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Washington.— La politización del tema de las armas tiene un culpable: el lobby de las armas. Cuando se habla de defensores de la Segunda Enmienda, todas las miradas van a un mismo objetivo: la Asociación Nacional del Rifle. La NRA, creada en 1871 para “promover y alentar el disparo de rifles con una base científica”, es desde hace tiempo el epicentro de la lucha por la defensa de las armas, una batalla que ha sabido llevar de forma astuta al terreno político y donde ha conseguido grandes triunfos, hasta el punto de ponerlo en el centro del debate en todo el país.
En el ciclo electoral de 2016 gastó poco más de 54 millones de dólares en campañas, 30 millones de ellos para ayudar por diferentes vías a la candidatura presidencial de Donald Trump y, el resto, en su mayoría a candidatos republicanos. Y aunque la cifra parezca elevada, sólo fue el noveno grupo que más aportó a políticos ese año.
El poder real de la NRA no está en el dinero —que es significativo—, sino en las bases. A pesar de que sólo cuenta con 5 millones de miembros registrados —entre ellos figuras como Chuck Norris o Tom Selleck—, sus doctrinas y dogmas permean con mucha facilidad entre cualquier propietario de armas. La NRA, en las últimas décadas, se ha convertido en un actor político más, con ciertos movimientos que han provocado un cambio en el pensamiento de la sociedad estadounidense. Para empezar, en la colocación del tema de armas como un elemento a tener en cuenta en los asuntos que deben aparecer en una propuesta electoral. La defensa o no de la Segunda Enmienda puede condicionar miles de dólares en fondos de campaña, además de una legión de votantes.
Ahí es donde radica otra de las fortalezas de la NRA: la movilización de un electorado, el segmento de propietarios de armas, dispuestos a decidir su voto en función de un único tema. Su concentración, normalmente en zonas rurales que pueden cambiar de color político con pocos votos, los hace todavía más fundamentales. Este grupo es cinco veces más propenso a donar dinero a candidatos que defiendan las armas y contacta con sus congresistas el doble de veces para pedir que defiendan sus derechos. Para ellos, ser pro o anti armas es factor condicional definitivo para el apoyo a un candidato.
De ahí la existencia de la clasificación por grados, como si fueran calificaciones escolares, de los candidatos y políticos en función de la adecuación de su discurso a la creencia de la NRA. Cuanto mayor sea la puntuación, más vocal será el lobby de las armas en darle su apoyo y, por tanto, la movilización de la base en su favor.
La defensa sin fisuras de las armas está anclada en la creencia que más protección y control es un intento del gobierno federal de inmiscuirse en los derechos privados del ciudadano, lo que acerca a los dueños de armas a uno de los pilares del republicanismo estadounidense.
La necesidad de proteger la Segunda Enmienda de la Constitución, algo difícilmente reformable por la normativa de remodelación constitucional vigente, se ha convertido en un movimiento casi fundamentalista y radical, con varios organismos y asociaciones por la causa. La NRA no está sola y entre las organizaciones de defensa de las armas está la Second Amendment Foundation (SAF), entidad que se define como “dedicada a promover un mayor entendimiento sobre la herencia constitucional de ser dueño y poseer armas de fuego” a través de programas educativos y acciones legales.