La activista iraní Narges Mohammadi, galardonada con el premio Nobel de la Paz, expresó en septiembre a AFP sus esperanzas de un cambio en Irán, pese a no tener perspectivas de salir de prisión, y el dolor que supone estar separada de su familia.
En la entrevista en la que respondió por escrito a AFP desde la prisión de Evin, en Teherán, insistió en que el movimiento de protesta que estalló hace un año en Irán contra la república islámica sigue vivo.
A sus 51 años ha pasado gran parte de las dos últimas décadas entrando y saliendo de prisión por su incesante lucha en favor de los derechos humanos en Irán. Por ello, lleva encarcelada desde noviembre de 2021 y hace ocho años que no ve a sus hijos.
Aunque presenció desde la cárcel las protestas que estallaron tras la muerte, el 16 de septiembre de 2022, de Mahsa Amini --detenida por vulnerar las normas iraníes sobre vestimenta femenina--, afirma que el movimiento mostró a plena luz el descontento social.
"El gobierno no fue capaz de doblegar las protestas del pueblo iraní y creo que la sociedad ha logrado cosas que han debilitado los cimientos del poder religioso-autoritario", escribió a AFP la también periodista.
Tras señalar que Irán ya había vivido repetidos estallidos de protestas antes de septiembre de 2022, añadió: "Hemos visto ciclos de protestas en los últimos años y esto demuestra el carácter irreversible de la situación".
Para Mohammadi, tras "44 años de opresión, discriminación y regresión continua del gobierno hacia las mujeres en la vida pública y personal", las protestas aceleraron "el proceso de democracia, libertad e igualdad en Irán".
Las protestas contra la República islámica habrían involucrado, a su juicio, a personas "más allá de las zonas urbanas y clases educadas", en un momento en que la autoridad religiosa estaba "perdiendo su lugar" en la sociedad.
"El debilitamiento del elemento religioso ha creado un vacío que el gobierno no ha podido llenar con otros factores económicos y sociales, ya que el gobierno es esencialmente ineficaz y corrupto", subrayó.
Y criticó duramente la política hacia Irán de los países occidentales, porque "no han reconocido a las fuerzas y dirigentes progresistas de Irán y han aplicado políticas encaminadas a perpetuar el sistema religioso-autoritario en Irán".
Mohammadi recordó que actualmente cumple una condena combinada de 10 años y nueve meses de prisión, que también fue condenada a 154 latigazos y tiene cinco causas abiertas en su contra por sus actividades en la cárcel.
"No tengo prácticamente ninguna perspectiva de libertad", afirmó la activista iraní, quien dice "mantener la esperanza de ver la luz de la libertad y escuchar su voz", mientras organiza debates en el pabellón de mujeres de Evin.
Este "es uno de los pabellones de presas políticas más activos, resistentes y alegres de Irán", agregó la ahora premiada, quien se dijo "orgullosa" de las al menos 600 mujeres con las que compartió detención durante sus períodos entre rejas.
"La prisión siempre ha sido el corazón de la oposición y de la resistencia en Irán, y para mí también encarna la esencia de la vida en toda su belleza", sentenció.
Pero el costo de su activismo también ha sido inmenso, ya que se ha perdido gran parte de la infancia de sus hijos gemelos Kiana y Ali, que ahora viven, junto a su marido Taghi Rahmani, en Francia.
Además de no verlos en ocho años, las restricciones impuestas a las llamadas telefónicas desde prisión significan que ni siquiera ha oído sus voces en más de año y medio, "un dolor insoportable e indescriptible".
"El precio de la lucha no es solamente la tortura y la cárcel, es un corazón que se desgarra con cada privación, un sufrimiento que penetra hasta la médula", describió.
Pero agregó: "Mientras no se logre la democracia, la igualdad y la libertad, debemos seguir luchando y sacrificándonos".