Por: Natalia Saltalamacchia. Profesora del ITAM
Desde que comenzó la invasión de Ucrania por parte de Rusia los países del mundo han tenido ocasión de fijar su postura mediante la votación de resoluciones o declaraciones en diferentes foros multilaterales. El análisis de los votos emitidos por los países latinoamericanos –en la Organización de Estados Americanos (OEA), el Consejo de Seguridad, la Asamblea General y el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU)- arroja un mensaje claro: no se acompaña a Moscú en la aventura de vulnerar la soberanía y la integridad territorial de otro Estado. En este punto en particular existe un consenso mínimo, expresado en el hecho de que ninguno de los países de la región ha votado a favor de la posición de Rusia; ni siquiera los países que -como Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia- tienen afinidades geopolíticas con Moscú. Estos últimos han manifestado consistentemente votos de abstención.
Visto desde este lado del Atlántico, la invasión de Ucrania es una guerra europea que, por ahora, queda geográficamente lejos y no tiene repercusiones inmediatas para la seguridad nacional o la estabilidad político-social de los países latinoamericanos. Por ende, las posturas de la primera hora responden a cálculos más amplios sobre cómo la guerra impacta al orden internacional en dos sentidos: 1) cómo afecta al derecho internacional que protege a los más débiles de los actos arbitrarios de los más poderosos; 2) como afecta al equilibrio de poder entre potencias.
Todos los países latinoamericanos comparten una historia de colonialismo e intervenciones de potencias extrarregionales, por lo que adhieren a doctrinas de derecho internacional y política exterior que subrayan el principio de no intervención, el rechazo al uso de la fuerza en las relaciones internacionales y el desarme nuclear. Esta es una posición normativa y defensiva a la vez. Legitimar la ambición imperial del presidente ruso, Vladimir Putin, hoy significa debilitar el escudo legal que el propio país podría necesitar en caso de sufrir un acto de agresión similar. De ahí los votos de condena.
Esta consideración convive con los cálculos de la geopolítica. En un continente donde Estados Unidos es la potencia hegemónica, los países que tienen posiciones francamente antagónicas a Washington perciben que no está en su interés nacional contribuir a debilitar políticamente a un país que funciona como contrapeso, en este caso, Rusia. Los votos de abstención se presentan como la salida de compromiso para no avalar una ruptura franca del derecho a la integridad territorial en otro continente, ni tampoco fortalecer al que perciben como la principal amenaza a su autonomía en su propio vecindario.
Por supuesto, estas son apenas las posiciones de salida en una carrera que puede llegar a ser larga, en cuyo caso será interesante observar cómo se posicionan los países latinoamericanos en cuestiones más concretas como la provisión de ayuda humanitaria, la recepción de refugiados o las dislocaciones que se generarán a partir de la imposición de sanciones económicas a Rusia.
Por: Guadalupe González González. Internacionalista
A 22 días de la invasión militar rusa a Ucrania, la Organización de Naciones Unidas (ONU) oscila entre la impotencia y el rechazo. La irrelevancia del Consejo de Seguridad se hizo evidente desde el minuto uno. La guerra inició al tiempo que el órgano responsable de la paz mundial se reunía para hacer un llamado urgente al diálogo. En el minuto dos, el veto ruso a la resolución de condena apoyada por 11 miembros lo dejó inoperante, aunque hizo patente el aislamiento del agresor a pesar de la abstención de China, India y Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Ante la parálisis, se activó el mecanismo “Unión pro Paz” para llevar el asunto a la Asamblea General. En una resolución no vinculante pero contundente y mayoritaria, la Asamblea General deploró “en los términos más fuertes la agresión de la Federación Rusa a Ucrania” y demandó el retiro inmediato de tropas con 141 votos a favor, cinco en contra y 35 abstenciones. Un bloque amplio que manda una fuerte señal en favor del derecho internacional, pero sin ninguna consecuencia práctica más allá del costo reputacional a Rusia.
Desde entonces, el conflicto armado no ha hecho más que escalar al paralelo del flujo masivo de personas en busca de refugio. Ni las resoluciones de órganos del Consejo de Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional para investigar posibles crímenes de lesa humanidad ni las denuncias de la Alta Comisionada para Derechos Humanos por ataques a la población civil han mitigado la situación. El secretario General de la ONU, António Guterres, no ha planteado ninguna iniciativa propia para mediar, contener o atender la situación humanitaria.
