"Mijo, venga, acompáñeme allí y le doy 200 pesos”. Con esta frase abordó a Carlos Alberto, un humilde niño de 10 años que jugaba en la plaza principal de Circasia, en Quindío.

Lo hizo como siempre: lo sedujo con regalos, le pidió su ayuda, lo trasladó a un monte solitario y justo allí comenzó toda su barbarie.

Carlos Alberto caminaba con Garavito hacia el Alto de la Taza, durante el largo recorrido al niño no le pasaba por la cabeza lo que ese hombre de baja estatura y que posaba como un tipo amable estaba a punto de hacerle. Su personalidad era la de un adulto introvertido, callado y aplicado.

*Esta historia se escribió en el 2018. Alfredo Garavito murió este jueves 12 de octubre*

“Niño, a mí no me gustan las mujeres sino los hombres”, le dijo Garavito al pequeño al llegar a un morro. De inmediato sacó un cuchillo, se lo puso en el cuello, lo apretó con fuerza y prosiguió: “¿Cómo quiere que me lo coma?”. Tras engañar a cada una de sus víctimas, Garavito elegía zonas apartadas, muchas veces cañaduzales, y allí luego de amedrentarlos con su afilado cuchillo, empezaba el ritual con el cual asesinó a unos 192 niños ,Muchos de esos crímenes los confesó él mismo y ocurrieron en 13 departamentos de Colombia. Su sevicia llegó también hasta el . Todo lo tenía premeditado. Agobardo García, padre de una de las víctimas de Garavito en Florencia, en Caquetá, dice que nunca vio a Garavito merodear por su casa, pero conoce que investigaba la vida de los niños que le interesaban. “Sabía cómo se llamaba, quiénes eran los padres y todo el historial del menor”, cuenta.

La mente del sicópata

Al comenzar cada homicidio, Garavito se tomaba de un sorbo media botella de aguardiente, luego amarraba a su víctima en estado de indefensión, partía unas cuchillas y las ponía entre sus dedos para rasgar las nalgas del menor.

Todo lo que hacía era con sevicia. Luis Jiménez, siquiatra especialista en medicina forense y estudioso de la patología de este criminal, explica que su perfil es de corte sicopático, esto significa que es una persona que no es empática con las víctimas, es un mentiroso patológico, egocéntrico y con una auto valía muy grande, pensando que los demás son instrumentos fácilmente manipulables para su propio beneficio.

En su mente son evidentes las parafilias de sadismo, pedofilia y hasta necrofilia.

En su rito criminal la intención era infligir dolor a la víctima, porque en varios casos los torturaba vivos, lo que indica que dentro de su perfil estaría el sadismo -una parafilia que busca derivar placer del dolor ajeno-. Los investigadores dicen que mientras abusaba de cada niño, le iba propinando sendas puñaladas en su torso y finalmente le hacía una cortada profunda en el vientre para que se desangrara o, incluso, llegaba a degollarlo.

Fueron pocos los niños a quienes Garavito dejó con vida o se lograron escapar de sus garras.

Carlos Alberto es uno de los sobrevivientes, y cuenta que luego de que el hombre le hizo todo tipo de vejámenes le preguntó: “¿Le gustó o no le gustó?”

El entonces niño se quedó pensando, estaba confundido, dolido y humillado, pero le terminó diciendo que sí, que lo que le había hecho le gustó. “Nos vemos la otra semana. Así me gusta, que le haya gustado”, cuenta Carlos Alberto que le dijo Garavito

Tras más de 25 años del abuso, Carlos Alberto dice que está completamente seguro que de haber respondido que no le había gustado, habría sido asesinado y enterrado en el mismo lugar donde lo violó.

Los expertos en el caso Garavito confirman esta teoría, pues aseguran que los asesinos seriales tienen un modus operandi a través de acciones que consideran necesarias para consumar su acto, pero cuando el menor rompió el ritual con un sí a la pregunta sobre si le había gustado, de inmediato, cambió la concepción de lo que estaba haciendo y por ende la materialización del delito.

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Asechando al asesino

En las investigaciones en la búsqueda del temible asesino serial los niños que dejó vivir o se fugaron fueron algunas de las piezas claves para su captura.

Uno de los investigadores que siguió las pistas de los asesinatos de niños en el Eje Cafetero y en el norte del Valle le contó a EL TIEMPO cómo se llegó a identificar plenamente quién era el responsable.

Su despacho en Armenia se encargó de iniciar las labores técnicas e investigativas sobre el hallazgo de tres cadáveres de niños el 22 de junio de 1998 luego de tres días de su desaparición en Génova, el pueblo natal de Garavito.

