Miami.— La mesa está puesta en un pequeño apartamento de Chicago. El aroma del pavo, preparado con esfuerzo y cariño, llena el hogar de Adriana Calderón, una madre mexicana que lleva 15 años en el país y habló con EL UNIVERSAL.
Mientras sus hijos decoran la mesa con dibujos escolares de peregrinos y pavos, el ambiente se siente más tenso que festivo. “Estamos aquí para trabajar y darles un futuro mejor a nuestros hijos”, dice Adriana, “pero ahora vivimos con el miedo de que en cualquier momento todo se nos arrebate”. Este Día de Acción de Gracias choca con una realidad que pesa sobre millones de indocumentados en el país.
Adriana, como muchos otros inmigrantes, ha oído las amenazas de deportaciones masivas de Donald Trump. Estas palabras han sembrado temor y desesperanza.
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En El Paso, Texas, Carlos Hernández, un jardinero salvadoreño, cuenta a este medio cómo su esposa prepara una cena modesta para su familia. “No hay pavo en la mesa, sólo vamos a tener tamales, pollo y frijoles, pero lo que realmente falta es la tranquilidad”, dice Carlos: “No sabemos si mañana estaremos juntos”; teme que cualquier interacción con las autoridades locales o federales pueda llevar a su detención o la de su esposa o hijo mayor, una vez que Trump inicie su presidencia y haya firmado las órdenes ejecutivas para que las autoridades comiencen a arrestar indocumentados.
“Mi hija y mi hijo menores nacieron aquí y no pueden tocarlos, pero se quedarían solos, con unos amigos con quienes ya hemos platicado, pero nos separarían”, explica.
La socióloga Cecilia Castañeda habla a este diario sobre la ironía del Día de Acción de Gracias: “Los peregrinos llegaron sin nada y los indígenas los ayudaron. ¿Qué pasa con nosotros? Migrantes como los peregrinos originales. Estamos trabajando, pagando impuestos, construyendo este país, pero en lugar de ayuda, lo que recibimos son amenazas de deportación; el mundo está al revés”.
En Arizona, cerca de la frontera con México, Juan y Sofía Galvez, trabajadores agrícolas, también enfrentan el día con preocupación. Cuentan que su hija, Marisol, ha dibujado en la escuela una escena del Día de Acción de Gracias; en el dibujo la familia está sentada alrededor de la mesa, pero en el fondo se ve una patrulla de inmigración. “Los niños no deberían estar viviendo con este miedo”, dice Sofía.
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Rosa Mejía, joven protegida por el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) en Nueva York, contó en Facebook que siente el peso de esa contradicción. “Antes, Acción de Gracias era un día de esperanza (...) hoy no sabemos si esta será la última vez que celebremos aquí, en nuestro hogar”.
A pesar de las amenazas, las comunidades inmigrantes encuentran maneras de resistir y celebrar. En Houston, un grupo de trabajadores organiza una cena comunitaria. Enrique Torres, uno de los organizadores, explica a EL UNIVERSAL que “este día es para agradecer lo que tenemos, aunque sea poco. Lo que Trump no entiende es que nosotros también somos parte de este país y no nos vamos a rendir”.
Adriana, de Chicago, servirá la cena a sus hijos y tratarán de no pensar en lo que les espera. “Estamos aquí porque soñamos con algo mejor”, comenta mientras sus hijos leen en un libro sobre los peregrinos y los indígenas que su madre les entregó. Adriana se pregunta: “Si los indígenas ayudaron a los peregrinos, ¿por qué no podemos recibir un poco de esa humanidad hoy?”.
Este Día de Acción de Gracias es diferente para millones en Estados Unidos. Mientras preparan sus mesas y comparten sus alimentos, lo hacen con la incertidumbre de lo que el futuro les depara. “A pesar de todo, celebran, porque el acto de dar gracias por la familia, la vida y la esperanza es una forma de resistencia en sí misma”, señala Castañeda.
Las historias de los peregrinos y los inmigrantes modernos son un recordatorio de que, en el corazón de toda migración, está el deseo universal de una vida mejor. Y aunque las circunstancias estén por dar un giro de 180 grados en Estados Unidos, la esencia del Día de Acción de Gracias vive.