Hasta el momento, la ONU ha quedado al margen de las únicas decisiones con cierto impacto: las sanciones económicas y los diálogos entre las partes. Indignada, pero sin mayor iniciativa ni músculo.
Por: Lorena Ruano. Profesora de la División de Estudios Internacionales del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)
Las perspectivas para Ucrania no son alentadoras. El objetivo de guerra del presidente ruso, Vladimir Putin, es claro: derrotarla militarmente para instalar un gobierno autoritario, similar al de Bielorrusia, afín a Rusia, y que se comprometa a no buscar acercamientos con la Unión Europea (UE) o la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). No se detendrá ante consideraciones de tipo humanitario, ni respetará a la población civil en su estrategia militar. Aún no se sabe si lo logrará. En todo caso, se trata del regreso de la “doctrina Brezhnev” de la soberanía limitada, según la cual, los países que se encuentran en la esfera de influencia de Moscú no tienen permiso de definir su propio régimen interno u orientación internacional, como quedó claro en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968.
Por eso, desde que terminó la Guerra Fría, para los países de Europa Central y del Este, acceder a la OTAN y la UE se convirtió en prioridad. Son la garantía de su independencia y seguridad frente a un posible resurgimiento del expansionismo ruso en su contra. Los que ya eran Estados independientes (Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania) y los tres países bálticos (que sí fueron parte de la URSS) lo lograron en un tiempo relativamente corto, aprovechando el debilitamiento de Rusia de los años 1990 y a pesar de las reticencias occidentales a aceptar tremendo compromiso.
Así, desde que la Unión Soviética hizo implosión, la esfera de influencia de Moscú (zona de aplicación de la Doctrina Brezhnev 2.0) se desplazó varios cientos de kilómetros al Este y se circunscribe hoy a las exrepúblicas soviéticas, a las que denomina su “exterior cercano”. Las poblaciones rusas que quedaron como minorías en los nuevos Estados vecinos han sido parte de los argumentos rusos para intervenir en la zona, así como la búsqueda de seguridad por medio del control de sus vecinos.
El que dos de esos nuevos países se hayan a acercado a las instituciones occidentales se ha interpretado como amenaza a la propia seguridad en el Kremlin, aunque su membresía nunca ha estado en la agenda de ampliación ni de la UE ni de la OTAN. La UE les ofreció, cuando lo buscaron, Acuerdos de Asociación como el que tiene con México, y la OTAN, cooperación, pero nunca la membresía que ellos pidieron. La intención de firmar esos acuerdos con la UE desató la agresión rusa contra Georgia en 2008 (con la pérdida de Abjazia y Osetia del Sur) y a Ucrania en 2014 (que llevó a la anexión de Crimea por Rusia y a la promoción del separatismo en el Donbás). Desde ese año, Ucrania ha buscado su seguridad por medio del acercamiento a la OTAN, de la que recibe suministros de armas y entrenamiento, y los miembros del Este, como Polonia y los bálticos han pedido y recibido refuerzos y equipamiento de Estados Unidos y otros socios. Es el clásico dilema de seguridad en Relaciones Internacionales: las acciones de uno en búsqueda de seguridad son percibidas por la contraparte como amenaza y viceversa.
Por: Luis Herrera Lasso M. Director del Grupo Coppan
El que inicia una guerra sabe cuándo comienza, pero no sabe cuándo, ni cómo termina: la guerra tiene su propia dinámica, más allá de quienes la propician. Lo único certero es la destrucción, la desolación, la desesperanza y la pérdida de sentido para quienes se ven directamente involucrados, en particular los combatientes y las víctimas civiles.
Desde el fin de la Guerra Fría, los miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han ensanchado el cerco militar en torno a Rusia, a pesar de los acuerdos de 1991 para no hacerlo. Conforme Vladimir Putin se consolida en el poder, su resentimiento hacia los integrantes de la OTAN aumenta cada día que pasa. Cuando se sintió suficientemente fuerte inició el proceso de reivindicación en el flanco más sensible: Ucrania.