Los investigadores buscaron en los expedientes a niños víctimas de violación en el Quindío y hallaron un caso de un sobreviviente en 1988, 10 años antes, por lo que deciden ir en su búsqueda. Al encontrarse con él les dijo que había sido sufrido el delito en el sector de Alto del Río, en Calarcá, el mismo sector donde varios cuerpos fueron hallados en un perímetro de 20 metros. El ahora joven les comenta las características del sujeto y que lo había visto años atrás en un restaurante llamado El Arepazo.

El terremoto en Armenia, ocurrido el 25 de enero del 1999, ocasionó que las investigaciones complicaran la búsqueda del responsable de la violación de ese niño, pues el restaurante quedó en ruinas. Tras días insistiendo, los detectives hallaron al dueño, quien les indicó que la persona descrita por la víctima era Luis Alfredo Garavito, a quien conoció en Trujillo, en el norte del Valle, donde vivió por años luego de abandonar Génova.

El hombre señaló que se habían distanciado por su agresividad, pues cada vez que tomaba era una persona problemática. Además, les reveló datos de familiares y amigos de Garavito en el municipio vallecaucano.

“Cuando nos desplazamos a Trujillo, una amiga de Garavito tenía dos cajas de documentos personales, encontramos recortes de prensa de menores que habían sido violentados en diferentes partes del país. Lo que se estableció en ese momento es que cometía los hechos delictivos y se movilizaba de ciudad, pero seguía pendiente de las noticias y cuando salían las guardaba”, revela el investigador.

El derrotero de los cuadernos de Garavito indicaba crímenes desde 1988 y en las cajas también se encontraron prendas y fotos, “elementos que guardaba como trofeos”. El investigador recuerda que en Trujillo lo reseñaban como un hombre dadivoso, regalando mercados, dinero y por eso le hacían el favor de guardarle documentos.

Semanas después del terremoto de Armenia, los investigadores tenían claro que el asesino serial detrás de los crímenes de niños en Colombia no era otro que Luis Alfredo Garavito, quien además ya tenía una orden de captura por el abuso y muerte de un niño en Tunja, Boyacá, por lo que se identificaba con cédula falsa como otra persona en sus andaduras por diferentes ciudades para evadir a la justicia.

Por eso, cuando abordaba a los niños utilizaba disfraces de mendigo, vendedor de láminas de la Virgen y del Divino niño Jesús o un campesino que necesitaba ayuda para mover algún animal. De allí que por sus múltiples facetas le apodarían ‘tribilín', ‘el cura’, ‘el loco’, ‘el monje’ y el que todos conocen: ‘la bestia’, hasta su caída final, el jueves 22 de abril de 1999, en Villavicencio.

Escondido detrás de la identidad de Bonifacio Morera Lizcano, Garavito le dijo ese día a un niño de 10 años en la plaza Los Centauros, en Villavicencio, que le compraría una lotería. Cuando se le acercó lo amenazó con un cuchillo y lo subió a un taxi con la directriz de que si gritaba, lo mataría enseguida. Luego de que los dejaron en el sector conocido como Anillo Vial, lo introdujo en un espeso matorral para amarrarlo de pies y manos.

Los gritos del niño generaron que un habitante de calle quien estaba cerca de la zona se alertara y empezó a tirarle piedras al hombre que estaba a punto de torturar al niño, logrando que lo soltara. Los policías esperaron por horas a que el hombre saliera de los matorrales hasta que vieron una persona de baja estatura y camisa de cuadros, como lo describió el niño, salir de ese lugar. Inmediatamente, se procedió a su captura y Garavito se identificó con una cédula falsa que respondía al nombre de Bonifacio Morera.

La indagatoria en Villavicencio fue el 28 de octubre. A las 9 de la mañana de ese jueves, Garavito mostraba inteligencia a la hora de contestar cada pregunta, pues pedía que le repitieran los cuestionamientos para pensar lo que iba a decir. Pasaron ocho horas y el acusado no confesaba que era quien estaba detrás de decenas de atrocidades.

El turno fue para los investigadores del Quindío quienes llegaron hasta esa indagatoria, ya tenía listo un perfil psicológico completo sobre su personalidad, en los cuales se reseñó que se mostraba como una persona normal, preocupado por su familia, pero que escondía su faceta de sicópata.

