Nueva York.— Yonny Morrillo y su futura esposa, Yuleyvis Navas, venezolanos, se casaron en una Iglesia luterana en el centro de Manhattan. Han estado seis años juntos y tienen una hija de 18 años (fruto de una relación anterior que tuvo Yuleyvis) y otro niño de tres.
Podría ser una boda como cualquier otra, pero no es así. En esta pareja hay amor, pero se dieron el “sí quiero” en un altar improvisado para “poder vivir juntos en el refugio que les ha ofrecido la ciudad de Nueva York”, confiesa Yonny a EL UNIVERSAL . Para las parejas de migrantes indocumentadas que han llegado a la Gran Manzana en los últimos meses, un certificado de casamiento es la única forma de permanecer juntos legal y físicamente. De lo contrario, serán separados en diferentes refugios en función de su sexo y su proceso para la solicitud de asilo será bastante más complejo.
Yonny llegó a la ciudad de los rascacielos con su familia en agosto, después de un largo y duro viaje que se alargó un mes. “Estuvimos tres días en la selva y pasamos por Panamá, Costa Rica, y muchas otras ciudades. Fue un viaje duro”, recuerda, orgulloso de su logro. Hasta ahora no había tenido problemas para permanecer junto a su familia, pero los refugios de la ciudad cada vez están más saturados y el ayuntamiento quiere cubrir las plazas que tiene disponibles en esas enormes carpas que desplegó en la isla Randall este verano. Las anunció a bombo y platillo, pero todavía no ha cubierto todas las plazas y hay camas vacías. La mayoría de migrantes que están llegando a Nueva York procedentes de los estados republicanos de Texas y Arizona son familias y en esa enorme carpa sólo pueden refugiarse hombres.
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Cuando a Yonny le dijeron en el albergue que se hospeda en el barrio del Bronx que ya no podría estar junto a su familia y “tenía que buscarme un refugio para hombres porque no estábamos casados”, no lo podía creer. Tras la odisea que pasaron para llegar a EU, no era posible que los fueran a separar. Pero pronto encontró solución y se unió a las decenas de parejas migrantes que están acelerando sus matrimonios para poder permanecer juntos física y legalmente. Aunque la ceremonia no tenga validez hasta que se haga el trámite civil en la ciudad, puede servirles para pedir asilo como familia y garantizar que dormirán bajo el mismo techo.
El difícil proceso legal que enfrentan muchos de los recién llegados y la política de los refugios de la Gran Manzana de separar a los inquilinos por sexo ha provocado que en los últimos meses se haya disparado el número de bodas entre los migrantes, en su mayoría venezolanos, llegados a la ciudad de Nueva York. “En Venezuela no nos llegamos a casar porque no teníamos dinero, pero aquí nos ayudan en todo”, asegura Yonny. Por eso, el padre Fabián Arias, de la Iglesia luterana de San Pedro en Midtown Manhattan, los convirtió en marido y mujer.
No son los únicos a los que este párroco ha unido desde el pasado mes de septiembre. “Uy, he casado a más de 50 parejas desde entonces”, explica a EL UNIVERSAL . Algunos de ellos llevan juntos desde que eran unos adolescentes, otras parejas ya hace tiempo que tuvieron hijos. “Incluso uní en matrimonio a dos mujeres que eran pareja, eso les ayudó para que una de ellas pudiera someterse al cambio de sexo”, explica.
“Esto no es un certificado legal, pero sí de la Iglesia, y hay algunos oficiales de inmigración que lo admiten como válido de cara al proceso legal de la pareja”. Por eso, el padre Fabián suele viajar a menudo a la frontera con México, a unir ante los ojos de Dios a parejas en nombre de su Iglesia. “Cuando los migrantes cruzan la frontera puede que no se les considere familia de cara al proceso legal si no tienen ningún documento que lo demuestre”, algo bastante habitual teniendo en cuenta que la mayoría de ellos pierden todas sus pertenencias en el camino, ya sea huyendo de alguna amenaza en la selva, cuando cruzan ríos o tienen que pelear por su vida.
