San José.— Impacientes y desesperanzados por apenas subsistir en una prolongada sequía, un puñado de agricultores y ganaderos sacó una estatua con la imagen de San Jorge de un templo católico de Durazno, un poblado del centro de Uruguay, y lo llevó al arroyo La Lechuza para bañarlo y someterlo a un rito de oraciones.
“¡Que llueva!”, clamaron los productores en una costumbre popular con la creencia de que un baño a San Jorge en el río, también con raquítico caudal, alejará al demonio de la sequía y acercará la bendición de la lluvia.
“La gente del pueblo depende mucho de la [vida] agropecuaria”, afirmó Besandro Ferreira, secretario de la Junta Local de San Jorge del central departamento (estado) de Durazno. “La sequía es tremenda (…) se precisa que llueva”, dijo Ferreira al periódico Durazno Digital.
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La ceremonia se realizó en enero de este año pero, contrario a la petición, la sequía se agravó y no sólo en Uruguay, sino también en Argentina y el resto de América Latina y el Caribe. El fenómeno amenazó con agudizarse en paralelo con otros problemas climáticos en un escenario que reconfirmó que el calentamiento global ya hace mucho que dejó de ser un temible pronóstico y se convirtió en una progresiva, peligrosa y palpable realidad.
También desesperado por las consecuencias de la sequía en una economía de profunda vocación agropecuaria, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle, alertó del azote por la aguda escasez de agua, en especial en América del Sur en 2022 y definida por organismos internacionales como la más grave desde 2002. Al describir un dramático escenario, Lacalle relató que “estamos haciendo casi que el baile de la lluvia”.
La narración del gobernante se registró el 4 de enero de 2022 y ni las danzas sirvieron: la tragedia natural de la sequía como saldo del cambio climático, provocado por la intensificación del efecto invernadero ante las emisiones industriales por la quema de combustibles fósiles, entre otros factores, se prolongó en la región y, ya casi en la mitad de 2023, sin final a la vista.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) reportó en febrero de este año que 35% de las pérdidas mundiales de alimentos por sequía ocurre en América Latina y el Caribe y suma 13 mil millones de dólares.
“La sequía en Bolivia hizo desaparecer un lago”, recordó la boliviana Cecilia Requena, ecologista y senadora por Comunidad Ciudadana, principal partido opositor de ese país. En entrevista con EL UNIVERSAL, Requena citó el caso del Poopó, lago de agua salada que prácticamente desapareció en 2015 en una incesante desertificación como el segundo más grande de Bolivia después del Titicaca, de agua dulce y que comparte con Perú.
“El Poopó está en un sector muy sensible, cercano a toda la Amazonia. Esta cuenca está sufriendo terriblemente por esta sequía que se ha vuelto una normalidad. En Bolivia también ha habido ese tipo de ceremonias indígenas pidiendo lluvia, que llegó con retraso”, relató.
Las lluvias de 2022, que debían empezar en septiembre, se atrasaron a diciembre y enero de este año, y no en sus niveles históricos. “La situación se agravaría” por El Niño, anticipó, al referirse al calentamiento anómalo del mar, humedad, fuertes aguaceros e inundaciones con arrastre de lodo, piedras, grava, arena y arcilla. “Podría ser tremendamente fuerte este Niño, aumentar las temperaturas del área central del Océano Pacífico y causar olas de calor que implican evaporación adicional e incendios”, pronosticó.
En un contexto inquietante para América Latina como una de las regiones más vulnerables al cambio climático, Argentina se hundió en una de las peores sequías de su historia y casi 55% de sus más de 2 millones 780 mil kilómetros cuadrados sufre la falta de lluvias, con estrés hídrico y pérdidas económicas por unos 20 mil millones de dólares acumuladas a 2023. “Alerta roja” por la sequía “más importante en más de un siglo”, advirtió el presidente de Argentina, Alberto Fernández, el 21 de abril anterior.
Las previsiones oficiales indicaron que, en 2023, Argentina registrará un desplome de 28% de sus exportaciones agrícolas con respecto a 2022 y el peor deterioro en la sanidad de sus cultivos desde prácticamente 1983 con una onda expansiva en trigo y soja.
El panorama de 2023 confirmó los vaticinios de julio de 2022 de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que integra el sistema de la Organización de Naciones Unidas (ONU), sobre América Latina y el Caribe.
La OMM planteó que una mezcla de megasequía, deshielo de glaciares, lluvias extremas, inundaciones, deforestación y altas temperaturas terrestres y marinas exhibió en 2021 parte del impacto o del cambio climático en la región. La combinación disminuyó drásticamente los cultivos, aumentó la inseguridad alimentaria regional y dañó los mercados agrícolas mundiales, subrayó.
“Mientras no separemos los discursos de los hechos, estamos caminando en círculos y soluciones falsas. Se impulsa la movilidad eléctrica, pero se cargan baterías quemando carbón”, reprochó el ambientalista Franklin Vega, editor del portal Bitácora Ambiental, de Ecuador.
Al señalar a este diario el contraste de que ahora en Ecuador hay “lluvias torrenciales con estragos serios”, cuestionó las “voces alarmistas” de que “estamos en un punto de no retorno y de que todo colapsará” y sugirió recurrir a “acciones concretas” y “sin dejar de lado soluciones cotidianas.
“Cambios de políticas mundiales como usar energías renovables apoyadas por energía nuclear. Ahora pasa lo contrario: tenemos energías renovables apoyadas con gas o carbón, cuya quema es el mayor contaminante ambiental y contribuye más al calentamiento de la Tierra”, lamentó. Por eso fue que campesinos hondureños ya entraron con tríos musicales a campos de maíz y frijoles de su país a cantarle también a algún dios de la lluvia.