Javier Milei llega al gobierno en Argentina en 2023 como resultado de una crisis múltiple de representación política. Diversos factores pueden producir el alejamiento y rechazo de los ciudadanos respecto de sus representantes: en primer lugar, la corrupción, opacidad y fomento de privilegios a favor de quienes gobiernan (crisis por oligarquización). En segundo lugar, las prácticas de intolerancia al pluralismo y persecuciones veladas o extorsivas sobre opositores (crisis por intolerancia). Por último, la ineficacia para resolver los problemas que importan a la sociedad (crisis por ineficacia).
Argentina tuvo en las últimas décadas una combinación de estas diversas crisis que Milei convirtió en el factor explicativo de la emergencia económica. Así, la exhibición pública de exfuncionarios de alto rango procesados y condenados por corrupción y los escandalosos privilegios de actores del gobierno en plena emergencia sanitaria socavaron las bases de legitimidad moral que actores posicionados en el espacio de centro izquierda (y progresismo) debían poseer. Pues, históricamente, la izquierda se conjugó como un proyecto ético-político. En tal sentido, los daños producidos por los gobiernos kirchneristas a la tradición de centro izquierda han calado hondo en la sociedad argentina. Por otra parte, una polarización del tipo amigo-enemigo que dividió y acrecentó la intolerancia en la sociedad tuvo el funesto desenlace de una crisis económica y social, traducida en un acelerado aumento de la inflación, que alcanzó 25.5% en diciembre de 2023, y niveles de pobreza elevados a más de 40%, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina (INDEC).
Durante las elecciones presidenciales, la fuerte polarización política contribuyó a que la posición radicalizada de Milei frente al gobierno y a su competidor moderado (Juntos por el Cambio) lo convirtieran en la opción opositora más fuerte, creciendo desde 30% en la primera vuelta a 56% en el balotaje. El año 2023 cerró con un nuevo presidente que despertaba severas interrogantes sobre cuánto podría un outsider, con rasgos sicológicos excéntricos y propuestas culturales y sociales regresivas, permanecer en el cargo, y hacer frente a la severa crisis social e inflacionaria.
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A un año de su presidencia hay un giro notable en las preguntas sobre Milei. Así, hoy los argentinos dan por hecho su permanencia en la presidencia, y se preguntan hasta dónde tendrá capacidad para cambiar las estructuras estatales, sociales y culturales de Argentina; y por otra, si podrá como fuerza política vencer en las legislativas del próximo año, dando por descontado su crecimiento electoral.
¿Cómo y por qué se ha dado semejante cambio de expectativas en la población argentina?
Una combinación de datos económicos y de estrategia competitiva acercan a explicar el fenómeno. En primer lugar, la inflación disminuyó a menos de 3% en el mes de octubre de 2024, según el INDEC, y el riesgo país, es decir, el riesgo que implica un país para potenciales inversores, ha disminuido más de 50%, desde mil 900 puntos a 770 a mediados de octubre. La confianza económica, interna y externa está creciendo. Por otra parte, su invariable comportamiento adversarial le ha traído beneficios políticos. Pues su agresividad política apunta a todos, cercanos y lejanos de sus posiciones, aliados y rígidos adversarios por igual. Esto lo coloca en un polo que disuelve los matices y debilita a los más cercanos. También esta estrategia de multiconflictualidad le da libertades para negociar con todos, según la situación y propósito del momento.
El presidente Milei, según diversas encuestas, está ocupándose de la inestabilidad económica argentina, un problema que, además de afectar principalmente a los sectores sociales más vulnerables, ha generado sentimientos colectivos de miedo y angustias, que reviven traumas colectivos en el país. Pero al mismo tiempo que se avanza en la estabilidad, la pobreza creció, durante el primer semestre, más de 11 puntos, pasando de 42.5% a 52.9% de la población. Hecho que no preocupa al nuevo gobierno, como lo muestra la ausencia de una estrategia para revertir esta tendencia. Asoman escenarios sombríos para la igualdad social y para la democracia argentina.
Milei encarna de modo protagónico una forma de populismo neoliberal, del mismo modo que lo hicieron Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los 80. Durante su año de mandato el presidente argentino ha planteado una batalla cultural que se propone refundar el sentido común de la sociedad argentina. La desigualdad no es un efecto no deseado por sus políticas, sino que se trataría del nuevo cauce que la sociedad y la economía viven cuando son liberadas de las ataduras del Estado. Margaret Thatcher, reivindicada por Milei en su política económica, aseguró sin simulaciones que “los conservadores no son igualitarios”. En el nuevo sentido común, la desigualdad es el resultado de fuerzas impersonales. La sociedad y bienes comunes como una casa, en vez de ser interpretados como un bien que todos deberíamos tener y que son garantizados colectivamente por políticas públicas, lo son en la lógica mileista, como el punto de partida para avanzar individualmente hacia la acumulación, aprovechando bajas tasas al mercado inmobiliario y mínimas distorsiones a los precios de mercado. En el nuevo sentido común confluirían en un gran abrazo los intereses de grandes grupos económicos con el bienestar general.
La batalla cultural propuesta por Milei (junto a la estabilización financiera ya mencionada), resultan en una estrategia económico-cultural clave para su legitimación política. Así, su discurso incorpora un componente popular tradicionalista contrario a políticas igualitarias de género. El “pueblo mileista” estaría compuesto por “los argentinos de bien” defensores de un mercado sin intervenciones del Estado y de un modo de vida con valores tradicionales, y por una sociedad que amenaza los intereses de cada individuo, amenazas que provienen de “los otros” y de las tasas.
La batalla cultural mileista no atañe sólo a Argentina. Por el contrario, su presencia internacional ha sido intensa y, como ha manifestado, se trata de ganar la batalla global “a favor de la libertad” y erradicar “las ideas socialistas”. Esto ha implicado viajes frecuentes y la participación en actos de extrema derecha en diversos países. Así, ha logrado ser el primer mandatario extranjero en reunirse con Donald Trump, y establecer una relación de mutuos elogios con Elon Musk. Al respecto, una cuestión que emerge es la naturaleza de la confluencia con un político nacionalista, defensor del proteccionismo y de una fuerte intervención del Estado, es decir, su contrapartida.
En verdad, ambos (Milei y Trump) encarnan formidables programas a favor de las desigualdades. El trato discriminatorio con los extranjeros sin recursos económicos, las diferencias de género, el rechazo a políticas de derechos civiles y sociales a favor de las mujeres, constituyen puntos en común. Respecto del Estado, la política mileista, como fue la de Margaret Thatcher, implica una fuerte intervención del gobierno en los mercados, en la sociedad y en la cultura argentina. También comparte con Trump, Santiago Abascal, Steve Bannon, Jair Bolsonaro, Ron Paul (líder del movimiento Tea Party) y otros invitados a la reciente cumbre de la CPAC (Conferencia de Acción Política Conservadora), el esfuerzo por organizar internacionalmente un movimiento de extrema derecha, con retórica de intolerancia, y que amenaza a la democracia.
En el contexto actual de precarización laboral y de creciente desigualdad socioeconómica, la participación colectiva y la protesta social son vistas, desde el sentido común mileista, como actuaciones del demonio socialista. La propuesta es una democracia gobernable, que habría sido minada por las políticas distributivas que producen un exceso de demandas. En la línea del Samuel Huntington de los 70, se debe avanzar hacia un orden que evite el “exceso de democracia”.
Así, el ataque actual a las igualdades, de acentuarse las tendencias actuales, socavará las libertades que el gobierno mileista retóricamente defiende.
*Politólogo