San José.— Una vorágine de dudas atribuló a desde los primeros minutos del 29 de julio anterior cuando el régimen izquierdista de Venezuela divulgó, en un interrumpido y escabroso conteo de votos de los comicios presidenciales de ese país en la víspera, el resultado final, irreversible e inapelable de la contienda: el oficialismo tomó control del escrutinio, se proclamó ganador y afianzó su fama de recurrir al fraude.

Frente al panorama del oficialismo victorioso, desafiante y fanfarrón, a la oposición se le apareció finalmente —sin maquillaje y demoledora, opulenta e inmisericorde y ya prevista por meses de campaña por la inminencia del fraude— una imagen de cinco palabras y dos signos en el tono más oscuro o sombrío: ¿Murió la democracia en Venezuela?

La oposición se plegó en la última década a defender reiteradamente que la única ruta para vencer al régimen debería ser la electoral, pacífica, democrática y en libertad, cívica y en justa competencia.

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¿Fracasó la vía de las urnas? Las impugnaciones de actas por parte de la oposición para demostrar el fraude, ¿surtirán realmente efecto o nadie podrá cambiar la declaratoria a favor del cuestionado presidente izquierdista de Venezuela, Nicolás Maduro? ¿O a Maduro nada ni nadie lo sacará del poder, excepto eventualidades como un golpe de Estado o un lío de salud?

Por el denunciado fraude, también proliferó la figura de la consolidación final en Venezuela de una segunda Cuba: la copia de partido comunista y de pensamiento único y omnipresente en la vida de sus ciudadanos, sin multipartidismo o libertad de pluripartidismo ni elecciones y prensa libres, con economía predominantemente estatal y con presidio político.

Decidido el madurismo a perpetuarse en el poder, parecería improbable que, al percatarse de que hay actas que mostrarían su maniobra fraudulenta, aceptaría reconocer su culpa y, dócil y voluntario, pasiva y obedientemente convocar a la oposición al Palacio de Miraflores, sede de la Presidencia, a entregarles las llaves de ese emblema político de Caracas.

“En estas horas se está jugando nuestro destino y el de la democracia en la región”, advirtió la educadora y activista social venezolana Deborah Van Berkel, coordinadora de Ideas para la Democracia, agrupación no estatal de Venezuela de monitoreo y análisis político.

“Los ciudadanos demócratas están pariendo un futuro brillante para Venezuela. En circunstancias muy difíciles, al tener que enfrentar un régimen que acaba de desconocer la voluntad del pueblo en las elecciones del 28 y viola todos los derechos humanos, se está expresando un nuevo nosotros, que clama por la libertad”, dijo Van Berkel a EL UNIVERSAL.

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“Este pueblo confía en sí mismo y su liderazgo democrático, pero también espera una solidaridad activa por parte de los hermanos latinoamericanos y de otros países de la comunidad internacional”, recalcó.

A primera hora de la tarde del 29, Maduro acudió alborozado y distendido al Consejo Nacional Electoral (CNE), réferi de las elecciones y sumiso al oficialismo, a recoger su credencial de presidente electo. Postulado por el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Maduro ya gobernó consecutivamente desde abril de 2013 y, salvo sorpresas, lo hará hasta enero de 2031 para completar 17 años y 9 meses de mando total y llegar a 32 del régimen.

El madurismo amarró su monopolio sobre los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral, en la mayoría de gobernaciones y municipios y en los temibles aparatos militares, policiales, paramilitares y parapoliciales, en un calco de Cuba, donde las posesiones institucionales del régimen, al igual que en Nicaragua, son a 100%.

La Plataforma Unitaria Democrática (PUD), mayor bloque opositor venezolano, acusó a partir de la madrugada del 29 que Maduro cometió fraude y anunció que, con las actas de votación en su poder, apelará y demostrará que su aspirante presidencial, el derechista Edmundo González, ganó la presidencia. González corrió como favorito sobre Maduro.

Al plantear que “sólo queremos libertad y reconstrucción democrática”, la opositora derechista venezolana María Corina Machado, lideresa del PUD, argumentó que “tenemos la prueba irrefutable e irreversible de que ganamos. Y no sólo ganamos, ¡arrasamos!”.

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En respuesta, el aparato oficial amenazó con más represión en contra de la cúpula opositora. Como número dos del régimen venezolano, teniente de ejército en reserva y diputado, el poderoso político Diosdado Cabello minimizó las “repetitivas y previsibles” alertas de fraude de los opositores, pero ayer amenazó con encarcelar a sus adversarios.

En este contexto progresivo de centenares de miles de venezolanos lanzados a las calles de Venezuela para protestar contra Maduro y exigirle que respete la voluntad popular expresada en las votaciones del 28, el cerco sobre González, Machado y otros dirigentes de la oposición se acrecentó. Todo pareció alertar por el cierre de más puertas a una democracia con vida en Venezuela.


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