% o 21.6 millones de venezolanos viven en la pobreza y casi incapaces de satisfacer sus necesidades mínimas de alimentación y subsistencia diaria.
De 210 mil extranjeros que pasaron por el Darién de enero a octubre de 2022, 170 mil son venezolanos, según Panamá.
Fundada hace más de 20 años por Valverde, la asociación se afianzó como uno de los emblemas de la caridad y solidaridad social en Costa Rica. En una labor diaria, alimenta y ofrece cama, techo, baño, higiene, ropa y atención médica y sicológica a centenares de indigentes, mujeres y hombres, infantes y ancianos, educa a menores y auxilia a desertores escolares, madres y padres en el desamparo, a drogadictos y delincuentes y a víctimas de tragedias naturales. “Antes del arribo de los migrantes, atendíamos a 100 mil personas al mes. Con los migrantes pasamos a 165 mil. Esto empezó a moverse en abril de este año, pero con más fuerza en agosto. Aquí ha sido como un oasis para ellos. Dios nos va a proveer”, dijo el costarricense Rafael Valerín, del equipo de la asociación.
“No dejamos desamparado a nadie y colaboramos con la persona que nos necesite. El tamaño del corazón de la asociación es del tamaño del corazón de Dios. Si Él no proveyera, creo que no podríamos hacer mucho. Sin duda alguna, todo se debe a la providencia de Dios”, dijo Valerín a EL UNIVERSAL. Dentro del albergue hay cuartos con camarotes, baños y otros servicios elementales. Si las habitaciones se saturan en las noches, el personal distribuye colchones y carpas para los que duermen a la intemperie.
Tirada al suelo en una esquina de esta capital tras ingresar a Costa Rica por tierra desde Panamá en la segunda quincena de octubre pasado con su familia, la administradora financiera venezolana Ginés González, de 21 años, se dedicó a alimentar a sus hijos, Isaac, de un año, y Thiago, de 3, ambos venezolanos, con los que emigró de su país hace más de nueves meses a Colombia junto a su esposo, un expolicía venezolano del que se reservó sus datos. “Imposible vivir en Venezuela. Nunca nos alcanzó para subsistir”, relató Ginés a este diario, al subrayar que con su sueldo y el de su marido reunían 30 dólares al mes y que ahora con escasos recursos, su esposo decidió recorrer las calles de esta capital en busca de alimentos para los cuatro. “Mientras tanto” duermen en la casa de una familia migrante nicaragüense en las inmediaciones de la asociación.
“En Panamá, cuando salíamos del Tapón, nos topamos con la decisión de México y Estados Unidos de cerrar fronteras. Quedamos asombrados. Un golpe tremendo. Pensamos quedarnos un tiempo en Costa Rica a ver qué pasa”, aseveró… sin dejar de sonreír.
“Sí, tremendo”, lamentó el venezolano Nyg Aponte Arteaga, de 21. “¿Pero regresar a Venezuela? Descartado 100%”, alegó, también sonriente, y junto a su hija, Isabella, de 2 y colombiana, en un camarote de la asociación. “Recorrí el Tapón con mi hija en mis hombros”, rememoró, al indicar que Isabella y su esposa, Angélica Rico, de 20, son las únicas colombianas del numeroso núcleo familiar que le acompaña, porque los demás son venezolanos: su madre, Noris, de 44; su padrastro, Víctor Conde, de 38; sus hermanos menores, Víctor, de 10, y David, de 8, ambos Conde; su hermana mayor Karolay Aponte Arteaga, de 24; y su tío, Jairo Arteaga, de 47. “Los nueve salimos el 1 de agosto de este año de Colombia. En octubre llegamos a la asociación. Más de dos meses y dos semanas muy duros. Pensamos quedarnos en Costa Rica”, dijo.
“Sí, muy duro. Horrible”, refirió, también risueña y sentada a una silla a la entrada del templo, la comerciante venezolana Albelys Veloz, de 19, y con su hijo, Thiago, de 2, dormido en su regazo. Aparte de su hijo, con esta joven viajan desde Venezuela hace más de dos meses su padre Alberto, de 53; sus hermanos Albert, de 26; Alejandro, de 23; Briggitte, de 18, y su sobrino Matías, de 2.
Los siete, veteranos del Darién, están en la asociación. Albelys confía en que como Yánder Rangel, su esposo y padre de Thiago, entró legalmente a Estados Unidos hace dos meses, los reclame bajo las nuevas reglas migratorias estadounidenses.
Por un instante dejó de reír y reprochó: “Lo más fuerte de ser migrante es cómo algunos nos reciben. Creen que somos menos como personas y que somos pobres”.
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