Julio ha sido un mes complicado en Latinoamérica y el Caribe : del asesinato del presidente Jovenel Moïse a las protestas cubanas, pasando por el asedio del régimen nicaragüense a la oposición; la región sufre problemas estructurales que representan un desafío para todos los gobiernos, incluyendo al de Joe Biden, señalan nuestros expertos:
Cuando el presidente de EU, Joe Biden , asumió el cargo, en enero pasado, él y sus asesores creían que el mayor reto que enfrentarían en América vendría de Centroamérica, y el problema agudo/crónico de la migración.
A seis meses del inicio de su administración, la región se ha convertido en un nido de problemas que ahora parecen inextricables. El reciente asesinato del presidente haitiano, la inestabilidad política en curso en Cuba, los conflictos económicos emergentes con México y el desafío de largo plazo de lidiar con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela se han unido para hacer de América una de las regiones más problemáticas del mundo para el gobierno estadounidense.
Los múltiples problemas de la región representan desafíos inmediatos y de largo plazo para Biden.
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A corto plazo, enfrenta no sólo la migración masiva de Centroamérica, sino la perspectiva de olas de migrantes provenientes de Haití y Cuba, si sus situaciones políticas no se estabilizan rápidamente. En Cuba y Venezuela , la administración de Biden está tratando de equilibrar los problemas de apoyar a los pueblos cubano y venezolano, mientras castiga a sus gobiernos y demuestra al electorado estadounidense, y especialmente a los votantes de Florida, que el presidente es duro con los regímenes represivos. En México, enfrenta una creciente presión de parte del Congreso estadounidense respecto de la política energética de AMLO, desde sindicatos y empresas sobre los derechos laborales, hasta la sociedad civil sobre los derechos humanos.
Duncan Wood, vicepresidente de Estrategias y Nuevas Iniciativas en el Instituto México del Woodrow Wilson
Las relaciones de Cuba con Rusia sufrieron un grave deterioro a raíz de la desaparición de la URSS , coincidente con un cambio de régimen que obligó al Kremlin a replantear sus relaciones con el exterior, sobre todo con los países satélites con regímenes comunistas.
Se calcula en 40 mil millones de dólares la “ayuda” que recibía la Habana anualmente para sostener al régimen.
Ante las recientes protestas populares que demandan un retorno a la libertad en la isla, el Kremlin ha adoptado una postura realista, simplemente legalista y declarativa, que no afecta a Cuba ni a EU. Por un lado, manifiesta su solidaridad con el pueblo cubano, sin defender la posición del Partido Comunista, mientras que, por otro, condena el embargo norteamericano como lo ha hecho desde hace sesenta años a sabiendas de que Washington permanece indiferente ante esa postura.
Lo que en rigor mueve a Rusia a no distanciarse abrupta y contundentemente del régimen castrista es el pago de la deuda contraída por la Habana que, más que nunca, ahora resulta impagable.
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En 2015, Rusia condonó 90% de la deuda cubana, 29 mil millones de dólares de un total de 32 mil millones de la deuda que tenía desde la época de la URSS. Sin embargo, hasta ahora Cuba no ha podido cumplir con las condiciones impuestas por sus acreedores, lo que ha obligado a Moscú a acudir al Club de París para entablar negociaciones de recuperación del adeudo. Rusia no es ni ha sido un país que perdone fácilmente a sus deudores, no como los blandengues gobiernos mexicanos que han condonado 70% de la deuda a la dictadura cubana , cuyo monto era de 487 millones de dólares.
Héctor Cárdenas Rodríguez, embajador retirado
En distintos momentos de la historia, para mantenerse en el poder y aplacar la inestabilidad política, los gobernantes han formado coaliciones internacionales de colaboración para la supervivencia.
Cuando algún régimen enfrenta amenazas internas a su continuidad y su caída puede tener consecuencias indeseables para el bloque ideológico del que forma parte, sus aliados intervienen, ya sea de forma directa o indirecta, para reforzar sus capacidades de violencia y control, y asegurar la continuidad del orden político.
En los últimos años, se ha conformado en América Latina una coalición de supervivencia similar a la que hubo a finales de la década de 1970 entre algunas de las dictaduras militares de la región.
