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Doha.- Hoy se cumplen los primeros siete días de un evento que se estuvo preparando por más de 10 años.
LA NACION llegó hace casi dos semanas a Qatar, cuando todavía los obreros montaban las últimas luces sobre la zona de la bahía en Corniche, se podía elegir cualquier restaurant para sentarse y los trenes de última generación del subte viajaban semivacíos, con una frecuencia menor a tres minutos y aire acondicionado a pleno. Pese a una infraestructura colosal, la capital del Mundial se llenó de hinchas y los servicios resisten como pueden .
El fin de semana pasado arrancó el Mundial en el estadio de Al Bayt, el más alejado del centro de la capital qatarí, construido en el desierto y donde no solo impacta su interior. En las afueras, donde anoche jugaron Inglaterra y Estados Unidos , hay lagunas con patos, un césped más cuidado que el Monumental y está conectado con autopistas de cinco carriles a cada mano en las que "se podría jugar al billar" sobre el impecable asfalto.
En cualquier rotonda perdida de Doha y sus alrededores, hay luces led, los puentes están adornados con cerámicos y estructuras de acero que parecen obras de arte.
La magnificencia de esta ciudad no se ve solo en los hoteles, shoppings y la isla artificial de La Perla; está en los detalles de la vida cotidiana que, pese a las luces de la copa del mundo, impactan cuando se miran con ojos argentinos. El Mundial más caro de la historia que la familia real qatarí mandó a levantar no para de sorprender.
La zona del estadio de Lusail, donde la Selección debutó el martes y hoy vuelve a jugar contra México, fue levantada desde cero. Está a 15 kilómetros al norte del centro de Doha y se puede llegar fácilmente hasta la estación cabecera de la línea roja.
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Es difícil pensar que hace más de una década allí solo había arena, piedras y algunas casitas perdidas. Además del imponente estadio que albergará la final, también construyeron una nueva ciudad pensada para 400 mil personas. Fue totalmente planificada , con amplios parques regados con agua desalinizada, áreas residenciales y de oficinas, centros comerciales y marinas.
Por la noche, los nuevos edificios iluminados acompañan la fisonomía de esta nueva metrópolis. Entre los barrios cerrados, donde se ubica ahora la zona diplomática, está uno de los shoppings más lujosos (solo el estacionamiento de ocho pisos le compite a muchos centros comerciales de nuestro país) y hoteles, como Katara Towers, una imponente de 211 metros de altura en forma de coral que se divisa desde varios kilómetros a la redonda.
Junto al lujo, están los barrios donde viven los árabes. Construcciones semicerradas de varias manzanas, con muro exterior, surgen por toda la ciudad. Adentro, enormes casas de dos o tres pisos, con jardines y piletas.
Pero el desarrollo también se ve en los barrios donde viven los trabajadores. Por ejemplo, en Al-Mansoura todavía se pueden ver manzanas enteras que fueron detonadas y, en su lugar, en plena copa del mundo se siguen levantando enormes edificios de diez pisos de buena calidad. Están pensados para que cuando se vayan los visitantes, sean los lugares de residencia habitual de la clase trabajadora. La visión de la familia real va mucho más allá de este 2022.
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Zonas colapsadas
Las autoridades esperan que durante estas dos primeras semanas de competencia, cuando conviven los hinchas de las 32 selecciones, estén en Doha cerca de un millón y medio de visitantes . Por ahora, estiman que hay cerca de un millón.
El número haría tambalear la vida cotidiana de cualquier ciudad con una población total de unos 2.5 millones de personas . Aunque la planificación lleva años, en la práctica hay sectores colapsados, el tránsito a muchas horas del día es un caos y la potente red de transporte público, a veces, pareciera no resistir.
El centro de la capital, con el mercado de Zouq Waqif como epicentro, se convierte a partir de las cinco de la tarde (cuando el sol empieza a caer) en un hormiguero. Mareas humanas de hinchas que cantan, compran souvenirs y buscan un lugar donde poder cenar. Hace una semana, la oferta era interminable a la hora de hallar un lugar para sentarse a comer. Ahora, hay cola en los principales restaurantes del centro de la ciudad y la eficiente y amable atención del personal gastronómico luce saturada cada noche.
En el subte, durante los horarios de los partidos, la situación también parece estar al límite. Hay 37 estaciones, modernas y otras hasta lujosas, con trenes de última generación que llegan al anden con una frecuencia de entre uno y tres minutos. Sin embargo, hay estadios para 70 mil personas que se desagotan en un par de horas solo con el metro, lo que requiere de mucha paciencia.
En cada estación trabajan cerca de 50 personas por turno para indicar por donde ingresar, orientar a los visitantes y controlar la seguridad. Pese a todo, hay momentos en que hay que empujar para poder viajar. En medio de tanta perfección, una postal del subte C a Constitución.
El tránsito es otro punto crítico. Las autoridades qataríes construyeron una majestuosa red de transporte público para el Mundial, además de autopistas, calles y avenidas, pero desalentaron que los visitantes usen automóviles. Las aplicaciones para viajar en coches de alquiler son la envidia de cualquier gran ciudad. A toda hora y lugar, en un promedio de dos o tres minutos llega algún auto, con conductores indios o paquistaníes al volante dispuestos a llevarnos por Doha y más allá.
Sin embargo, transitar en las zonas de alguno de los cuatro estadios donde se disputan partidos al día puede estresar a cualquier conductor, incluso los acostumbrados a moverse por el caótico ritmo de Buenos Aires. Calles cortadas, automóviles a toda velocidad y cientos de ómnibus, que transportan a hinchas en forma gratuita a los lugares donde no llega el metro, disputan los carriles de las anchas avenidas.
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Legado dudoso y expansión descontrolada
En estos días estamos encontrando la respuesta a una pregunta repetida: cómo respondería una sola ciudad la organización de un Mundial. Con algunas dificultades, los qataríes igualmente están sacando adelante una copa del mundo organizada hasta el más mínimo detalle.
Pero en el horizonte surgen otras preguntas, más difícil de contestar y que será un tema para los habitantes de esta pequeña península bañada por las aguas del golfo pérsico. ¿Cómo llenarán las miles de plazas de departamentos a estrenar? ¿Quién usará las tres líneas de metro, tranvía y ómnibus pensada para casi el doble de población? Más allá de los ocho estadios, ¿cómo se utilizarán los enormes edificios de oficinas y centros de convenciones levantados para esta copa?
Las autoridades qataríes argumentan que este evento deportivo global es solo un paso. Un escalón para convertirse en una de las potencias asiáticas. Sostienen que la inversión de más de 200 mil millones de dólares , financiada con el excedente del negocio petrolero y gasífero, que significó organizar el Mundial más caro de la historia les permitirá lograr el objetivo del programa Qatar National Vision 2030.
El plan de largo plazo se basa en cinco pilares, donde se destaca la idea de un “crecimiento controlado y una expansión descontrolada”, con la llegada de mano de obra expatriada que sustente el desarrollo económico. Con trabajo, vivienda y ocio, así piensan tentar a los nuevos habitantes de Qatar.
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