“La de coronavirus es un problema global que está siendo atendido de manera local”, lamenta el analista internacional Moisés Naim, nacido en Libia, ciudadano venezolano, doctorado en Boston.

Naim, exdirector de la revista Foreign Policy, advierte sobre el impacto del coronavirus: a la crisis humanitaria, señala, se sumará la debacle económica, alimentada por la ausencia de líderes mundiales que coordinen estrategias y busquen soluciones o, al menos, palien sus efectos más nocivos.

En cambio, existen líderes de potencias mundiales que el experto considera nocivos, como el presidente estadounidense Donald Trump. “Esta es una época de oro para los charlatanes”, dice. Sobre Andrés Manuel López Obrador, afirma que su forma de enfrentar la crisis “tendrá un precio político”.

¿Qué enseñanzas le ha dejado hasta ahora la pandemia?

—Varias. Una, el hecho de que los gobiernos son indispensables. En un mundo donde durante tanto tiempo se ha deleznado al gobierno ahora estamos viendo que los héroes son los funcionarios públicos del sector salud. Esto es algo nuevo. Pienso en especial en Estados Unidos y otros países capitalistas donde está el deseo de un gobierno pequeño y la idea de que lo importante es el sector privado como dínamo de la sociedad. La otra enseñanza es que estamos viendo actos de solidaridad importantes. El altruismo no desapareció, no sólo pertenece a los libros de poesía. El altruismo en estos tiempos está en las primeras páginas de los periódicos.

En sus últimas columnas, destaco una titulada Todos somos vecinos, usted menciona varios riesgos y posibilidades: xenofobia, aislacionismo, proteccionismo, populismo y hasta charlatanes, pero también un aumento positivo del multilateralismo...

—Todos esos riesgos son ciertos y quisiera recoger otro que creo que es importante y no lo suficientemente discutido. La pandemia es un problema global que está siendo atendido de manera local.

Los que creen que la globalización no existe sólo tienen que ver la trayectoria de la epidemia, cómo está contaminando a países ricos, pobres, medianos, del norte, del sur. El virus no respeta fronteras de ningún tipo. Es un virus altamente globalizado. Por eso, está bien que el virus esté siendo atacado de manera local, en cada ciudad y cada país, pero hay una parte económica que necesita coordinación global.

Cuando fue el crash financiero de 2008, se resucitó el G20, que incluía a países pobres, como Sudáfrica, junto los países más ricos del mundo. En aquel momento, el G20 tomó un rol importantísimo como coordinador de las reacciones de estos 20 países que permitieron que la crisis de 2008 no fuera tan demoledora. Fue devastadora, sí, pero fue menos de lo que hubiera sido sin aquella coordinación internacional. Hoy, esa coordinación no existe.

El presidente del G20 es Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudita acusado por el asesinato de un periodista y con quien no hay fáciles relaciones. También hay una pelea abierta entre Estados Unidos y China, una guerra comercial que está escalando. Y está la sospecha de Rusia interviniendo de manera nefasta en los sistemas políticos de otros países. O sea que no están dadas las realidades del liderazgo internacional necesarias para coordinar una respuesta a la situación económica catastrófica que está ocurriendo.

La sensación es que esa coordinación multilateral no ocurrirá, al menos en el corto plazo. Al contrario, se vislumbra un interés de Estados Unidos de mirar hacia adentro. En ese contexto podríamos tener un vacío internacional que agrave los problemas económicos más allá de la pandemia por, digamos, ¿años?

—[Asiente con la cabeza] Así es, aunque hay otro escenario. Todos los líderes del mundo están empezando a hablar de manera preocupada acerca de la crisis económica y de la necesidad de reanimar las economías, de inyectarles liquidez, de impedir que haya grandes bancarrotas y quiebras de empresas, que el desempleo no llegue a niveles estratosféricos... todos los presidentes del mundo están muy preocupados por la situación económica.

Por eso cabe la esperanza de que esa preocupación, ese miedo, los impulse a tomar decisiones, a trabajar coordinadamente. El multilateralismo es la manera más ineficiente de operar, pero no hay otra. Tener amigos en este momento es muy valioso.

¿Esta doble crisis puede terminar costándoles la presidencia a Donald Trump, a Andrés López Obrador en México o a Jair Bolsonaro en Brasil, dados sus abordajes ante la pandemia?

—Sí, yo creo que sí. La salvedad, por supuesto, es que López Obrador no tiene un segundo periodo posible, pero sí podría hablarse de su legitimidad y de su popularidad.

A él lo va a afectar mucho la situación económica de su país, con su política bastante agresiva contra el sector privado y la manera en que ha enfrentado la pandemia. Eso lo pagará políticamente en términos de popularidad. En el caso de Trump, creo que sus probabilidades de ser reelegido son menores de lo que eran antes de la pandemia. Antes era casi seguro que iba a ser reelegido. Ahora, no tanto.

Ahora vamos a lo sistémico y de largo plazo. En sus dos últimos libros de no ficción, Ilícito y El fin del poder, aborda las dificultades que afrontan los Estados y marca “la necesidad de hallar nuevos modos de concebir la soberanía”. ¿La pandemia refuerza su visión, la corrige, la consolida?

—Es muy temprano todavía. Mi miedo es que este tipo de eventos aumente la propensión al autoritarismo. A raíz de esto pueden darse respuestas autocráticas, dictatoriales y conculcarse los derechos civiles de la gente. Hay que proteger a la democracia en circunstancias en que la gente desesperada, ansiosa, preocupada y asustada está dispuesta a hacer concesiones a sus derechos, a las libertades políticas propias de una democracia. Y puede haber gobiernos que caigan en las grandes tentaciones de aprovecharse de esos miedos en momentos en que el proteccionismo puede matar.

Falta de liderazgo y, en ciertos países, un notable desprecio a las recomendaciones científicas...

—Debemos traer a los científicos al centro de la conversación y respetar sus ideas más que las de los políticos. ¡No quiero que esta epidemia sea manejada por los políticos, quiero que sea manejada por los mejores epidemiólogos del mundo!

El problema, parafraseando una de sus últimas columnas, no es que abunden las teorías conspirativas o los “charlatanes de feria”, ¡sino que hay muchos que les creen!

—Sí, he estado fascinado durante mucho tiempo con los seguidores de los charlatanes. He escrito varias columnas preguntándome cómo es posible que les crean a estos charlatanes totales. The Washington Post tiene un departamento de periodistas dedicado a verificar las afirmaciones de Trump y registra que diariamente el presidente miente. Sin embargo, eso es rechazado por sus seguidores porque no tiene que ver con evidencias, con la verdad, sino con sentimientos muy fuertes de afiliación con esos charlatanes. Lo que me sorprende es que muchos seguidores son gente sofisticada, informada, viajada, leída. Esta es una época de oro para los charlatanes.

Dado que los argentinos están forzados a permanecer en sus casas desde hace semanas, ¿qué libros, series o películas les recomienda leer o mirar para “aprovechar” la cuarentena? ¿Qué está leyendo o viendo usted ahora?

—Estoy releyendo... El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, un libro de ficción que ocurre en medio de una peste... Es hora de desempolvarlo y volverlo a leer. Y luego estoy leyendo... El triunfo de la duda. Dinero oscuro y la ciencia del engaño, de David Michaels.

Esto responde a una inquietud que he tenido en los últimos tiempos, que es el desprecio de los hechos, de la ciencia, de los expertos que ha demostrado el populismo, con su supuesta lucha en defensa del pueblo en teoría maltratado por expertos... recomiendo: Homeland y Succession.

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