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La política migratoria del gobierno del presidente Donald Trump se llama “Tolerancia Cero”. Instrumentada para evitar los cruces de personas en la frontera con México, las víctimas son los niños —los más pequeños de meses, los mayores de 16 años—. Desde el pasado 18 de abril, 2 mil menores fueron separados de sus madres y padres y enviados a “refugios” sin una sola explicación. Sus madres, sus padres o los mayores que los acompañaban, y en los únicos en quienes podían confiar, fueron enviados a prisión por el “crimen” de cruzar la frontera, y de pisar suelo de Estados Unidos sin papeles. La mayoría buscan asilo, huyen de la violencia, del asesinato, la violación, la extorsión, el secuestro, en sus naciones de origen. Al cruzar la frontera son aprehendidos, llevados a prisión, donde serán juzgados como criminales.
Los centros de detención adonde los menores son enviados pueden estar a más de 2 mil kilómetros de la frontera, cerca de Seattle, en el Center Sea Tac, de manera que las familias pierden contacto. Los menores no saben qué sucede, dónde están, adónde se llevaron a sus padres, no saben si los volverán a ver.
El sufrimiento de los niños no tiene límites, el trauma de esta vivencia los marcará de por vida. Se violan los derechos humanos de los niños que no dejan de llorar; las madres tampoco dejan de llorar. Más de la mitad de los encarcelados en ese centro son madres, con hijos hasta de 12 meses que les fueron arrebatados por la Patrulla Fronteriza. ¿Los encontrarán? ¿O serán deportadas solas?
Lo que sucede tiene bárbaros antecedentes, documentados en el Museo de la Historia y la Cultura Africano-Americana, exhibida en el Smithsonian. La narrativa data de 1849 bajo el rubro de “Tiempo de llorar”, que muestra la historia de los niños esclavos que eran separados de sus padres esclavos. La madre pedía clemencia a Dios y a su amo, gritaba y lloraba, pero el hijo era arrancado de sus brazos. La madre era vendida al mejor postor. El diario The Washington Post ha recordado esta tragedia. Bajo el título: Barbarie: La Cruel Historia de América de separar a los hijos de sus padres, recoge vivencias de los esclavos y los indios, que eran considerados algo menos que seres humanos.
Ninguna familia tenía la seguridad de poder permanecer unida: los esclavos, cuyos amos eran dueños de ellos y de sus vidas, vivían bajo el terror de la separación, que por lo general se hacía realidad. Miles de familias fueron destruidas, decenas de miles de esclavas violadas por los amos.
Al final de la Guerra de Secesión cientos de miles de madres y padres buscaban a sus hijos y cientos de miles de hijos buscaban a sus madres. Los anuncios aparecían en los periódicos bajo el rubro de “la última vez que lo vi”.
Menos que seres humanos
Los esclavos eran considerados menos que seres humanos, lo que les ocurría a ellos era impensable que les aconteciera a los blancos, a los amos, imposible que estos fueran separados de sus hijos. Ahí están documentadas historias verdaderas de terror, que hoy en otro tiempo y en otra circunstancia parecen repetirse: la madre que no soltaba a su hijo, la forma en que se lo arrancaban, los gritos de dolor y el llanto, en 1849 los latigazos y la debida obediencia al amo, su dueño, quien la había comprado. Los esclavos luchaban por mantener a sus familias unidas. De acuerdo con archivos y testimonios de la época, lo más difícil de ser vendido era la separación de los padres y hermanos.
Están documentadas también otras tragedias de separación familiar, las de las familias indias, a las que no sólo los colonos les arrebataron sus tierras y sus lugares sagrados y exterminaron a la mayoría de las tribus.
Los niños indios eran, obligatoriamente, enviados a escuelas de internado, separándolos de sus padres y familiares. No era voluntario, era obligatorio. Se les prohibía hablar sus lenguas tribales, sólo podían hablar inglés, tenían que cortarse el pelo, a la usanza de los blancos, no podían vestir con su ropa tradicional, se les inculcaba el desprecio por su cultura.
La exhibición, documentada por el Post, recoge un testimonio exhibido en el Museo Nacional de Indios- Americanos del Smithsonian, de Richard Henry Pratt, fundador de la Escuela Industrial India Carlisle, que escribió: “Porque creo en la inmersión de los indios en nuestra civilización, porque creo que cuando estén totalmente inmersos, mantenerlos ahí hasta que estén perfectamente ahogados [fuera de su civilización]”.
“Más que de populismo o nacionalismo hay que hablar de fascismo, nunca tan cerca como ahora desde los años aciagos del Tercer Reich”, afirma Madeleine Albright, quien fuera secretaria de Estado en el gobierno de Bill Clinton, sobre la actual política antiinmigrante de Donald Trump.
Se anuncia una “ciudad de carpas” para los niños migrantes separados de sus padres, instalada en el desierto de Texas. Será, de hecho, un campo de concentración. Laura Bush, esposa del ex presidente George W. Bush critica la acción contra los niños, similar a los campos de concentración japoneses-americanos de la II Guerra Mundial.
Bodegas habilitadas como “refugios”, carentes de las mínimas condiciones de bienestar… la tragedia humana desborda toda descripción. Los menores separados de sus familias vienen de vivir situaciones traumáticas: la huida de sus países, el tránsito violento y difícil por México para alcanzar la frontera, y luego el horror de la separación en EU. La política de “Tolerancia Cero” es el rostro de la violencia social y racista aplicada a los inmigrantes. Las víctimas son los niños, el mensaje es claro para quienes buscan una vida mejor y un lugar seguro en el que puedan vivir: habrá tolerancia cero a quienes ingresen a EU sin papeles, y serán llamados delincuentes. Es el racismo y la barbarie revividos.