San José.- Al bregar durante 95 días en las entrañas, los escombros y el fuego por los atentados del 11 de septiembre de 2001 que destrozaron a las en Nueva York, el bombero, paramédico, cruzrojista y rescatista colombiano Luis Eduardo Marulanda Alzate conoció de cerca el amor de una familia mexicana que perdió a uno de sus hijos en los ataques.

Marulanda atestiguó el dolor de la familia, que tuvo que resignarse a identificar a su pariente con las pruebas de ADN con el sudor de un par de zapatillas deportivas. “Lo único que quedó de esa persona fue el sudor en esos tenis y se confirmó la identidad al cotejarse con el ADN de sus familiares. Un momento doloroso y de compasión”, rememoró Marulanda en una entrevista con .

De 57 años, con 42 como cruzrojista en Colombia, casado hace 35 con Viviana Grisales en un matrimonio con dos hijos (Luis Felipe y Camila), Marulanda es consultor privado en seguridad y salud ocupacional.

Como miembro de la Cruz Roja Colombiana, Marulanda llegó el 10 de septiembre de 2001 a Nueva York a recibir un curso de bomberos y se hospedó en casa de Marlene Valencia Alzate, tía materna. A la mañana siguiente la escuchó al gritar desesperada por la noticia del primer ataque a las Torres. Sin titubear, se trasladó al área de desastre y se sumó como voluntario.

A 20 años del más grave atentado terrorista en Estados Unidos, Marulanda repasó desde Bogotá su labor en Nueva York.

¿Qué hizo al llegar al sitio?

—Me asignaron a un grupo y subí a una de las Torres. Estando en el décimo piso ordenaron devolvernos. En las escaleras encontramos una estampida de gente. Salimos a la calle y cayó la primera torre. Casi nos ahogamos en la nube de polvo.

¿Cuándo comenzó el rescate?

¿Lo logró?

—Estuve allí 95 días metido de lleno. Fueron tareas de 22 horas diarias y digo que esta es la frustración más grande que tenemos todos los que allí ayudamos, porque no se pudo realizar ningún rescate de una persona viva. Con mi grupo salí el 14 como a las 3 de la madrugada a dar un respiro. Volvimos como a las 5. Luego se nos ordenó buscar muertos, en un trabajo manual. Lo que hallábamos lo llevábamos a un sector forense que se instaló fuera de la Zona Cero, para registrar el ADN de las víctimas. En otra área se tomó el ADN de los familiares para las comparaciones.

¿Qué recuerda de esa tarea?

¿Por qué lo deportaron a Colombia?

—Se me venció la visa y pedí ampliarla. Un juez de migración me dijo que yo estaba trabajando en EU. Por mi ética y respeto a las víctimas, me abstuve de decirle que lo que hacía era ayudar en la Zona Cero. Obligado, se lo expliqué y me dijo que cómo se me ocurría usar el dolor humano para justificar y evitar la deportación. Le respondí que no justificaba nada.

El juez amenazó con encarcelarme y me dio 72 horas para salir. Le dije que con el dolor en alma me iba muy frustrado, por no poder rescatar a nadie, y que obedecería. En enero de 2002 me deportaron y con 10 años sin poder ir a EU. No he insistido en volver. Me duele en el alma: quisiera ir a la Zona Cero a mirar [los muros de] los nombres de los que murieron, de compañeros bomberos. Pero Dios dirá cuándo será el día y la hora.

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