Ucrania ha sido objeto de múltiples invasiones, conquistas y reconquistas, lo que ha resultado en un país divido entre el este y el oeste, los que ven hacia la Unión Europa y los que ven hacia Rusia, la seguridad y la certeza versus el cambio y la modernización. El control militar del territorio por parte de tropas rusas no asegura el control de su población, ni desvanece las fracturas internas. ¿Cómo hará Putin en esa circunstancia para evitar una guerra civil?
La guerra seguirá cobrando su sangrienta cuota de muertos, heridos y desposeídos en el marasmo que le brindan; así sucede cuando la despiertan. Pero los afectados no están sólo en el campo de batalla: la OTAN, China y el resto del mundo se ven afectados por esta digresión a la paz: las relaciones diplomáticas se tensan, los mercados financieros y energéticos se resienten y la zozobra contagia a las buenas y a las malas conciencias. Sabemos quién, cuándo y cómo se inició le guerra: imposible predecir sus tiempos, el alcance de sus daños y sus consecuencias.
Teatro de Mariupol, tras el bombardeo. Según las autoridades, ahí se escondían más de mil civiles. Foto: Tomada de Twitter del canciller Dmytro Kuleba.
Por: Emerson Segura Valencia. Asociado Comexi
Las guerras no sólo se libran bélicamente, sino mediáticamente. La industria de la desinformación y las noticias falsas se han convertido en uno de los espacios fértiles en los que la guerra entre Rusia y Ucrania ha encontrado refugio. El contexto político y bélico actual es distinto de los del siglo pasado, pero también los ecosistemas mediáticos y tecnológicos lo son.
Las redes sociales se han convertido en el principal conducto para propagar la desinformación, que ha sido promovida, pero también padecida, por ambos bandos. La escalada de narrativas ha privilegiado las percepciones y la manipulación por encima de la información. Ambos gobiernos han incurrido en difundir información no corroborada o bien, mentiras. Tanto el “Fantasma de Kiev”, un supuesto piloto en las filas ucranianas al que le atribuyeron increíbles gestas militares contra las tropas rusas y difundido por la cuenta del Gobierno ruso y del expresidente ucraniano Petro Poroshenko (2014-2019), como los supuestos desmentidos por parte de las embajadas rusas en el mundo sobre los ataques en Ucrania, son un ejemplo de esto. El bombardeo del hospital de Mariupol que el gobierno ruso señaló como falso y acusó que una de las mujeres heridas y fotografiada era una actriz, dejó un saldo de 17 heridos y al menos 3 personas fallecidas. No es nuevo que la mentira inocule más que la verdad. El compromiso de los medios debe de ser con sus audiencias, no con los gobiernos ni con los intereses empresariales.
Por: Sergio Ley. Embajador en China 2001-2007
En las últimas semanas la República Popular China ha tenido una intensa actividad diplomática y de activismo geo-político. El presidente Xi Jinping se ha reunido por medios virtuales en cumbres con el presidente ruso, Vladimir Putin y, por separado, con el de Francia, Emmanuel Macron, y con el canciller alemán Olaf Scholz. En sus conversaciones con mandatarios europeos, el líder chino urgió a apoyar conjuntamente las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania, destacó la necesidad de alentar a las partes a mantener el impulso de las negociaciones y dar lugar a resultados pacíficos. Insistió en hacer un llamado a la máxima moderación para evitar una crisis humanitaria de grandes dimensiones y agregó que China está lista para proporcionar a Ucrania suministros adicionales de ayuda humanitaria. Subrayó que es imperioso defender activamente una visión de seguridad común, integral y sostenible. China, aseguró, apoyará a Francia y Alemania en la promoción de un marco de seguridad europea equilibrado y eficaz en favor de los intereses y la seguridad duradera. Insistió en que a China le complacería ver un diálogo en pie de igualdad entre la Unión Europea, Rusia, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Por su parte, el Consejero de Estado y Ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, se ha reunido de la misma manera o telefónicamente con sus contrapartes de Rusia, Ucrania, Francia, Italia, Unión Europea y Estados Unidos. En su conversación con el canciller ucraniano, Dmytro Kuleba, Wang Yi recibió la petición para que China se convierta en el mediador del conflicto. Sin embargo, la respuesta china ha sido, hasta el momento, ambigua ya que esperaría que Rusia, la parte agresora del enfrentamiento, también se lo pida o muestre su aquiescencia.
