Uvalde, Texas.— “¿Alguien ha visto a mi niño?”. Padres angustiados, con los rostros pálidos, deambulaban anoche entre el Centro Cívico de Uvalde y los hospitales, en busca de noticias del paradero de sus familiares, tras una de las peores masacres en una escuela ocurridas en Estados Unidos. El saldo: 21 muertos, incluyendo 19 menores.
A unos días del fin del ciclo escolar, un baño de sangre conmocionó a todo el país y enfocó nuevamente los dardos hacia el aparentemente invencible lobby de las armas.
Alrededor de las 11:30, hora local, un joven de 18 años, posteriormente identificado como Salvador Ramos, estrelló su auto afuera de la Escuela Primaria Robb, a donde ingresó protegido con un chaleco antibalas, con una pistola y un rifle, y comenzó a disparar. Las autoridades no han mencionado si entre los fallecidos están incluyendo al agresor, que de acuerdo con la agencia Associated Press fue abatido por un agente de la Patrulla Fronteriza que se encontraba cerca.
Entre las víctimas hay al menos un profesor. Antes de llegar a la escuela, Ramos disparó a su abuela con las armas que había comprado justo el día de su cumpleaños 18, según el recuento del sargento Erick Estrada. La mujer está en estado crítico.
En el colegio se recuperaron el rifle tipo AR-15 y numerosos cargadores, según informaron varias fuentes policiales a ABC News.
Algunos niños corrieron despavoridos. Otros fueron testigos de lo peor. Como el sobrino de Adolfo Hernández, quien estaba en un salón de clases cerca de donde ocurrió el tiroteo. “De hecho, fue testigo de cómo le disparaban a su amiguito en la cara”, dijo Hernández. El amigo, dijo, “recibió un disparo en la nariz y simplemente cayó, y mi sobrino quedó devastado”, contó a The New York Times.
“Este es mi sobrino, Uziyah García, de cuarto año. Estaba en la clase del profesor Reyes, donde ocurrió el tiroteo. Nos han dicho que algunos niños huyeron de la escuela a las casas del vecindario. Por favor, si alguien lo ve, contácteme vía WhatsApp. No tengo más información en este momento”, lamentaba en Facebook Nikki Cross, en un posteo que incluía la foto de Uziyah.
El condado de Uvalde, donde ocurrió el tiroteo, es predominantemente latino y se teme que varias de las víctimas sean latinas, si no es que mexicanas. La escuela tiene una matrícula de menos de casi 600 alumnos (casi 90% hispanos y de escasos recursos), de segundo, tercer y cuarto grado.
La Casa Blanca ordenó que las banderas ondearan a media asta por las víctimas y el presidente Joe Biden, apenas llegar de su gira por Asia, se dirigió a la nación, con un mensaje claro: “¿Cuándo, en el nombre de Dios, vamos a enfrentarnos a los grupos de presión de las armas? ¿Cuándo, en el nombre de Dios vamos a hacer lo que en el fondo sabemos que hay que hacer? (...) Estoy enfermo y cansado de esto. Tenemos que actuar”, insistió, sin poder entender por qué Estados Unidos tiene que vivir estas “carnicerías”.
Pero para los sobrevivientes de otra masacre escolar, la de Park- land, en 2018, lo dicho por Biden fue insuficiente. “Esperábamos escuchar las palabras ‘orden ejecutiva’ [para prohibir las armas de asalto]. En vez de ello, oímos oraciones”, dijo Cameron Kasky a CNN.
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