“Si yo los caso en la frontera y tienen un certificado de que la Iglesia los ha bendecido como familia, algunos oficiales lo tienen en cuenta y no los separan”, explica el padre Fabián. En migración , un caso en pareja por lo general suele tener bastante más peso ante el juez que los de las personas que llegan de manera independiente solicitando asilo.
Gracias a esta rápida e improvisada boda en la que Yonny confiesa que “no han preparado nada porque no tenemos dinero”, esta familia venezolana espera poder arreglar su situación lo antes posible. Pero parece que los albergues no es lo único que se está saturando en la ciudad. “Hoy hemos tenido la última llamada con nuestro abogado y nos ha dicho que nuestro proceso ya está en marcha, que el juez nos dio la primera audiencia en 2024, para presentarnos ante él y pedir asilo”. En 2024. Eso si tienen suerte y consiguen que su caso salga adelante, porque escapar de las dificultades económicas del país de origen no aplica como motivo para que las autoridades estadounidenses permitan a los migrantes quedarse legalmente en el país.
“Y mientras tanto, ¿cómo sobrevivimos mi familia y yo?”, es la pregunta que se hacen miles de migrantes que se encuentran recién llegados a la Gran Manzana y se chocan de frente con la extenuante idiosincrasia de la dilatada burocracia estadounidense.
La gran mayoría viene a Estados Unidos a trabajar y en busca de una mejor vida, pero a veces acaba siendo más dura la parte legal que las inclemencias que han sufrido en el camino. Cuando los solicitantes de asilo consiguen sortear algunos impedimentos con los que les sorprende Nueva York (por ejemplo, conseguir un teléfono para comunicarse con sus familiares o recibir ofertas de trabajo —legal o ilegal—, ropa para protegerse del frío, atención médica, asesoramiento legal y un largo etcétera), llega el momento de descubrir cómo van a sobrevivir en la ciudad de los rascacielos, que por cierto, se encuentra entre las 10 grandes urbes más caras de Estados Unidos. Y ahí viene la gran paradoja: los solicitantes no pueden pedir un permiso de trabajo hasta 150 días después de presentar su petición de asilo, una regla que varios funcionarios de la ciudad ya han pedido al gobierno federal que modifique para acelerar los trámites y que los recién llegados dejen de depender cuanto antes del dinero público.
Mercado clandestino
Con ese panorama, muchos migrantes han pasado a engrosar las filas del mercado laboral clandestino de la ciudad. Construcción, servicios de limpieza, electricistas y cualquier puesto en el mundo de la hostelería se han convertido en el destino de muchos trabajadores indocumentados. No tienen contratos, sus jornadas pueden durar tanto o tan poco como quiera su jefe, y por lo general cobran mucho menos de lo que cobraría un empleado con permiso de trabajo en este país. Pero no les importa. Lo único que tienen en la cabeza es “volver a casa con algo que les permita acercarse un poco más a una vida digna y normal”.
“Estoy buscando lo que sea, siempre que sea honrado”, cuenta a este diario Z, quien prefiere no usar su verdadero porque le preocupa que esta confesión lo perjudique. “Mi mujer trabaja en algunas casas limpiando y a veces cuida a unos niños que viven cerca de donde estamos”. Le están pagando nueve dólares por una hora de trabajo (174 pesos mexicanos), seis dólares por debajo del salario mínimo profesional en Nueva York, que asciende a 15 dólares por hora (290 pesos mexicanos). “Y yo, bueno, ayudo a un amigo a limpiar alguna casa en la que él hace obras. Tres horitas aquí, dos horitas allá, nada serio. Y me paga lo que puede”, confiesa.
Una historia que se repite una y otra vez entre los más de 22 mil migrantes llegados a la ciudad desde abril, según datos del ayuntamiento. Una avalancha de personas indocumentadas enviadas por los gobernadores de los estados republicanos de Texas y Arizona en respuesta a la mano blanda, dicen ambos dirigentes estatales, del presidente demócrata Joe Biden con el problema de indocumentados en la frontera.
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