Sin el carisma que al menos tenía Hugo Chávez, con el pueblo venezolano sumido en una crisis económica eterna, en la pobreza, el “destape” del régimen de Nicolás Maduro como una dictadura cínica y desnuda era el final lógico que se hizo realidad el 10 de enero.
Chávez fue un dictador, pero usó su carisma para mantenerse en el poder y “heredar” su régimen a Maduro, su delfín.
Consciente de que jamás sería como su mentor, Maduro intentó primero con programas sociales “ganarse la voluntad” de los venezolanos que, hartos de la situación económica, de sueldos miserables, igual que el estado del sistema sanitario, y del control del régimen, se rebelaron.
Así que Maduro terminó por descararse y usar lo que sí tenía en sus manos: el control —a la mala— de la Asamblea Nacional, y de las Fuerzas Armadas.
Tras las elecciones del 28 de julio, que intentó disfrazar de democracia, la divulgación, por parte de la oposición, de las actas electorales —avaladas internacionalmente— que muestran que el ganador de los comicios fue el candidato opositor Edmundo González Urrutia, llevó a Maduro a anunciar un triunfo inexistente, infundado, excepto por el clásico “porque lo digo yo”.
Y ya puesto en plan de dictador al desnudo, no le importó asumir el 10 de enero el poder ais- lado, sin el apoyo siquiera de la izquierda regional. El presidente de Chile, Gabriel Boric, dejó en claro que el régimen venezolano no es izquierda; es dictadura. El mandatario de Colombia, Gustavo Petro, dijo abiertamente que las elecciones venezolanas “no fueron libres desde un comienzo”, y que la decisión de mantener relaciones diplomáticas con Maduro es más para mantener un diálogo, dijo, en beneficio “de los pueblos”. Por los venezolanos, no por Maduro.
¿Y ahora?
A Maduro no le espantaron el sueño ni las críticas chilenas, ni las colombianas, ni las brasileñas. Se mostró sin empacho el día de la investidura con los únicos dos presidentes de la región que no tuvieron miedo de mostrarse a su lado… porque son igualmente indeseables: Miguel Díaz-Canel, de Cuba, y Daniel Ortega, de Nicaragua.
La gran pregunta es ahora qué hará la comunidad internacional. Maduro se sabe aislado, pero se mantiene atrincherado gracias al apoyo militar y legislativo.
De Europa a Estados Unidos, el rechazo a la investidura fraudulenta ha sido masivo. Pero el recuerdo de Juan Guaidó y el fallido apoyo que terminó no significando nada en la práctica, genera muchas interrogantes. ¿Qué tanto estarán dispuestos a presionar a Maduro esta vez?
Por ahora, los ojos están puestos en Donald Trump y lo que pueda hacer a partir del 20 de enero, cuando asuma el poder. Si él será capaz —y querrá— de líderar una alianza que plante cara a Maduro y lo obligue a ceder, o si terminará negociando con el dictador desnudo porque “negocios son negocios”, está por verse.