En todos estos encuentros, los altos dirigentes chinos han expresado la profunda preocupación por el desarrollo de la situación en Ucrania y el quebranto a la paz que pueda desembocar en una conflagración mundial. La posición china ha sido insistente en el respeto a la soberanía e integralidad territorial de todos los países, en claro apoyo a Ucrania rechazando la invasión, y al mismo tiempo apoya a Rusia al exigir que los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea mantengan un diálogo igualitario con Rusia, enfrenten los problemas acumulados en el tiempo, frenen la expansión hacia el este de la OTAN para la seguridad de Rusia y busquen la construcción de un mecanismo de seguridad regional. Sólo así, habrá una paz duradera en Europa.
Por: Héctor Cárdenas. Embajador retirado
La anexión de la península de Crimea a la Federación rusa, en 2014, dio inicio a la ejecución de la ominosa política expansionista de Moscú con el fin de reincorporar a su espacio a Ucrania, una nación que ha luchado por siglos por su independencia. Los argumentos que ha esgrimido Vladimir Putin para justificar su flagrante violación del Derecho Internacional, son a todas luces espurios.
Mientras que la mayoría de los países aspiran al establecimiento de la democracia, Rusia conserva los elementos torales que definen su política: autocracia, ortodoxia y nacionalismo, principios que aplica tanto en su política interna como en las relaciones con sus vecinos. En el caso de la invasión a Ucrania de los últimos días, Putin ha intentado convencer a la comunidad internacional y a sus ciudadanos de que es necesaria la “desnazificación” del país, tesis sin sustento alguno, puesto que, si algún país sufrió la crueldad del nazismo, y los horrores de los más infames regímenes totalitarios de la historia: la URSS y la Alemania nazi, fue Ucrania, cuyo presidente Volodimir Zelensky es judío.
Asimismo, asegura que ese país no existe, que es solamente una entelequia propagada por Vladimir Ilich Ulianov, Lenin y, por lo tanto, que las naciones rusa y ucrania conforman una sola comunidad de sentimiento cuyos vínculos étnicos, religiosos y culturales son indisolubles.
En este sentido, Putin invoca al nacionalismo para salir en defensa de las comunidades ruso-parlantes del Este del país, lo que resulta contradictorio pues, bajo esta premisa, lo que ha hecho es desatar una guerra civil y fratricida. Los motivos del oso ruso, alimentados con la desinformación, ocultan un ejemplo más de su expansionismo.
Por: Duncan Wood. Vicepresidente de Estrategias y Nuevas Iniciativas en el Wilson Center
En respuesta a la invasión rusa en Ucrania, estamos viendo desarrollarse una nueva dinámica geopolítica. Estados Unidos ha aplicado sanciones a la economía rusa y a figuras clave de ese país; ha impuesto una prohibición a las importaciones de petróleo ruso y ha presionado a las empresas para que desinviertan y detengan sus operaciones comerciales en Rusia. El gobierno estadounidense ha pedido a sus amigos y aliados que hagan lo mismo. Incluso se ha pedido a los gobiernos no amigos de países como Venezuela e Irán que pongan de su parte, y Estados Unidos les ha pedido que aumenten la producción de petróleo para compensar el déficit de Rusia.
Esto marca el comienzo de una nueva era en la geoeconomía y muestra la necesidad de que los gobiernos y las empresas latinoamericanas sean más sensibles a las cuestiones geopolíticas que parecían olvidadas durante la “era dorada”de la globalización en el periodo posterior a la Guerra Fría. A medida que avancemos, los gobiernos de EstadosUnidos y Europa se interesarán mucho más por las decisiones empresariales y de inversión de sus empresas en países poco amistosos, especialmente en aquellos que suponen un reto para las ambiciones geopolíticas de Estados Unidos. En América Latina, esto debería servir de advertencia a los gobiernos que han tomado medidas para distanciarse de Estados Unidos y acercarse no sólo a Rusia, sino también a China. En las mentes de los responsables de las políticas estadounidenses y, lo que es más importante, en las de los inversionistas, la seguridad energética y económica están de nuevo dramáticamente ligada a la seguridad nacional.
En los meses previos a la Cumbre de las Américas, este verano, deberíamos esperar una tormenta de actividad diplomática, con gobiernos presionados para declararse firmemente del lado estadounidense, o enfrentarse al descontento del gobierno de Estados Unidos y de las empresas financieras que seguirán el panorama geopolítico cada vez más de cerca.