Mucho se ha escrito sobre cómo las elecciones intermedias en Estados Unidos fueron, en cierto sentido, un triunfo para Donald Trump: el Partido Republicano mantuvo mayoría en el Senado, recuperó algunas gubernaturas y se demostró que su discurso sigue siendo vigente entre los que ya podríamos etiquetar como “los mismos de siempre”.

Aun cuando no se hizo realidad la esperanza de que una “ola azul” demócrata avasallara a los republicanos, sí nos deja una radiografía interesante de cómo se está reorganizando el voto después de 2016. Hay dos caras de la moneda, no todo el país está bajo el encanto del discurso nacionalista y excluyente de la Casa Blanca, y se encargaron de hacerlo notar en las urnas.

Fue la contienda con el mayor número de candidatos diversos en la historia de Estados Unidos, sólo 58% entraban en la categoría WASP (blanco, anglosajón, protestante y por supuesto: hombre). Haciendo una breve numeralia: 272 de 964 contendientes fueron mujeres, 216 de razas diversas (afroestadounidenses, hispanos, asiáticos, nativos americanos, entre otros) y 26 se identificaron como LGBT.

El resultado: una Cámara Baja con el porcentaje más alto de mujeres, las primeras legisladoras nativo americanas, musulmanas, de color (para ciertos estados) y la mujer más joven en ocupar un escaño (Alexandria Ocasio-Cortez, quien por cierto es de origen hispano); también está el primer gobernador abiertamente gay.

Este cambio en el mapa de actores políticos de aquí a 2020 es una respuesta de sectores de la sociedad que llevan dos años escuchando “esta América no es para ti”. Esta ola fue la que sí llegó: la forma de decir “aquí estamos, queremos y vamos a ser representados”.

Antes de la era Trump, Estados Unidos había generado la percepción de ser un país diverso y hasta cierto punto liberal; sin embargo, fue hasta esta coyuntura —con un gobierno que empuja hacia el conservadurismo, la xenofobia y los tintes misóginos— que una nativa americana logrará pisar el congreso, haciendo escuchar la voz de muchas. La realidad es que diversidad no era un adjetivo que pudiéramos relacionar con Washington.

¿Esta fue la estrategia demócrata prevista desde el inicio de las campañas? Me atrevería a decir que no, puesto que el partido se decantaba inicialmente por opciones más tradicionales, mismas que cada uno de estos candidatos venció en las primarias; sin embargo, a partir de ese momento estuvieron atentos, escucharon al votante potencial y apoyaron posturas y propuestas más incluyentes.

Edad, género, localidad y porcentaje de participación son los elementos que facilitaron la existencia de todos estos “primeros”.

Los republicanos han mantenido la apuesta del miedo, la aversión al cambio y la cerrazón. Si bien esto afianza la intención de voto blanco, no permite incorporar a más segmentos de la población.

Un estudio de New American Economy señala que en los distritos donde las contiendas estuvieron más cerradas existe un cambio demográfico, con nuevos votantes de origen hispano o asiático que votarían por primera ocasión.

Se sabía que el voto joven era el que podría mover la balanza, el temor era que la apatía derivara en ausencia en las urnas. El 6 de noviembre ese temor se disipó, pues la participación fue bastante mayor que en el periodo pasado: 31 millones de votos más con respecto a 2014 son la señal de que la apatía queda en segundo plano cuando se necesita empezar a cambiar las cosas.

Mujeres entre 18 y 34 años fue el segmento que más se inclinó por candidatos demócratas. Esto no tiene que ver con el partido en sí mismo, está más relacionado con las historias de Ocasio-Cortez, Sharice Davids, Deb Haaland, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, entre otras, que son más cercanas, más representativas y sobre todo que no vienen de la típica política estadounidense.

Las preocupaciones principales en materia de política pública también varían dependiendo del estado: lugares como Texas, Wisconsin, Virginia y Ohio están más enrolados en el discurso del miedo republicano y su interés está focalizado en temas de seguridad y economía, mientras que los conocidos como swing districts (los que suelen cambiar de partido en cada elección) tienen mayor interés en temas como salud, pensiones, educación y energías limpias, entre otros. La radiografía política de Estados Unidos en 2018 nos deja ver un país dividido, con diferencias cada vez más marcadas entre lo rural y lo urbano. La sobreexposición mediática del actuar y el decir de Trump únicamente ha contribuido a alimentar las divisiones.

Las amenazas contra la caravana migrante, el empantanado tema de los niños separados de sus padres deportados, la nueva cercanía con el líder norcoreano Kim Jong-un “a cambio de desarme nuclear”, los desplantes internacionales y los tuits de odio sólo afianzan la decisión de un extremo de buscar la permanencia de un halo republicano alrededor del presidente, mientras que para otro fue la señal para salir a buscar nuevos representantes.

El reto para el Partido Demócrata será interpretar bien los resultados de estas elecciones, tanto las pérdidas como las ganancias, para perfilar al (o la) contendiente que enfrentará a Trump en las elecciones presidenciales de 2020, y capitalizar el actuar de estos nuevos representantes para ganar mayor terreno. Tienen dos años para, ahora sí, preparar la ola azul.

Internacionalista, dedicada a la comunicación estratégica como socia en Meraki México

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