De su ciudad natal, Kananga, salió el 10 de diciembre de 2018 debido al conflicto intermitente y armado de su país conocido como rebelión de Kamwina Nsapu. Le tomó cerca de tres meses viajar más de 15 mil kilómetros para llegar a Tapachula, Chiapas. Huyó con sus hijos mayores, de 17 y 16 años, y dejó a los más pequeños con su madre. El plan original era llegar a Estados Unidos.
“Nos encontramos todos huyendo y nos vimos en una iglesia, la milicia persiguió a la gente hasta ahí, mataron a muchas personas y es por eso que salimos”, narró en francés.
En 2018, México recibió 29 mil 600 solicitudes de asilo, de acuerdo con el reporte Tendencias Globales, que fue publicado en el marco del Día Mundial de los Refugiados, por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En comparación, los últimos datos oficiales de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) señalan que en ese mismo año hubo 17 mil 116 solicitantes, de los cuales, sólo cuatro eran hombres originarios de la RDC y no se registró ninguna mujer.
El Instituto Nacional de Migración (INM) tiene el reporte del ingreso al país de 2 mil 720 congoleños y congoleñas, de 2016 a lo que va de 2019, quienes fueron presentados ante las autoridades.
“Piden a los padres violar a sus hijos”
Hace menos de un año, Cathy Muamba Monalshide, de 43 años, era una comerciante de ropa en un mercado de la región de Kasai Occidental.
Narró escenas atroces: milicias que asesinaban a las personas a machetazos y violaciones. La sensación de salir en la mañana a trabajar y no saber si volverás.
“Cuando te encuentran, te cortan, pueden hallar a una mamá, a un papá y a unos niños, y le piden al hombre que viole a sus hijos. Si hay un muchacho, le piden que viole a su madre, que lo haga o matan al padre o al hijo”, cuenta.
Llegó a la Ciudad de México como refugiada, junto con su hijo menor, el pasado 8 de marzo.
Ambos viven en un refugio-escuela, que tiene cupo para 80 personas, y cuya dirección no se revelará por seguridad de los ocupantes.
Por las mañanas, junto con otros refugiados, estudia computación y por las tardes toma las clases de español que imparten unas monjas. Antes de aprender otro idioma, quiere comunicarse con los mexicanos. Sus hijos, quienes hablan un poco de español, fueron sus traductores durante el viaje.
En esta casa, administrada por un sacerdote y voluntarios, se imparten clases de inglés, hay un salón de juegos para niños y un espacio para videoconferencias, un consultorio médico, un comedor, un área de lavaderos y un enorme jardín donde los migrantes se sientan a platicar o a usar su celular.
En el último piso hay varios dormitorios compuestos por literas y baños. Cathy duerme en un cuarto donde hay otras cinco camas y una regadera.
Mientras relataba su travesía por América Latina, un grupo de inmigrantes centroamericanos veía un programa de concursos en la única televisión que hay frente a un par de sillones. Otro grupo, de congoleños, preparaba la comida planeada en un pizarrón según el día de la semana: bisteck entomatado, frijoles o huevos.
Durante el trayecto, conoció a Michel, un congoleño a quien describió como su “compañero de viaje” y quien la acompañó durante la entrevista.
Se despidió de su hijo mayor en Tapachula. El joven de 17 años siguió su camino rumbo a suelo estadounidense. De él sólo sabe que ya ingresó a ese país y nada más; 31% de los 16 mil refugiados que llegaron a la Unión Americana en el tercer trimestre de 2018 son originarios de la RDC, de acuerdo con datos del gobierno de EU.
El reporte de ACNUR señala que el conflicto armado de la RDC provocó, a finales de 2018, cerca de 4.5 millones de desplazados internos y 854 mil externos solicitantes de asilo; en esa categoría se encuentran Cathy y sus hijos; sin embargo, la mayoría busca refugiarse en Uganda, por la cercanía.
Godefroid Pakabomba Muabi, investigador congoleño especialista en Identidad como Fenómeno Conflictivo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), aseguró que la capital mexicana es una de las zonas con mayor presencia de congoleños en el país, su cálculo es de alrededor de 35 familias refugiadas; no obstante, señaló que no hay un registro oficial del paradero de cada congoleño que entra al país y el INM no registra retornos.
Después de haber llegado sola a Ruanda, y a pesar del riesgo de ser asaltada sexualmente y violentada, Cathy decidió volver a Kananga por sus hijos, ahí compró los boletos de avión para viajar a Brasil.
