Washington.— La sensación de vulnerabilidad en la que vive Washington desde el asalto al Congreso a principios de enero se hizo muy presente la mañana de ayer viernes, cuando un conductor embistió una barricada de seguridad del Capitolio de Estados Unidos, atropelló a dos agentes —uno de ellos murió— y falleció poco después baleado por oficiales del recinto.
Hacía sólo dos semanas que el templo de la democracia estadounidense había empezado a espantar los miedos inoculados por la insurrección de turbas seguidoras del expresidente Donald Trump, quienes querían revertir los resultados electorales de 2020, en un ataque que terminó con cinco muertos, decenas de heridos y cicatrices abiertas en la capital del país.
Pero el miedo volvió, cuando un coche azul se estampó contra un punto de control en la fachada norte de un Congreso con poca actividad por las fiestas de Pascua.
El conductor embistió a dos agentes del Capitolio y se estampó contra una barricada. Las autoridades le urgieron a que se detuviera, pero hizo caso omiso; por el contrario, salió del vehículo blandiendo un cuchillo de forma agresiva, incluso lanzándose contra los policías, quienes respondieron disparando sus armas reglamentarias. El tiroteo terminó con la vida del atacante y el incidente se saldó con dos policías heridos gravemente.
Ambos agentes fueron trasladados a centros hospitalarios. Uno de ellos fue identificado como William Evans —con 18 años en el servicio—, quien murió a consecuencia de las heridas.
El otro, del que se desconoce la identidad, estaba gravemente lesionado, “luchando por su vida”, según el presidente Joe Biden, y fue intervenido de urgencia. La policía del Capitolio dijo luego que estaba “en condición estable”.
Las autoridades negaron tener indicios de que se tratara de un ataque con “motivos terroristas” ni que estuviese dirigido a ninguno de sus agentes ni a ningún congresista.
Los hechos hicieron rememorar y tener muy presente el asalto al Capitolio hace menos de tres meses. Rápidamente se elevaron las alertas, se movilizaron decenas de patrullas policiales, se cerró el acceso a los edificios del Congreso e incluso llegaron algunos de los efectivos de la Guardia Nacional que siguen desplegados en la capital de Estados Unidos.
La llegada de un helicóptero medicalizado a la explanada de la fachada norte del edificio del Congreso dejó una imagen nunca antes vista.
Sin embargo, sirvió para despertar una vez más la paranoia y la sensación de debilidad del sistema de seguridad de una de las instituciones más importantes del país, que vive en un estrés permanente y que va viendo sus vulnerabilidades. Justo hace dos semanas, con todas las amenazas de asalto casi descartadas, se empezó a derrocar la valla metálica que rodeó el Capitolio por varios días, y esto como respuesta al ataque de las turbas trumpistas. Sólo quedó rodeado el perímetro más cercano al edificio del Congreso, de dos kilómetros aproximadamente, y el resto se mantuvo abierto al paso pedestre y vehicular con ciertos puntos de control fuertemente protegidos.
Uno de ellos fue atacado por el autor de los hechos de este viernes, instaurando las dudas sobre si es suficiente este nivel de protección de cara al futuro, especialmente entre aquellos congresistas que piden que las medidas de seguridad se extremen de ahora en adelante, blindando un edificio federal tradicionalmente de acceso público.
“Ha sido un tiempo extremadamente complejo para la policía del Capitolio tras los eventos del 6 de enero, y ahora tras los eventos que han ocurrido hoy”, reconoció Yogananda Pittman, la jefa interina de la Policía del Capitolio. “Somos conscientes del difícil momento que ha sido para el Capitolio, para todos los que trabajan ahí, y para los que lo protegen”, añadió el presidente Biden en un comunicado.
Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, definió al agente muerto como un “mártir de la democracia”. Ella y Biden decretaron que las banderas del Congreso y edificios federales ondeen a media asta en honor al policía fallecido.
Poco o nada se sabe del motivo del ataque. El FBI se puso al mando de la investigación.