Washington. El pasado 25 de enero, Nancy Pelosi (Baltimore, 1940) anunció que se presentará a la reelección a su curul de diputada en la Cámara de Representantes de Estados Unidos por un distrito de California. Aguerrida, férrea enemiga de todo lo que suene a Trumpismo, será una mujer a seguir este 2022 no sólo por su campaña, sino por su lucha para defender a los demócratas en unas elecciones intermedias en las que podrían perder la mayoría de que hoy gozan en el Congreso.
Pelosi es una veterana del asiento: ha representado San Francisco desde 1987. Su rol, sin embargo, va más allá: fue la primera mujer presidenta de la Cámara Baja estadounidense (2007-2011, y lo vuelve a ser desde 2019), la primera mujer en ocupar este cargo que la coloca la segunda en la línea de sucesión al poder del país, solo por detrás del vicepresidente.
El anuncio sorprendió en cierta manera a algunos. Pelosi había dejado entrever que quizá, después de tantos años al servicio del país, había llegado el momento de dar un paso al costado. Esa fue una de sus promesas cuando recuperó el liderazgo de la cámara: que en cuatro años (véase 2023), se apartaría.
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De todas maneras, sería extraño ver desaparecer a Pelosi de la primera fila de la política de Estados Unidos. Pelosi se ha convertido en una de las figuras más importantes del país, un emblema del Partido Demócrata, una imagen que trasciende todo y que sin duda ha ganado un lugar en la historia.
Y eso que su entrada en política de forma activa llegó tarde y de rebote, aunque toda su vida estuvo rodeada de las altas esferas políticas, empapándose casi sin saberlo de los tejemanejes de la cuestión. Su padre, Thomas d’Alessandro, asumió el cargo de alcalde de su ciudad, Baltimore (Maryland) cuando Pelosi tenía siete años; antes, él había sido congresista en Washington.
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Nunca fue educada para poder ejercer un cargo público, única hija de seis hermanos. Una vez casada tuvo cinco hijos en seis años, elevando su supuesto rol de matriarca, el mismo que tuvo su madre y siguiendo la tradición más estereotípica de la familia italoestadounidense. Nunca pensó en dar el salto, siempre más interesada en quedar en las sombras, en la ayuda al juego de equipo, en la estrategia, en la organización.
Solo cuando sus vástagos fueron mayores, algunos incluso en la universidad, se le presentó la opción de presentarse al Congreso. Desde entonces su ascenso ha sido meteórico, si bien nunca ha dejado de lado su instinto familiar. “Cuando me preguntan si hay algo mejor que la primera vez que se es miembro del Congreso respondo que es maravilloso, pero nada como nada comparado como un bebé recién nacido”, aseguraba hace unos años, en una entrevista a la revista Time. “Mi rol en política es una extensión de mi rol como madre”, añadía.
“La historia de Nancy Pelosi es la historia de una persona extraordinaria que rompió el ‘techo de mármol’ y marcó un nuevo camino para las mujeres”, escribe la periodista Molly Ball, en la biografía ‘Pelosi’. “Es la historia de una carrera que dejó su sello en la historia de EU y ayudó a promulgar políticas que afectan a millones de vidas. Es una historia sobre política y la percepción de la mujer en la vida pública. Es una historia que marcará la política estadounidense en la era de Trump y más allá”, añade.
Pelosi es sinónimo de historia. Cuando llegó al Congreso por primera vez, no había baño para mujeres cerca del hemiciclo, por poner un ejemplo. Poco a poco, con tenacidad y una visión y misión muy clara, se ha labrado el camino hasta lo que es ahora, un tótem de la política, en mayúsculas.
“Las mujeres son líderes dondequiera que se vea: desde una CEO que dirige una compañía de Fortune 500 a una ama de casa que cría a sus hijos y encabeza su hogar. Nuestro país fue construido por mujeres fuertes y seguiremos derribando muros y desafiando estereotipos”, es una de sus frases más reconocidas.
“Se enorgullece de su habilidad para escuchar, para negociar, para convencer, para unificar”, la describía David Remnick, editor de la revista The New Yorker, en un perfil de ella escrito en 2019. Son quizá algunas de las características de una política prolífica. Unas virtudes que salieron a la luz, especialmente, en su mejor éxito legislativo: la aprobación, en 2009, de la Affordable Care Act, también conocida como Obamacare, una reforma del sistema sanitario de Estados Unidos que cambió el país, y que quiere que, por encima de todo, sea parta de su legado más recordado.
Su ascenso al Olimpo político, sin embargo, no ha sido reconocido hasta demasiado tarde. Siempre fue una mujer de ideas clarísimas, de objetivos concretos, de ambición por el progreso. Una máquina de recaudar fondos, una impulsora de la participación de la mujer en política, una trabajadora incansable por las causas en las que cree.
