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Madrid.— Ignacio Cortés se dedicó durante dos años a investigar los abusos sexuales a miles de menores cometidos por curas católicos a nivel global, y a lo largo de la historia contemporánea.
El resultado es el libro Lobos con piel de pastor (Editorial San Pablo, 2018), en el que Cortés desgrana los sucesivos escándalos de pederastia que en distintos países del mundo, incluido México, han sacudido los cimientos de El Vaticano. Una de sus conclusiones es que en los países latinos existe un índice de criminalidad oculto, una resistencia cultural a que los poderosos rindan cuentas, lo que impide que las agresiones sexuales de los sacerdotes muestren su verdadera dimensión.
“Me temo que en los países latinos asistiremos a nuevos escándalos donde el problema está latente. La mecha está ahí y cuando la chispa prenda, el barril estallará. El Vaticano no está haciendo públicas todas las denuncias que recibe, cuando lo que tendría que hacer es aplicar la tolerancia cero”, señala Cortés en entrevista con EL UNIVERSAL.
La suya fue una tarea tan estimulante como ingrata, porque el recuento de los daños dejó una y otra vez al descubierto la indefensión de las víctimas y la impunidad con la que actuaron los delincuentes religiosos.
Todo ello con el agravante de que la mayoría de los afectados siguen atrapados en su pasado. No han recibido reparación alguna y continúan demandando justicia para poner fin al encubrimiento de los sacerdotes implicados en los abusos infantiles por parte de la jerarquía de la Iglesia Católica.
Consciente de la magnitud del problema, de sus muchas ramificaciones, y de que la historia a nivel planetario no había sido contada en español, el periodista se documentó a fondo y entrevistó a víctimas, expertos y representantes de El Vaticano para ofrecer la visión panorámica de un fenómeno que está presente en casi todos los países católicos, aunque su impacto sea muy desigual.
La Iglesia optó primero por el silencio y después por un arrepentimiento a todas luces insuficiente, ya que no llega acompañado de la necesaria terapia de choque contra los abusos sexuales perpetrados por los curas.
Los patrones son los mismos en todos los países. Afloran los casos de abuso sexual y la Iglesia les resta importancia. Pero después salta el escándalo, como el de Boston en 2002, y se confirma que ya no son tres o cuatro “ovejas descarriadas” y que la Iglesia ha trabajado activamente para ocultarlo todo.
Según Cortés, los sacerdotes implicados suelen actuar con el esquema del depredador. Buscan la presa más fácil con el trauma agregado de la inmadurez afectiva, para lo que parten de un estatus privilegiado.
“Los sacerdotes católicos tienen poderes casi mágicos. Transforman un vaso de vino y un trozo de pan ácimo en la sangre y el cuerpo de Cristo. Tienen un rango casi ultraterrenal como vicarios de Dios y esto facilita el trabajo de los abusadores”, asegura.
La plática transcurre en una de las terrazas de la calle Miguel Servet, en el madrileño barrio de Lavapiés.
En España, Italia y los países latinoamericanos existe una criminalidad reprimida y faltan canales de denuncia. Los casos siempre son mucho mayores de los que salen a la luz, puntualiza Cortés.
“En Irlanda, por ejemplo, hay teléfonos de atención a víctimas de abusos sexuales en los que pueden solicitar atención psicológica. Pero en España no existen canales de denuncia implementados por la Iglesia. Sólo hay protocolos de atención muy defensivos, para que los escándalos no trasciendan y no perjudiquen a la institución”.
El libro también se ocupa del caso del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, quizás el ejemplo más emblemático de cómo El Vaticano hizo oídos sordos a las denuncias de abuso sexual.
El padre Maciel aportaba muchos fondos a la Iglesia y también vocaciones frescas y encajaba muy bien en la idea de la nueva evangelización de Juan Pablo II. Era su mano derecha. Pero más que del caso de los Legionarios de Cristo, hay que hablar del caso Maciel, precisa el autor.
“El Papa no actuó a pesar de los evidentes abusos a menores, su fama de mujeriego, sus dispendios y su adicción a los calmantes fuertes. Hizo caso omiso y seguía hablando de Maciel como un ejemplo para la juventud y los sacerdotes. Hasta que saltaron todos los diques y El Vaticano tuvo que reconocer que llevaba una doble vida, incompatible con los valores cristianos”.
En cualquier caso, sólo estamos viendo la punta del iceberg.
“Hablando con el jesuita Hans Zollner, miembro relevante de la Comisión Pontificia para la tutela de menores creada por el papa Francisco, me decía que los abusos existen en todos los sitios y eso lo saben las Conferencias Episcopales y los Obispos que remiten los casos a Roma”, concluye Cortés.