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El gobierno venezolano de Nicolás Maduro ha obtenido ayuda para continuar de parte de Cuba, país que contribuye con personal militar y adiestramiento en control social; de México, que colabora con el silencio conveniente y abre oportunidades para el tráfico de derivados de petróleo venezolanos, y de las acciones débiles pero constantes de Argentina y Bolivia en grupos multilaterales.
El Partido Comunista cubano ha encontrado alivio en la ayuda petrolera de Venezuela, mantiene como defensores a los gobiernos de Alberto Fernández y Luis Arce, y ha contado con neutralidad diplomática cómplice, ayuda económica y asistencia material por parte del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Manus manum lavat, tradujo Séneca del griego en su sátira a Claudio, el tirano —una mano lava la otra—.
Ricardo Jasso Huezo, investigador en el Instituto Matías Romero de la SRE
El asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse a manos de mercenarios colombianos y estadounidenses contratados por su jefe de seguridad ha sumido al país isleño en una nueva espiral de inestabilidad política e inseguridad crónica. Una tragedia repetida que no tendrá pronta solución.
Esta vez, la crisis haitiana ha encendido como olas expansivas las alarmas de la comunidad internacional. El foco rojo es la densa red de mercenarios, exmilitares profesionales entrenados en tareas antinarcóticos, antisubversivas y antiterroristas, que opera sin ningún control en todo el mundo a través de empresas de seguridad privada, muchas de ellas, estadounidenses.
El fenómeno de la privatización de la seguridad a nivel transnacional es una industria en plena expansión. América Latina y Estados Unidos son parte central en esta trama. La mano de obra es latinoamericana; el entrenamiento y las armas, estadounidenses. Hay una enorme corresponsabilidad sobre la cual habría que exigir acciones concertadas a nivel interamericano.
Guadalupe González González, internacionalista
Tras el triunfo de la Revolución Cubana (1959), Fidel Castro encontró en los gobiernos priistas un aliado y un interlocutor que le permitiría a ambos regímenes legitimarse y perpetuarse en el poder.
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El viraje hacia el marxismo-leninismo del régimen cubano, en 1961, despertaría dudas más tarde en el gobierno de Díaz Ordaz ante la bipolaridad global derivada de la Guerra Fría; no obstante, las relaciones entre ambos continuaron, a diferencia de la mayoría de los países del orbe. Años más tarde, Castro forjaría lazos de amistad con la encarnación del neoliberalismo mexicano, Carlos Salinas de Gortari, y le daría asilo en 1995.
Los proyectos de poder trascienden ideologías y siglas. El PRI y el Partido Comunista cubano (PCC) compartieron su vocación por sentirse un todo nacional: la nación, la revolución, el pueblo, el gobierno, el Estado y el partido, nada más contrario a lo que es un partido, es decir, un grupo que se asume sólo como una parte de la sociedad. El periodista Pierre Blanchet se preguntó en Le Nouvel Observateur : “¿Si el problema no fuera simplemente económico…? Y ¿…si el llamado de la libertad permaneciera siendo el más fuerte?”.
Emerson Segura Valencia, asociado COMEXI
En el mes de julio han sido recurrentes las turbulencias en el vecindario. En Haití, el presidente Jovenel Moïse es asesinado por sicarios extranjeros. En Nicaragua, el presidente Daniel Ortega ordena el arresto domiciliario de los candidatos de la oposición que le pueden hacer competencia. En Cuba, por primera vez en décadas, cubanos de 34 poblaciones salen a las calles a protestar por las políticas del gobierno.
Estos hechos hablan de inestabilidad política , prácticas antidemocráticas, crisis sanitaria y precariedad económica y social. Sus causas son estructurales, no circunstanciales.
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Si bien estos hechos resultan preocupantes por lo que representan para sus poblaciones y para la región, no existen indicios de acción de la comunidad internacional. Ni la ONU ni la OEA parecen contar con instrumentos para prevenir males mayores.
Son temas que están en la agenda de preocupaciones de la administración del presidente estadounidense, Joe Biden, pero su complejidad hace difícil traducirlas en líneas de acción. México ha decidido mantenerse al margen, incluso de lo que sucede en su vecindario. La situación en estos países es preocupante, y los principales actores regionales, México y Estados Unidos, no pasan de ser meros observadores.
Luis Herrera Lasso M., director del Grupo COPPAN