Bruselas.- A un cuarto de siglo de que el terror dejara su huella en las Embajadas estadounidenses en Nairobi y Dar es-Salam, con atentados simultáneos de alta precisión y sofisticación, la yihad no ha sido derrotada en África Occidental y el Sahel, por el contrario, ha crecido en los últimos 10 años, afirma el Director del Centro Europeo de Seguridad e Inteligencia Estratégica (ESISC), Jean Claude Moniquet.
En entrevista con EL UNIVERSAL, el reconocido investigador afirma que la situación se ha deteriorado a tal nivel que existe el riesgo de que se desarrolle un califato islamista en el Sahel.
“Lo que hemos aprendido, y no sólo de los atentados de agosto de 1998, es que la amenaza yihadista cambia constantemente. ¿Quién iba a pensar, en 2005, que Al-Qaeda quedaría marginada y daría paso al grupo Estado Islámico, que crearía un califato y llevaría la yihad al corazón de Europa? ¿Quién iba a pensar que el yihadismo llegaría a África Central, esencialmente al Congo y a la República Centroafricana, donde no había tradición de islam radical o militante? Sin embargo, hoy es así. África plantea un problema particular”.
Afirma que pese a los esfuerzos de Estados Unidos y Francia, la marcha de los grupos yihadistas continúa, hoy están a las puertas de Bamako, capital de Mali, y probablemente mañana contamine los países de la costa, como Senegal y Costa de Marfil.
Sostiene que la amenaza radica en la probabilidad de que África se parta en dos, a la altura del Sahel, con un contagio yihadista propagado como tumor de oriente a occidente.
“Aún no hemos llegado a ese punto, las profundas divisiones entre los dos grandes movimientos islamistas armados, Al-Qaeda por un lado y el Estado Islámico por otro, podrían impedirlo”.
“Pero las condiciones sociales, la desesperación de los jóvenes que rechazan a las envejecidas élites prooccidentales, la insuficiente respuesta de la comunidad internacional, la porosidad de las fronteras y la circulación de enormes cantidades de armas, hacen de este escenario uno muy real”.
Está convencido de que mientras siga habiendo gobiernos incompetentes, resultado de golpes militares o la corrupción, y Occidente no defina sus relaciones con el continente africano, la región continuará siendo terreno fértil para la propagación integrista.
El 7 de agosto de 1998, con financiamiento del millonario saudí Osama Bin Laden, Al-Qaeda ejecutó con enorme precisión ataques simultáneos contra las Embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia. Los atentados se saldaron con 257 muertos, entre ellos 12 norteamericanos.
A partir de ese momento, Al-Qaeda dejó de ser una organización que era conocida por pocos especialistas y la comunidad internacional comenzó a tomar en serio a Osama Bin Laden, recuerda Moniquet.
“Los atentados contra las embajadas demostraron que su grupo era capaz de concebir y preparar atentados masivos sin ser detectado. Y sobre todo, llevarlos a cabo con éxito. Los camiones bomba estallaron prácticamente a la misma hora (entre las 10.30 y las 10.40, hora local) en dos capitales separadas por más de 800 kilómetros”.
“Esta táctica de atentados simultáneos o en estrecha sucesión iba a repetirse el 11 de septiembre con los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, y un tercero que sin duda iba a golpear la Casa Blanca o el Capitolio. Luego, en Europa, en Madrid el 11 de marzo de 2004 y en Londres el 7 de julio de 2005”.
“En resumen, los atentados demostraron que Al-Qaeda era una organización que había sabido reunir a hombres decididos y bien entrenados que actuaban con precisión militar”.
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La respuesta de Estados Unidos a la agresión de sus intereses no se hizo esperar. El 20 de agosto respondió bombardeando “bases terroristas” en Afganistán y Sudán. La acción militar contra “instalaciones terroristas (…) fue a causa de la amenaza que representan para nuestra seguridad nacional”, dijo el entonces presidente Bill Clinton desde su residencia veraniega de Martha´s Vineyard, en la costa de Nueva Inglaterra.
El autor de Daesh, de la mano del diablo, señala que la respuesta a los ataques fue inadecuada e inapropiada. Asegura que la Fuerza Aérea estadounidense erró en sus objetivos, no se cobró la vida de ningún alto mando del grupo. Tampoco fueron los objetivos anunciados, el saldo de la operación fue la destrucción de las instalaciones de la empresa farmacéutica al-Shifa, la cual no solo no tenía relación con Al-Qaeda, producía más del 50% de los medicamentos del mercado somalí. En tanto que en Afganistán, los misiles mataron a cinco oficiales de los servicios especiales pakistaníes que adiestraban a activistas de Cachemira.
“En resumen, un fracaso total. Lo que había que hacer, por supuesto, era reforzar los medios de inteligencia, poner en marcha una cooperación más audaz con ciertos servicios de países árabes o musulmanes. Había que reunir la mayor cantidad posible de información concreta y operativa sobre Bin Laden y su grupo. Pero esto no ocurrió. Washington siguió subestimando la amenaza”.
Peor aún, continúa, la CIA y el FBI se enfrascaron en una “auténtica guerra” que impidió el intercambio de información, al tiempo que John O'Neil, el agente con mayor conocimiento sobre Al-Qaeda y que se encontraba al frente de la unidad antiterrorista del FBI, fue relegado. O'Neil murió en los atentados del 11 de septiembre, era el jefe de seguridad de las Torres Gemelas.
“Por desgracia no se aprendió de aquella lección, la mejor prueba es que tres años después, en 2001, la organización de Bin Laden llevó a cabo los atentados más simbólicos y mortíferos jamás cometidos. Es justo decir que no se han entendido las lecciones de agosto de 1998”, dice Moniquet.
En el contexto de la guerra sin frente que libran las democracias ante la yihad, el golpe de hace 25 años trae a la memoria a los yihadistas “solitarios”, a menudo muy jóvenes y que pasan a la acción tras una rápida radicalización.
“Para estas personas, probablemente podamos decir que los atentados contra las embajadas están muy lejos y no forman parte de su imaginación”.
También hace recordar a la organización. “Para Al-Qaeda los atentados son motivo de celebración y de enseñanza. Al-Qaeda siempre ha sido una organización inteligente que aprende tanto de sus victorias como de sus fracasos”.
Ciertamente el clan de Bin Laden dejó de ser el grupo dominante de la arena integrista. Fue suplantado por el Estado Islámico luego de ser mandamás entre finales de los 90 y 2010. Hoy ha perdido gran parte de su capacidad y se sabe poco de ella.
Sin embargo, lejos está de desaparecer. Sigue presente en el Sahel, Yemen y Somalia, en éste último a través de su "filial" Al Shabaab; y si bien la gran mayoría de los líderes históricos han sido aniquilados, encarcelados o están bajo arresto domiciliario en Irán y Afganistán, sigue contando con elementos de renombre.
Incluso, el egipcio Saif al-Adel, quién heredo la dirección del brazo militar de la organización tras la muerte de su predecesor, Mohammed Atef, en 2001, y de acuerdo con el FBO coordina las actividades transnacionales del clan, sigue prófugo.
Saif al-Adel fue uno de los autores intelectuales de los ataques en Kenia y Tanzania y es el único superviviente de las 21 personas acusadas con relación a estos, de ellos 10 fueron asesinados, 2 murieron por enfermedad y 8 cumplen cadena perpetua en Estados Unidos.
Moniquet sostiene que el 25 aniversario puede dar lugar a un “especial pronunciamiento” de Al-Qaeda o incluso a una "acción" simbólica en forma de conmemoración. Aunque como todo en el terrorismo, nada es seguro.
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