Un año después del ataque de Hamas del 7 de octubre, Gaza se encuentra atrapada en un círculo vicioso de destrucción que parece no tener fin. Las cifras estremecedoras: más de 41 mil palestinos muertos, 1.9 millones de desplazados y una economía arrasada dan cuenta de uno de los episodios más dramáticos en la historia de un conflicto de larga data. Esta catástrofe; sin embargo, no es un accidente, es la consecuencia predecible de décadas de extremismo, política fallida y de una comunidad internacional que ha preferido mirar hacia otro lado.
¿Cómo llegamos a este punto? La ideología extremista de Hamas, cuyo objetivo declarado es la destrucción de Israel, ha sido catastrófica para los mismos palestinos que dice defender. El ataque del 7 de octubre, que dejó mil 200 civiles israelíes muertos y más de 250 secuestrados, es sólo el último y más brutal reflejo de esta ideología. Lo irónico es que antes de este ataque la mayoría de los gazatíes no compartían dicha visión de destrucción. Una encuesta previa al 7 de octubre revelaba que sólo 29% confiaba en las autoridades de Hamas, mientras que 54% apoyaba una solución de dos Estados. Hamas ignoró estas opiniones y, al lanzar su ataque, selló el destino de Gaza al desatar una respuesta israelí que ha resultado devastadora.
Es esencial dejar claro que las acciones de Hamas, el 7 de octubre, fueron atroces, que el asesinato de civiles y el secuestro de personas son crímenes de guerra que deben ser condenados sin ambigüedades. Los terroristas de Hamas no sólo infligieron un dolor profundo en Israel, sino que también sellaron el destino de miles de palestinos inocentes, condenándolos a sufrir las consecuencias de una guerra que nunca pidieron.
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Por su parte, Israel respondió con una fuerza que, a la luz de la distancia, ha sido totalmente desproporcionada. Los bombardeos aéreos y las ofensivas terrestres, según cifras del Ministerio de Sanidad de Gaza, dejaron 21 mil 600 palestinos muertos en las primeras 12 semanas, un tercio de ellos eran niños. Una investigación de Amnistía Internacional documentó nueve ataques aéreos que provocaron la muerte de 229 personas, en violación del derecho internacional humanitario.
El ataque aéreo del 19 de octubre que destruyó parte de la iglesia de San Porfirio en Gaza y mató a 18 civiles, incluidos niños, es un ejemplo concreto de esta brutalidad.
La destrucción masiva de infraestructura civil, hospitales y escuelas ha intensificado una crisis humanitaria que amenaza con perpetuarse por generaciones. Por supuesto que Israel tiene el derecho de defenderse. Sin embargo, la magnitud de su respuesta pone en duda su apego al derecho internacional. La muerte de decenas de miles de civiles, especialmente de niños, es una tragedia que no puede ser justificada como daño colateral inevitable.
Este ciclo de violencia ha dejado cicatrices profundas en ambas poblaciones. La situación de los rehenes israelíes en Gaza es particularmente desgarradora, con familias que viven en una angustia constante y sin certezas, enfrentando a un gobierno más preocupado en aferrarse al poder y destruir a Hamas que en rescatar a quienes fueron llevados por la fuerza hace prácticamente un año. Mientras que los palestinos viven las terribles condiciones de una guerra que los ha dejado sin alimento, agua, escuelas, ni atención médica.
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La devastación en la Franja plantea desafíos monumentales para su reconstrucción. Con 82% de las empresas destruidas y dos tercios de los empleos perdidos, la recuperación económica es un objetivo casi inalcanzable. Más de 60% de las viviendas han sido dañadas o destruidas, dejando a cientos de miles de personas sin un hogar al cual regresar. La infraestructura agrícola, clave para la subsistencia local, ha sido severamente afectada: entre 44% y 52% de los huertos han sido destruidos y 50% de los campos se han reducido a cenizas.
El impacto en el sistema de salud es particularmente alarmante. Con 94 hospitales y centros de atención primaria fuera de servicio, los gazatíes viven una crisis sanitaria sin precedentes. La falta de acceso a atención médica básica, sumado a la escasez de agua potable y la falta de saneamiento adecuado, ha creado un caldo de cultivo perfecto para la propagación de enfermedades. La reconstrucción pasa no sólo por levantar edificios y reparar infraestructura, sino también por sanar el tejido social y económico. El trauma sicológico que sufre la población, especialmente niños, requerirá años de apoyo y atención especializada. La destrucción de las escuelas dejará cicatrices por generaciones y tendrá repercusiones a largo plazo en el desarrollo de la región.
¿Qué Estado puede haber?
El extremismo y la violencia sólo han conducido a más sufrimiento para los más inocentes. La solución de dos Estados, apoyada por la mayoría de los gazatíes antes del conflicto, parece haberse convertido en un sueño inalcanzable.
¿Qué Estado puede ser Gaza si prácticamente todo ha desaparecido bajo el poder de las bombas? Antes de poder volver a una conversación de largo plazo como esa, es indispensable primero detener la violencia. Una vez alcanzado ese objetivo, es esencial que la reconstrucción se convierta en una prioridad y que esta incluya mecanismos para prevenir el desvío de recursos hacia fines militares y actividades terroristas, y que la comunidad internacional insista en la desmilitarización de Gaza como parte de un acuerdo más amplio.
El proceso de reconstrucción ofrece una oportunidad para reimaginar Gaza. Inversiones en educación, en desarrollo económico sostenible y en el fortalecimiento de la sociedad civil pueden sentar las bases para un futuro estable y próspero alejado del fantasma del terrorismo.
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El camino hacia la recuperación y la paz será largo y difícil y, sin el compromiso y el involucramiento de la comunidad internacional, la idea de la coexistencia pacífica luce cada vez más como un sueño inalcanzable. El futuro de la región dependerá de qué tanto palestinos e israelíes sean capaces de lograr un alto al fuego y comenzar un proceso de construcción de paz que pase por sanar heridas para desactivar la radicalización de unos y otros. La alternativa es continuar en esta espiral de violencia que sólo garantiza más dolor y destrucción para todos. Internacionalista. X: solange_