Una vez en el país sudamericano, viajó por tierra hasta llegar a la Ciudad de México: en algunos trayectos lo hizo con boletos de autobús, en otros caminó y en otros pidió aventones a los choferes. Dijo que en la República Democrática del Congo nunca tuvo derechos como mujer, en un país donde “cada día ellas son violadas por millares”.
En total, recorrió nueve naciones latinoamericanas. Por Brasil, Ecuador, Perú y Colombia viajó en autobús con sus ahorros, dinero prestado y pasaportes. En Colombia, además del camión, caminó durante ocho días para poder llegar a la frontera con Panamá.
Ahí, durante su recorrido por la selva, su mochila con documentos importantes se le cayó a un precipicio. Estando en Panamá, ella y sus hijos durmieron en banquetas. Cathy explica que “tomaban agua de la calle y comían lo que encontraran”. Eso deterioró la salud de su hijo menor, quien en Costa Rica desarrolló malaria.
“Guatemala fue mi calvario”
El camino más difícil, dijo, comenzó en Centroamérica. Antes de este viaje, Cathy no sabía nada sobre la región, mucho menos que la zona se considera un riesgo latente para los migrantes.
Recordó que en Panamá y Costa Rica recibió un trato digno, fueron atendidos por las autoridades migratorias y por la Cruz Roja. La enfermedad de su hijo fue tratada en un hospital.
No obstante, cuando llegó a Nicaragua, unos policías le pidieron 150 dólares por persona para dejarla continuar el trayecto.
En Honduras encontró a un chofer que la ayudó a cruzar el país y durmió en albergues católicos; sin embargo, durante una caminata fue extorsionada por varias personas, quienes le pidieron dinero a cambio de decirle cuál era el camino correcto.
“Sicológicamente, estás en el suelo”, recordó mientras cerraba los ojos.
El mayor obstáculo lo vivió en Guatemala. Ahí descubrió la xenofobia. Le dijeron que no podía caminar por avenidas grandes o sería detenida. También le comentaron que el autobús que usó no podía pararse por agua ni comida. Por ese trayecto pagó 50 dólares. Durante todo el recorrido tomó muy pocas fotografías, lo piensa como un periodo de mucho estrés y recuerdos negativos de lo que vivió en su país.
Se la pasaba encerrada en albergues y durante los trayectos iba concentrada en su seguridad y la de su familia.
“Mi calvario fue Guatemala, si algún día quisiera ir de vacaciones nunca iría ahí. Me recordó todo lo que viví en mi país”.
La llegada a México
A Chiapas entraron en una balsa por el río Suchiate. En cuanto llegó a México vio un letrero que decía que las personas refugiadas podían quedarse en la nación. Ahí, ella y su hijo obtuvieron una constancia de la Comar que los acredita como solicitantes de refugio en espera de ser aceptados.
Según el ACNUR, los refugiados, a diferencia de los migrantes, son las personas que huyen de un conflicto armado o una persecución.
El INM fue el organismo que le recomendó a Cathy que en la Ciudad de México buscara el lugar en el que vive actualmente.
“Empiezo a recuperarme sicológicamente, porque tengo paz y duermo bien, me siento viva. Sobre todo aquí en la casa donde estamos”, aseguró.
Los planes de llegar a Estados Unidos se pospusieron una vez que se sintió aceptada en México. Ahora sueña con obtener un trabajo que le permita satisfacer sus necesidades.
“Hay gente que cree que sólo venimos por placer, habría que hacer entender lo que vivimos, sobre todo como mujer, en nuestro país. Las condiciones de vida son inhumanas, quiero que el mundo escuche”, expresó sobre algunas noticias que ha leído acerca de los migrantes.
Después de estos meses, la mujer está consciente de la violencia que existe en México, pero piensa que si no te acercas a ella, no la padeces.
En comparación, mostró desde su celular la fotografía de un asesinato ocurrido hace pocos días en las calles de la RDC.
Pakabomba Muabi aseguró que las mujeres en el conflicto armado de la RDC “siguen siendo un objeto de uso y dependen de lo que quiera el hombre, y la mayoría del gobierno está compuesto por hombres”.
Antes de hablar sobre el contexto mexicano, cuestionó el concepto de violencia. Además, celebró que en ciudades como la capital mexicana “las mujeres pueden subir al Metro y andar por las plazas”.
“Esta manera de tratar bien a la mujer no existe en mi país. Es como si estuviéramos viviendo olvidados del mundo”, sostuvo la mujer.