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El papado de Francisco se caracterizó por los ataques encarnizados del ala más conservadora de la Iglesia católica, que llegó a llamarlo “hereje”, y veía con horror los cambios que proponía el argentino. Con el deceso del jefe de la Iglesia católica, progresistas y tradicionalistas se alistan para medir fuerzas en el cónclave para elegir un nuevo Pontífice.
Participarán en este cónclave un total de 135 cardenales (de un total de 252) menores de 80 años, quienes son los que tienen derecho a elegir al nuevo Papa. El ganador debe obtener una mayoría de dos tercios de votos. El número clave es 92.
Francisco, consciente de la importancia de los cardenales y en un intento por mantener el rumbo reformista de la Iglesia, designó a 108 de los 135 cardenales electores. En otras palabras, 80% de los que elegirán al nuevo Papa fueron nombrados por Francisco, lo que en teoría inclina la balanza a favor de que un progresista asuma el mando de la Iglesia católica; 22 fueron designados por Benedicto XVI y son de tendencia más conservadora. Sin embargo, nada está escrito.
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Entre los progresistas, hay tres cardenales que suenan fuerte como candidatos a Papa: el italiano Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y a quien Francisco envió para ayudar a negociar la paz en Ucrania. Juega a su favor el ser de Italia, hacia donde apuntan las fichas después de tres papas no italianos: Juan Pablo II (polaco); Benedicto XVI (alemán) y Francisco (argentino).
Considerado el Francisco asiático, destaca también el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, de 67 años. Es un firme defensor de las reformas del Papa, lo que genera recelo no solo entre los conservadores, sino incluso entre los moderados.
Conocido, e influyente, es también el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, de 70 años, y a quien no se vincula con ningún sector, lo que puede jugarle a su favor, al ser menos radical.
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Pero los conservadores también tienen figuras de prestigio clave en el cónclave. Como el cardenal africano Fridolin Ambongo, de República Democrática del Congo. Aunque fue nombrado por Francisco, ha sido un abierto crítico del acercamiento papal a la comunidad LGBT. Goza de gran influencia en un continente donde el número de católicos se ha disparado.
El holandés Willem Eijk ha sido uno de los grandes detractores de Francisco. Nombrado por Benedicto XVI, se opone a temas como las uniones gay, o el matrimonio de divorciados.
Más reconocido aún es el húngaro Peter Erdo, arzobispo de Budapest y mariano ferviente.
Uno de los más fieros conservadores es el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, uno de los autores de una carta dirigida a Francisco donde lo acusaron de “herejía”, por su exhortación apostólica sobre la familia, Amoris Laetitia, que abrió la posibilidad a que las personas divorciadas vueltas a casar pudieran volver a comulgar.
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Otro moderado, que podría verse beneficiado por los cardenales que rechazan los extremos es Mario Grech, cardenal maltés y secretario genera del Sínodo de Obispos.
El cónclave no sólo se verá marcado por este enfrentamiento entre reformistas y conservadores, sino también por el momento geopolítico actual, con Estados Unidos, China y Rusia compitiendo por afianzar su poder. El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos sin duda ejercerá un papel en las discusiones cardenalicias, haciendo crecer la renuencia a designar un Papa estadounidense, por el desequilibrio de poderes que significaría.
*Con información de agencias
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