Miami.— Las horas pasaron en el centro de reunificación de familias de víctimas del derrumbe de un edificio en Miami-Dade, y, aunque eso casi siempre son malas noticias en estos casos, los allegados del centenar de desaparecidos mantienen una actitud positiva y no pierden la esperanza. “Ojalá estén vivos”, proclamaron.
Las autoridades apartaron celosamente a los curiosos y a la prensa, a la que no dejaron ingresar y menos aún llevar a cabo entrevistas con sobrevivientes. De manera hermética, entraban y salían sólo afectados, autoridades y personal de confianza. Trascendió que el centro de reunificación y una sinagoga sólo eran temporales porque de inmediato se les iba a reubicar en habitaciones de hotel o áreas donde pudieran cubrir todas sus necesidades.
Entre los afectados hay varios menores a los que se prestó atención especial. Para ello, se incluyó la presencia de perros de compañía terapéutica: un salchicha y un dálmata.
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Afuera del centro de reunificación, decenas de personas, celular en mano, buscaban a sus seres queridos. Como Luz Marina Peña, que mostraba la foto de su tía Marina, de 77 años, quien vivía en el condominio colapsado y padece asma. “Es una angustia horrible, porque no sabes si está bajo los escombros, si está viva, si no lo está”, dijo al diario Miami Herald.
Sergio Barth también esperaba noticias. Su hermano, Luis Fernando, estaba de visita en el sur de Florida desde Colombia con su esposa y su hija de 14 años. Llevaban aproximadamente un mes en el apartamento de Champlain Towers de un amigo cercano y, tras recibir las dos dosis de la vacuna contra el Covid-19, la familia estaba lista para regresar a Colombia este jueves por la tarde.
Un amigo llamó a Salem el jueves por la mañana para alertarlo del colapso y le dio los nombres de sus conocidos a la policía. Hasta ayer no había escuchado nada sobre ellos. “Esperaremos y rezaremos para que regresen”, dijo, y agregó: “Ojalá estén vivos”.
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Moisés Rubinstein, vecino y miembro de la comunidad judía, que se ha volcado con damnificados y familiares de los desaparecidos, llegó a primera hora y ha ayudado, pero van pasando las horas y los rostros de angustia se van intensificando en este centro al que se acercó la puertorriqueña Estela María para ver si había novedades de su sobrina Annie, de 42 años, y Luigi, de 19, que vivían en el edificio. El silencio sólo se ve interrumpido por el sonido de sirenas, de los perros de búsqueda ladrando... Pero hasta ahora, ningún “¡hurra!” que indique que alguien salió con vida.
*Con información de Max Aub