Hasta el año pasado fue la mujer con más poder político de EU en toda su historia, solo superada por Kamala Harris y su histórica elección como vicepresidenta. Sus rivales republicanos, desde mucho antes de su estrellato definitivo, la usaban de piñata para ganar votos entre los conservadores más radicales, parodiando la figura de Pelosi como una radical que iba a acabar con el país con sus posiciones más progresistas.
Nada más allá de la realidad: confundieron visión de país por radicalidad, organización por autoridad, concreción por autocracia. Si algo define a Pelosi es su capacidad incesante de conseguir lo imposible, de dominar la escena como nadie, de unificar un partido con miles de almas e infinidad de desafíos.
“Pelosi es una de las figuras políticas más importantes de su generación”, resumía Ball, en un artículo para la revista Time, años antes de escribir su biografía. “Su creatividad, resistencia y fuerza de voluntad impulsaron los logros demócratas definitorios de la última década, desde el acceso universal a la cobertura de salud hasta salvar a la economía estadounidense del colapso, desde reformar Wall Street hasta permitir que las personas homosexuales sirvieran abiertamente en el ejército. La ineptitud de sus sucesores republicanos ha puesto sus habilidades en un agudo relieve. No es exagerado decir que Pelosi es una de los pocos legisladores en Washington que realmente saben lo que están haciendo”, añadía.
“La líder más exitosa, la más persuasiva y la más estratégica con la que he trabajado es Nancy Pelosi”, la describió hace unos años Joe Biden, cuando todavía era vicepresidente.
No fue hasta la aparición de Donald Trump que todas las armas de Nancy Pelosi brillaron con luz propia, con momentos icónicos que la convirtieron en la superestrella que es ahora. Fue el momento en el que todo el país entendió, por fin, el impacto de Pelosi, la mujer que por muchos años era la única mujer en un mundo de hombres, que se sobrepuso a cualquier adversidad para hacer que su voz se oyera, tuviera impacto y marcara un camino para las mujeres que llegarían después.
Una mujer que era capaz de ridiculizar al presidente de EU (Trump) en el Despacho Oval y salir de allí como un icono pop, con gafas de sol, abrigo rojo y una sonrisa pícara de triunfo absoluto. Una mujer que aplaudía con sorna al mismo presidente en un discurso ante el Congreso; y que un año después rompía en mil pedazos un discurso presidencial para marcar su hartazgo y repugnancia hacia un personaje que se convirtió en su némesis –“rompí un manifiesto de falsedades”, aseguró-. Una mujer que, en una sala llena de hombres, en una reunión de alto calibre, se levantó con toda la fuerza para dar una reprimenda a Trump, señalándolo con el dedo sin temor a nada.
Una fuerza bruta en una septuagenaria que pocas veces pierde los papeles, con todo calculado al milímetro. Y que, por si su tarea política fuera poco, ha vivido en sus últimos tiempos en medio de un llamado urgente de su partido para la renovación, con nuevas generaciones tirando la puerta abajo que exigen un cambio en el liderazgo que ella domina con maestría desde hace años.
Pelosi tuvo un intento de dejar los focos en 2016, cuando ella (como casi todo el país) creían que Hillary Clinton iba a ganar las elecciones, romper el techo de cristal definitivo y convertirse en la primera mujer presidenta. Pero llegó Trump. “Pensó en retirarse, ya que ya habría una mujer en la mesa”, asegura Ball en su biografía. Se quedó por un sentimiento de responsabilidad, consciente de que para combatir el trumpismo harían falta todos los trucos y toda la experiencia que ella había acumulado. Y todavía tenía energía para una última batalla, de la que salió vencedora.
Tras media vida en el Congreso y décadas como figura prominente, Pelosi dejó entrever que ahora sí su momento, al menos en primera línea, ha terminado. Pero en noviembre se presentan unas elecciones de medio mandato (legislativas) extremadamente trascendentales, donde los demócratas se juegan dar a Joe Biden una segunda mitad de gobierno más apacible con una Cámara controlada por su partido y, por tanto, alguna chance de sacar adelante todas las propuestas que se han quedado estancadas.
Prescindir del liderazgo de Pelosi, por muy controversial y representante de la vieja guardia que sea, es un riesgo que los demócratas tienen que analizar muy bien antes de dar el salto al vacío, y volver al ostracismo de la minoría sin su mejor baluarte, su mejor recaudadora de dinero, su mejor estratega y conocedora de los entresijos del poder legislativo. 2022, de nuevo, será el año de Pelosi: tanto por lo que pueda llegar a impulsar en el Congreso en los próximos meses, como por el futuro que solo ella sabe que le espera. Una decisión que no solo afectará a ella, sino también a su partido y, más allá, a todo el país.
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