Luego de exponerle los casos que lo vinculaban desde 1993 a 1999, Garavito estiró sus manos para que le pusieran las esposas, se arrodilló y se puso a rezar. “No saben nada, no tienen nada de lo que he hecho”, les dijo Garavito, quien empezó a confesar sus crímenes hasta las 5 de la madrugada del siguiente día. El investigador recuerda que en la indagatoria decía que escuchaba voces, que recibía órdenes, pero eso era un truco más de este asesino serial.

La vida en prisión

Primero Garavito estuvo recluido en Villavicencio, luego pasó a la cárcel de Calarcá y el 12 de septiembre del 2002 pasó a la prisión de La Tramacua, en Valledupar, donde pagó su condena de 40 años, hasta este jueves, que murió en una clínica.

El Inpec reseñó que su celda en este penal era el doble de grande que la de cualquier preso en este penal y durante las 24 horas debía estar encerrado allí, donde pasaba el tiempo tejiendo manillas, aretes y collares.

Una carta entre funcionarios de la Fiscalía la cual señala que Garavito estaba ad portas de recobrar la libertad tenía a los familiares de las víctimas preocupados.

En su momento, EL TIEMPO consultó a dos de los más reputados abogados penalistas de Colombia, Iván Cancino y Francisco Bernate, quienes tras analizar el caso Garavito aseguran que este hombre sí está cerca de recobrar la libertad.

Entre los argumentos que explicó Cancino está que cualquier colombiano cumpliendo las tres quintas partes de su condena –60 por ciento de su pena- puede optar a obtener la libertad, además debe tener buen comportamiento penitenciario y haber reparado a las víctimas, requisitos que son indispensables.

También se debe tener en cuenta que sea por trabajo y por estudios la rebaja de penas no se le puede negar a ningún preso en Colombia jamás. Por lo general, los reclusos tienen un régimen el cual equivale a que dos o tres días de trabajo representan uno de prisión.

“Las tres quintas partes de la condena de Garavito son los 24 años, físicamente ya cumplió 19 años, además ya ha trabajado mínimo 8 años, luego ya debería cumplir los 24 años o está muy cerca”, indica Cancino.

A esto suma, dice el abogado Bernate, que en Colombia no hay prisión perpetua y agrega: “En el país, no importan el delito así sea como en este caso que es el más execrable, cualquier persona puede redimir o descontar por estudio o trabajo, por lo que este señor ya cumplió dicha parte de la condena”.

También, en ese momento, se dijo que de llegar a aparecer nuevos casos, como el de Carlos Alberto, quien hace dos años ante los rumores que iba a quedar libre se acercó a denunciar el abuso al cual fue sometido hace más de 25 años, pueden encontrarse con que ya prescribió. “No me quisieron recibir la denuncia porque el caso ya estaba cerrado, yo no entiendo cómo obra la justicia de este país”, reclama.

Tanto para Cancino como Bernate, este asunto no se trata de un fallo del juez o que alguien se haya equivocado, simplemente es la ley, máxime cuando la condena de él fue previa a la reforma de la ley de infancia y adolescencia. Así, la Fiscalía tendría que encontrar un delito nuevo, pero este asesino habría confesado todos.

Se debe tener claro, señalan los abogados, que de haber un nuevo caso este podría haber prescrito, teniendo en cuenta que pudo haber ocurrido hace más de 20 años.

Carlos Alberto solo volvió a ver el rostro de su verdugo cuando fue capturado en 1999 y asegura que fue bendecido por Dios debido a que no terminó muerto como muchos otros niños. “Pido que nos apoyemos entre todas las víctimas para que ese tipo no salga de la cárcel”, señala.

Agobardo García, por su parte, decía llorando que este asesino tenía que seguir en prisión pues le parece inaudito que quede en libertad, pese a que asegura que ya lo perdonó, agrega que tiene que pagar la condena de 24 años y cuatro meses de cárcel dictada por el Juzgado Primero Penal del Circuito de Florencia por el crimen de su niño.

Para el experto en siquiatría y forense Luis Jiménez, Garavito no saldría rehabilitado de la prisión y “como todo sicópata se escuda en cambios a través de la religión, pero nunca tendrá resonancia afectiva. Además, tiene un alto grado de demencia semántica; es decir, verbaliza lo que no siente”.

Para el experto, la idea de que los asesinos en serie de corte sicopático se recuperen tiene un pronóstico negativo, lo que significa que no lo hacen.

Ningún intento de rehabilitar a un asesino serial en el mundo ha sido efectivo y en la cárcel La Tramacua Luis Alfredo Garavito espera su boleta de libertad en un futuro cercano. Finalmente, Luis Alfredo Garavito murió este jueves 12 de octubre tras padecer cáncer. El asesino serial falleció en un hospital de Valledupar.

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