San José.— Al llegar hoy a sus 60 años de existencia en Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) completó el paso de perseguido y reprimido a perseguidor y represor y de férreo emblema bélico contra la dictadura dinástica derechista de los Somoza a dócil instrumento para prolongar el poder de los Ortega Murillo, acusados de dictadura dinástica encubierta en el socialismo.
Tras ganar los comicios de 2006 y asumir en 2007, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, comenzó a “consolidar una dictadura”, alegó el nicaragüense Luis Carrión Cruz, uno de los nueve comandantes del FSLN que, junto al hoy presidente, entraron triunfantes a Managua para sellar la caída del somocismo en julio de 1979.
Hostigado de joven por el aparato represivo de los Somoza, que gobernó 45 años, Carrión, de 68 años, ahora es perseguido por Ortega, su antiguo camarada en la guerrilla sandinista y, de 1979 a 1990, en la revolución dirigida por el FSLN.
Casado, con cuatro hijos y máster en Administración Pública, Carrión huyó de Nicaragua a Costa Rica en junio anterior por la oleada de represión política que Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, recrudecieron desde abril de 2018 y atizaron el mes pasado con el arresto de 26 opositores, incluidos mujeres y hombres que acompañaron al hoy gobernante en insurgencia y en Revolución.
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“Ortega prácticamente ya mató, liquidó las elecciones”, dijo Carrión a EL UNIVERSAL, en referencia a los comicios convocados para el próximo 7 de noviembre y marcados por el encarcelamiento del liderazgo opositor y la decisión de Ortega y Murillo de preservar el dominio que lograron a partir de 2007.
Carrión entró al FSLN en 1972 y pasó a la clandestinidad en 1974. Con la victoria de 1979 ocupó varios cargos en la Revolución, derrotada en las urnas en 1990 con Ortega como candidato sandinista.
Concluida la fase revolucionaria, Ortega se apoderó del Frente y provocó la ruptura en 1995 con Carrión y otros veteranos sandinistas, que crearon una fuerza opositora que en 2021 quedó acorralada por el dúo gobernante.
La pareja negó ser dictadura dinástica y represora y alegó que sus rivales se vendieron a Estados Unidos y recurrieron al terrorismo para un golpe de Estado.
¿Cómo es la Nicaragua de hoy con la que soñó al unirse con 19 años al FSLN?
—Totalmente distinta. Es una Nicaragua de la que me he visto obligado a salir para preservar mi integridad. Varios de mis compañeros de lucha contra los Somoza en la década de 1970, en 2021 están detenidos. Ortega dejó atrás sus sueños revolucionarios. Nunca tuvo convicción democrática.
Cuando regresó a la Presidencia en 2007 se dedicó a construir y consolidar una dictadura y sometió a su control a todos los poderes estatales, con fraude electoral y como jefe del Ejército y de la Policía. Convirtió al Poder Judicial en ejecutor de sus políticas, sin independencia, y modificó la Constitución para reelegirse indefinidamente.
De los sueños revolucionarios en Nicaragua pasamos a la construcción de una dictadura que en sus fines y en su corrupción no se diferencia mucho de la dictadura de los Somoza y de otras dictaduras del siglo pasado en América Latina.
Esa es la gran traición de Ortega y no sólo a los sueños de aquel entonces, sino a las aspiraciones de la juventud actual. A todos engañó.
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¿Sufre hoy Nicaragua por los errores de la Revolución que usted apoyó?
—En la Revolución fracasamos en extirpar la raíz de la tragedia recurrente en Nicaragua: el ciclo dictadura-revolución-dictadura-revolución que nos tiene como el segundo país más pobre de América y que significó una larguísima lista de gente, de mayoría jóvenes, que sacrificó sus vidas luchando por construir un nuevo país.
¿Qué más hará Ortega sobre la oposición?
—La verdadera naturaleza de la dictadura de Ortega y Murillo que construía se mostró con toda claridad cuando liquidó a sangre y fuego a la sublevación cívica [antigubernamental] que estalló en abril de 2018.
A Ortega no le interesa crear las bases de un Estado democrático ni resolver los problemas de Nicaragua. Sólo le interesa mantenerse en el poder y si para eso tiene que arrastrar al país entero a enormes dificultades, mandar al exilio a miles, encarcelar a la dirigencia opositora, lo va a hacer y lo seguirá haciendo.
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¿De qué servirán los comicios de noviembre?
—Ortega prácticamente ya liquidó, mató las elecciones. Las hizo completamente ilegítimas. ¿Cómo podrá haber elecciones sin derecho ciudadano, con persecución policial, teniendo presos a prácticamente todos los aspirantes presidenciales?
No hay condiciones, voluntad política ni tiempo para que haya elecciones libres, sin presos políticos. Eso ya no hubo, se acabó. No lo habrá de hoy a noviembre y es casi imposible: no hay voluntad de hacerlo.
Ortega no puede darse el lujo de abrir un espacio democrático y hacer elecciones medianamente aceptables, porque se corre el riesgo muy grande de salir derrotado y tener que salir del gobierno. Ese es el precio que Ortega no quiere pagar y, por eso, tampoco abrirá espacios. Ya es muy tarde para que sean elecciones correctas. Habrá votación, pero sin elección. El pueblo no podrá elegir.
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¿Qué puede hacer la comunidad internacional?
—Jugar un papel mucho más activo. Ortega se está burlando absoluta y totalmente de la comunidad internacional, de la que él piensa que ni tiene voluntad ni capacidad de crearle una situación que lo obligue a cambiar. Cree que la comunidad internacional es un tigre de papel.