San José. – Desde un teléfono de un cuartel militar en una remota comuna en las montañas de los Andes del área central de Chile y en un día —viernes 22 de diciembre de 1972— que convirtió una tragedia en esperanza y en milagro, un pintor, ceramista, escultor, muralista, escritor, compositor y padre… dibujó, formó, esculpió, decoró, narró y compuso la más importante obra de su vida.
Aquel padre —el uruguayo Carlos Páez Vilaró (1923-2014)— habituado a vivir entre martillos, mazos, cinceles, pinceles, lienzos, lápices, maderas, piedras, hierros, resinas, témperas, pinturas, aguas, crayolas, tornos, moldes, muros, brochas, hornos, talleres, museos, galerías, máquinas de escribir, atriles, partituras, bastidores, crónicas y herramientas, piezas y materiales de arte, reveló ese día al mundo una historia de fatalidad y prodigio desde un confín de los Andes.
Con voz fuerte, el hombre, entonces con 49 años, leyó y repitió una vez el nombre y el primer apellido de cada una de las únicas 16 personas—todos uruguayos—que sobrevivieron a estar perdidos 72 días tras un desastre aéreo que ocurrió hoy hace 50 años en las montañas de Argentina limítrofes con Chile y que se saldó con 29 muertos.
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“Carlitos Miguel Páez… mi hijo. Carlitos Miguel Páez, mi hijo”, precisó, alterado, este artista aquella jornada de angustia que combinó muerte, vida, llanto, alegría, luto, dolor, ilusión y paciencia y abrió un expediente de “porqués” y “paraqués” luego del 13 de octubre de 1972.
…las lágrimas
El viaje surgió como paseo del equipo uruguayo de rugby Old Christians Club, de Montevideo, con parientes, hinchas y amistades, para enfrentar en la capital chilena al Old Boys Club, de Chile.
Con 40 pasajeros y cinco tripulantes, el avión 571 fletado a la Fuerza Aérea de Uruguay despegó el 12 de ese mes de Montevideo y, por una tormenta, aterrizó ese día en la centro-occidental provincia (estado) argentina de Mendoza para pasar la noche.
La nave salió a las 14:18 horas del 13 hacia Chile. Sometida a múltiples dificultades humanas, técnicas y meteorológicas, se estrelló a las 15:34 contra una montaña de Argentina de apelativo emblemático: el Glaciar de las Lágrimas, a unos 3 mil 570 metros sobre el nivel del mar.
De los 45, 12 perecieron de inmediato en el impacto contra el gigante de nieve y 17 murieron en los siguientes 72 días de desdicha y sin huella de víctimas y aparato.
El hecho generó una búsqueda que remató el 22 y 23 de diciembre con el hallazgo y rescate de los 16 luego de sufrir hambre, frío y desesperanza y decidir en grupo comerse la carne de los muertos —familiares, amigos y allegados— para subsistir.
… la ansiedad
¿Se logrará el rescate?
Terco e incansable, Páez padre nunca titubeó en responder sí a la temible pregunta y en confiar en reencontrar con vida a su hijo, jugador de rugby. Aunque el rastreo se suspendió a los ocho días del percance, el padre superó la zozobra e insistió, buscó y rebuscó.
Todo se concentró en la comuna chilena de San Fernando, adyacente al área fronteriza con Argentina. En diciembre, desesperados, atrapados y sin aparente salida, los 16 votaron entre sí y decidieron que Fernando Parrado y Roberto Canessa caminaran hacia Chile (oeste) a buscar ayuda.
Y la encontraron.
A los 10 días, Parrado se topó con un baquiano chileno —Sergio Catalán— al que, de una a otra orilla de un río, le lanzó una nota atada a un lápiz y a una piedra en la que pidió urgente auxilio para los 15.
De lejos, Catalán le dio señal de entendido y le envió pan. Al retirarse del sitio, encontró a dos de sus amigos chilenos que le confiaron que, en esos días, un hombre —Páez padre— les preguntó si sabían algo del accidente.
Catalán viajó a caballo unas 10 horas y luego en camión de carga para avisar a la unidad policial del pueblo chileno de Puente Negro, desde donde se alertó a la base militar de San Fernando. De inmediato, se activó un operativo de rescate en helicópteros en dos días —22 y 23 de diciembre— y Páez padre, en San Fernando, recibió el 22 la lista de 16.
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… la recompensa
Por el radio de comunicación de un helicóptero, el listado fue transmitido del punto de rescate al cuartel de San Fernando. En llamada por teléfono a Radio Carve, de Montevideo, Páez padre empezó a leerla desde esa estación y, de quinto, citó a su hijo.
--Bueno mi querido: te voy a decir los nombres de los chicos. ¿Tú me escuchas?, reportó a un interlocutor en Uruguay.
--Te escucho. Adelante, por favor, le contestó una voz en Montevideo.
Y le solicitó:
--Reitéramelos dos veces cada nombre, por favor. Dos veces cada nombre.
Páez padre acató.
El audio, que Páez hijo compartió a EL UNIVERSAL, exhibió un momento emotivo.
“Sí, un drama fue esa lectura”, dijo Páez hijo ayer a este diario.
“Con bastante éxito porque la posibilidad (de hallarnos con vida) era de uno a tres. Tuvo suerte, pero acompañado por la fe que él puso en la búsqueda. Él pudo hacerla, la hizo y tuvo su recompensa. Demostró gran tenacidad. La vida es actitud, pasión y perseverancia. Él tenía las tres”, agregó.
Sorprendido porque “50 años pasaron demasiado rápido”, destacó que la vida, como la suya durante y después del calvario en los Andes, es una cordillera.
“La vida está llena de cordilleras. Mi padre decía que el obstáculo era su mayor estímulo, que es importante tenerlos para irlos sorteando. Al final no se trata de éxitos, sino de ser buena persona. No puedo decir que le gané a la vida. Puedo decir que decidí pelear por la vida”, relató.
“En mi epitafio me gustaría que pusieran que pasó por acá una buena persona. Ese es el éxito de la vida y construir una buena familia”, subrayó este hombre casado, con dos hijos y cinco nietos “y medio”, porque uno nacerá dentro de cuatro meses.
“A 50 años, mi sentimiento es que en la cordillera aprendí muchas cosas, pero en la vida también, sorteando obstáculos. Gracias a que estoy vivo, hay siete y medio más. Hoy somos más de lo que salimos de aquel avión”, describió.
Y al final bromeó: “Pasé del rugby a los pañales. Mientras no me lleguen los pañales de los viejos, yo encantado”.
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