Madrid.— La masacre de 11 atletas israelíes secuestrados por un comando palestino durante las Olimpiadas de Múnich de 1972 fue una de las acciones terroristas más impactantes del siglo XX y generó una contundente repulsa a nivel internacional; pero también hizo que Israel desplegara una de las persecuciones más polémicas y prolongadas de la historia en busca de los presuntos implicados en el atentado, incluidos autores intelectuales del mismo, con el propósito de eliminarlos allá donde se encontraran.
Cólera de Dios fue el nombre de la operación de exterminio de los dirigentes palestinos que, según Israel, estaban involucrados en el trágico episodio que tuvo lugar durante los juegos olímpicos de Múnich y que incluyó varios enfrentamientos entre los terroristas y la policía alemana occidental: además del asesinato de los deportistas israelíes, un agente alemán perdió la vida y cinco de los ocho fedayines fueron abatidos durante la refriega.
Las sucesivas acciones violentas generaron a nivel internacional fuertes críticas al gobierno israelí relativas a los objetivos seleccionados, las tácticas de asesinato empleadas y la efectividad de la operación que se desarrolló en Europa y Medio Oriente, a pesar de estar prohibida la actividad militar extranjera en países soberanos. Los comandos creados ad hoc por el Mossad no debían asociarse con Israel para que las autoridades hebreas no se vieran obligadas a confirmar o desmentir cada uno de los asesinatos.
En apenas dos años los agentes liquidaron a ocho de los objetivos marcados por el Mossad.
En octubre de 1972 caía abatido a tiros, al entrar en su departamento en Roma, Wael Zwaiter, representante de la OLP en Italia. Dos meses después, en París, es localizado Mahmoud Hamshari. Los servicios secretos israelíes le inutilizan el teléfono y, cuando solicita asistencia, un agente del Mossad se hace pasar por técnico para colocar una bomba en su residencia. El explosivo fue activado por el propio Hamshari al responder a una llamada telefónica-trampa. En enero de 1973 la operación clandestina prosiguió en la isla de Chipre. Husein Al-Bashir pierde la vida al hacer explosión por control remoto varias cargas instaladas bajo el colchón de su habitación en un hotel de Nicosia. Más tarde, en el mes de abril, comandos militares israelíes, en coordinación con el Mossad, desembarcan en playas libanesas para asesinar a tres altos líderes de la OLP y Al-Fatah (organización político-militar), que fueron sorprendidos en sus casas en pleno centro de Beirut. En el atentado fallecieron también dos civiles y dos gendarmes libaneses que se enfrentaron a tiros al comando israelí. Hubo además varios heridos, lo que generó nuevas críticas a las actuaciones encubiertas de Tel Aviv.
Entre abril y junio se llevaron a cabo otras operaciones de venganza en Atenas, Roma y París en las que fueron abatidos otros tres presuntos implicados en la matanza de Múnich. La inteligencia israelí echó mano de todos sus recursos para ubicar a Ali Hassan Salameh, conocido como el Príncipe Rojo y considerado uno de los máximos responsables del atentado en la sede olímpica. Aparentemente localizado en Lillehammer, Noruega, en julio de 1973 tras la identificación de un confidente, el comando asesinó por error a un joven mesero marroquí, lo que provocó la detención de seis agentes israelíes que fueron condenados por homicidio, aunque más tarde serían liberados y enviados a su país.
Las protestas internacionales por las acciones más controvertidas del Mossad en terceros países obligaron a la primera ministra Golda Meir a suspender la operación Cólera de Dios. Cinco años después fue reactivada por su sucesor Menahem Begin, decidido a localizar al resto de los presuntos terroristas que en su gran mayoría fueron también eliminados, entre ellos el Príncipe Rojo que fue asesinado en Beirut con un coche-bomba.
De la operación de castigo promovida por Tel Aviv y que acabó al menos con la vida de 15 dirigentes palestinos, se ignora casi todo: sigue sin saberse el número real de las actuaciones de los comandos israelíes, así como la cantidad de atentados que cometieron; aunque algunos asesinatos no pudieron ser adjudicados al Mossad, ellos respondían al modus operandi del centro de inteligencia.
La operación Cólera de Dios fue diseñada a raíz del secuestro en las instalaciones de la villa olímpica de Múnich de 11 atletas israelíes que murieron a manos de sus captores. Era el 5 de septiembre de 1972, en plena celebración de las Olimpiadas.
El ataque terrorista obligó a intervenir a la policía alemana que implementó un operativo plagado de errores y con un desenlace catastrófico, porque ninguno de los rehenes pudo ser rescatado tras negociaciones fallidas emprendidas luego de que el comando palestino penetrara en el sector de la villa olímpica que albergaba a la delegación deportiva de Israel con la intención de capturar a los atletas, aunque mató a dos de ellos en los primeros enfrentamientos que tuvieron lugar en las habitaciones del recinto.
A cambio de los rehenes, los secuestradores exigían la liberación de las cárceles israelíes de 234 prisioneros palestinos: también reclamaron a Alemania la excarcelación de Andreas Baader y Ulrike Meinhoff, fundadores de la alemana Fracción del Ejército Rojo, conocida más tarde como la banda Baader-Meinhoff. Sin embargo, el desarrollo caótico de los hechos frustró el intercambio de rehenes y precipitó la tragedia.
El resultado del operativo policial fue deprimente. Además de los 11 atletas israelíes que perdieron la vida, algunos en circunstancias que nunca se aclararon del todo, un agente alemán murió en los tiroteos que se produjeron en la villa olímpica y en instalaciones aeroportuarias cercanas a Múnich. Cinco de los ocho fedayines de Septiembre Negro que participaron en el secuestro fueron abatidos por la policía, mientras otros tres fueron detenidos y liberados años después por temor a las represalias.
Los Juegos de Múnich tenían cierta vocación reivindicativa, porque Alemania Occidental anhelaba desde hacía décadas una justa deportiva que ofreciera al mundo la imagen de un país moderno y hospitalario, capaz de borrar de la memoria colectiva el recuerdo de las Olimpiadas de Berlín de 1936 que fueron usadas con fines propagandísticos por el régimen nazi de Hitler.
Sin embargo, lo que los espectadores de todo el planeta acabaron viendo en sus televisores fue algo muy distinto de la gran fiesta deportiva que planeaba Alemania para relegar al olvido los faustos del Tercer Reich.
Los acontecimientos frustraron el mensaje aperturista con el que el país europeo buscaba el reconocimiento internacional. A pesar de todo, la competición deportiva se celebró con algunas ausencias sonadas, entre ellas la delegación de Israel que estaba traumatizada por los dramáticos sucesos que se prolongaron durante más de 20 horas y que fueron retransmitidos en directo por los medios de comunicación, como si se tratara de un gran espectáculo, mientras miles de personas se agolpaban en los alrededores para seguir en vivo el desarrollo de los hechos.
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