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El ataque de ayer en Barcelona provocó escenas de terror. La Rambla es una avenida por la que circulan cien millones de personas al año de todas las nacionalidades, según cálculos del ayuntamiento de Barcelona.
Javier Puerto, originario de Cádiz que está de vacaciones en la ciudad, relató a EL UNIVERSAL que él acababa de pasar por la zona del atentado en un autobús cuando se produjo el atentado.
“Viajo dentro de un tour, y cuando nos hemos bajado, nos hemos dado cuenta de que pasaba algo. La situación era muy tensa, la policía se ha movilizado y nos hemos quedado retenidos, sin poder llegar durante horas a nuestro hotel, que estaba muy cerca del lugar atentado”. El ataque generó una ola de pánico en la ciudad. Durante la tarde se desataron estampidas de cientos de personas asustadas, además de connatos de pelea entre quienes se refugiaron en bares y comercios cercanos y otros grupos que intentaban forzar las persianas metálicas para acceder a su interior.
“Se ha oído un ruido muy fuerte, me he levantado de un brinco y me he colocado detrás de una silla; justo entonces una furgoneta blanca me ha pasado delante a gran velocidad”, narró Joan Pere, un testigo, al diario barcelonés La Vanguardia. “Todo el mundo gritaba, pero en ese tramo inicial no ha llegado a atropellar a nadie, ha sido más adelante”, dijo.
De acuerdo con su versión, el mayor número de personas atropelladas se concentró en una zona más estrecha del paseo, donde las víctimas no pudieron huir.
Las imágenes que ayer se difundieron en redes sociales, a pesar de los esfuerzos de la policía por evitarlo, mostraban cómo muchas de las 13 víctimas (cinco de ellas, menores) y del centenar de heridos se concentraban en ese pasillo.
Claudia Pais, una testigo que narró en Twitter su encierro en una tienda, describía el ambiente de preocupación: “Hemos abierto ya tres veces de nuevo [la tienda] y vuelto a cerrar porque la gente empieza a correr y gritar de la nada. No sabemos qué hacer”.
También se vieron demostraciones de solidaridad y apoyo a los afectados, como el ofrecimiento de camas a todos los turistas cuyos hoteles quedaron inaccesibles por el cordón policial de siete horas, o las donaciones de sangre en los hospitales.
España no vivía un atentado yihadista desde 2004, cuando se colocaron explosivos en trenes en la estación de Atocha, en Madrid, dejando 192 muertos.
España se encontraba en alerta máxima desde 2015 y había logrado evitar los ataques.
La buena racha terminó ayer con un crimen que reúne muchas de las constantes del yihadismo: es indiscriminado, genera en los ciudadanos miedo a participar en aglomeraciones festivas, y tiene asegurado el impacto mediático.
Sin embargo, en un signo de normalidad, Puerto aseguraba ayer que él continuará con su visita por Barcelona hasta el domingo: “No vamos a permitir que nos detengan con esto. Hemos estado muy nerviosos, pero nos tenemos que levantar, desayunar y a seguir con el viaje”.