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Washington.—Hace veinte años, un estudio del pseudo-médico británico Andrew Wakefield conmocionó Estados Unidos al ligar la vacuna triple vírica contra el sarampión, las paperas y la rubéola con el aumento de los casos de autismo. El “informe” fue rápidamente rechazado por la comunidad científica, a Wakefield se le quitó el título, pero su creencia e ideología antivacunación permanece.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que pareció llegar el consenso que ninguna vacuna causaba autismo, que correlación no es lo mismo que causalidad. El movimiento antivacuna evolucionó: ante la masiva evidencia de que ligar vacunas con autismo no tiene razón científica, los antivacunas creen hoy que las inyecciones provocan otros daños.
A día de hoy se estima que 1% de la población de Estados Unidos no vacuna a sus hijos, bajo ningún concepto. Por ejemplo, se niegan a hacerlo alegando que las sales de aluminio contenidas son peligrosas, cuando las agencias de salud del país aseguran con varios estudios que no sólo son seguras, sino que además sirven para realzar el sistema inmunitario.
El sentir más común es la creencia que el calendario de vacunación —especialmente en los menores de cinco años— está excesivamente cargado porque, con la incorporación de tantos elementos inmunitarios, se puede sobrecargar el sistema de los niños.
“Si eliges vacunar a tu hijo según el calendario recomendado, hay cosas que deberías saber. Por ejemplo, que entre el nacimiento y los dos años se le inyectarán 115 antígenos: nunca se ha estudiado su seguridad o eficacia”, dice Marcella Piper-Terry, una de las más feroces voces del movimiento y creadora de VaxTruth (“la verdad de las vacunas”).
Esta facción ha ganado tracción gracias a las declaraciones del presidente del país, Donald Trump. “No más inyecciones masivas. Los niños pequeños no son caballos”, dijo hace tiempo, incluso antes de tener aspiraciones políticas. Sus creencias no han cambiado desde su llegada a la Casa Blanca.
En Estados Unidos no existe una ley federal de vacunación, pero todos los estados obligan a los niños a vacunarse contra la difteria, el tétanos, la polio y otro tipo de enfermedades, con un calendario recomendado por las autoridades.
De la misma manera, los 50 territorios abren las puertas a excepciones por razones médicas y casi su totalidad (47) a que los padres no cumplan la obligación por “razones religiosas”. Sólo 17 estados permiten usar como escudo antivacunas razones “filosóficas” o morales.
La batalla entre los estados y los antivacunas es feroz y las consecuencias van directamente relacionadas a los derechos en cuanto al sistema educativo.
En California, por ejemplo, se eliminó recientemente la exención “personal” y “religiosa” para la vacunación, lo que implica en la práctica que los niños sin protección no pueden inscribirse en las escuelas a menos que esgriman una razón médica. La restricción llegó tras una epidemia de rubéola en el estado: 131 personas enfermaron entre 2014 y 2015 de una enfermedad que se creía extinta en el país por un brote expandido por contagio entre no-vacunados.