Washington.— Franklin Delano Roosevelt llegó al poder en Estados Unidos con un país totalmente roto económicamente, en el pico de la Gran Depresión. EU necesitaba acción inmediata para calmarse, recuperar la confianza y volver a levantarse.
FDR se puso manos a la obra, y en sus primeros 100 días en la Casa Blanca, consiguió que se aprobaran 76 leyes, base fundamental de su New Deal para la recuperación del país, una productividad legislativa y normativa única, incomparable. Y, a la postre, exitosa.
Quedó en la mente de los estadounidenses que más de tres meses eran suficientes para que un presidente, si tiene las ideas claras (y el viento sopla a su favor), pudiera hacer grandes cosas.
Desde entonces, y con FDR como referente, todos los presidentes que le sucedieron tuvieron que pasar por el análisis de qué consiguieron hacer en sus primeros 100 días. Y no sólo eso: sus agendas políticas como candidatos y sus promesas electorales quedaban muy marcadas por ese periodo.
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Joe Biden asumirá el cargo de ser el presidente número 46 de Estados Unidos con un país envuelto en múltiples crisis. La pandemia está lejos de estar controlada, la economía vive estancada y en declive, la tensión social es más elevada que nunca, especialmente después de un verano marcado por las protestas por la justicia social, unas elecciones más polarizadoras que nunca y un reciente asalto al Congreso por hordas neofascistas que puso a las instituciones democráticas tiritando.
Biden ha repetido muchas veces el plazo de 100 días para multitud de sus propuestas, como si fuera un reto personal: enderezar el país, reconstruirlo de vuelta (tal y como reza el lema de su equipo de transición), es una urgencia, y hay que hacerlo cuanto antes.
Tiene ante sí varios retos mayúsculos y una agenda tremendamente ambiciosa. En varias entrevistas ha remarcado que en sus primeros 100 días tomará acción en tres frentes: reforma migratoria, medio ambiente y ayuda económica para paliar la pandemia.
Sin embargo, su primer reto es la pandemia, prioridad número uno y para la que ha dejado varias promesas. El coronavirus mata una media de más de 3 mil estadounidenses al día (la semana pasada incluso se rebasaron los 4 mil diarios), algo que está poniendo el sistema sanitario al límite. De nada está sirviendo que ya se estén distribuyendo vacunas, puesto que la logística no es la óptima.
El presidente electo ha dicho que es posible que, durante los primeros 100 días, se puedan inocular 100 millones de dosis de vacunas. “Será el plan de vacunación masiva más eficiente de la historia de EU”, ha dicho en alguna ocasión, reconociendo que la distribución es la tarea más importante que tiene por delante. El plan, que podría costar hasta 25 mil millones de dólares, garantizará vacunas gratis para todos los estadounidenses.
En el frente pandémico tiene otra promesa: instaurar un mandato nacional del uso de cubrebocas, en lo que define como un “deber patriótico” para frenar un ritmo de contagios que supera los 200 mil diarios y que puede empeorar a medida que se propague la mutación británica. “No será para siempre, con 100 días creo que la reducción será significativa”, apuntaba recientemente.
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Además, la reincorporación de los EU a la Organización Mundial de la Salud será rápida; otro de los objetivos es transmitir confianza en la vacuna.
La primera propuesta: un paquete de rescate, estímulo y gestión de la pandemia de 1.9 billones de dólares que servirá para calibrar hasta qué punto tiene habilidad y margen de maniobra para sacar adelante las prioridades de su agenda.
Algo que también marcará los primeros días del nuevo gobierno es el viraje total en el tema ambiental. Volver al Acuerdo del Clima de París es imperativo y puede hacerlo desde el primer minuto que entre en el Despacho Oval. En sus 100 primeros días, además, está previsto que organice una cumbre con líderes mundiales con el tema climático como único punto de la agenda, y es bastante probable que rápidamente rescinda gran parte de memorandos y órdenes de política ambiental de la administración Trump. Por ejemplo, se espera que reinstaure todas las políticas de eficiencia energética introducidas por Obama y destripadas por Trump.
Donde ha puesto más promesas es, quizá, en el tema migratorio. Desde hace semanas ha prometido que presentará en los primeros 100 días una propuesta de ley de reforma migratoria que arregle gran parte de un sistema caduco y que no funciona. Una “aproximación más inteligente y humana” al tema, según dicen los demócratas, que incluye promesas de máximos que, si llegan a hacerse realidad, serán un cambio sin precedentes.
La lista en este ámbito es muy extensa: cancelar la declaración de emergencia que permite construir el muro en la frontera con México, reinstaurar el programa DACA, rescindir el veto migratorio a países de mayoría musulmana, una moratoria en las deportaciones, reformular del sistema de asilo, reaceptación de refugiados, proponer un camino hacia la ciudadanía para indocumentados, revisar los procesos de naturalización y residencia legal, organizar una cumbre con México y países de Centroamérica para evaluar y tratar de abordar los asuntos que empujan a la migración y paliar las causas en su origen.
El saco está lleno de ideas, pero no será nada fácil: como reconocieron las cabezas al frente de seguridad nacional del nuevo gobierno a EFE, puede que para deshacer y reordenar algunas políticas, como las de asilo, sean necesarios meses.
Las promesas de Biden son múltiples: también tiene ideas sobre control de armas, expansión de la ley de derechos civiles, mejora de las condiciones de vivienda, impulso de una reforma del sistema judicial. Un sinfín de nuevas visiones para marcar claramente que los Estados Unidos de Biden son diametralmente opuestos a los de Donald Trump.
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La demora en el inicio de los trabajos de transición de poderes, junto al embudo que habrá en el Senado para la confirmación de todos los puestos necesarios, obligará a Biden a nombrar a dedo cabezas de todas las secretarias de forma interina, entre los funcionarios que ya están en cada una de las agencias, para que el trabajo no se pare y pueda acelerar todo su trabajo de gobierno. A diferencia de sus predecesores, el Senado no habrá confirmado a ningún miembro de su gabinete para el momento en el que jure el cargo de presidente de Estados Unidos.
Llegar a los 100 días no será fácil, y menos con el país a la espera de saber qué pase con el impeachment a Donald Trump: lo más probable es que el proceso de juicio político conviva durante muchos días con los primeros pasos del nuevo gobierno.
El que será líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, ha dejado dicho que su interés principal es trabajar con la promesa hecha a los votantes en las elecciones de noviembre: llevar a cabo el “cambio que pide nuestro país”; su mayor reto será equilibrar la presión por avanzar en el impeachment y la necesidad de no encallar el camino del gobierno Biden.
Lo primero será acelerar cuanto antes las confirmaciones de miembros del gabinete de Biden (especialmente en temas de seguridad y economía) e, inmediatamente, presionar para aprobar un nuevo y ansiado paquete de estímulo y rescate de la economía. Eso, sin dejar de lado todo el resto de prioridades de la copiosa agenda del futuro presidente que necesiten aprobación del legislativo.
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Para lo que no necesita ayuda de nadie, pero sí un esfuerzo sobrehumano, es para su mayor promesa: reparar el alma del país, sanar unos Estados Unidos que están todavía de duelo profundo tras un asalto al Congreso por turbas neofascistas y de la ultraderecha que dejaron tiritando al que se dice adalid de la democracia.
Biden, además de presidente y gestor, deberá hacer de psicoanalista, de médico de urgencias para una sociedad polarizada como nunca con crisis sociales de una gravedad extrema como el racismo sistémico, la desconfianza en las instituciones y una falta de credibilidad de los medios de comunicación que lleva al surgimiento cada vez más poderoso de movimientos basados en teorías de la conspiración.