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A Eduardo (no es su verdadero nombre) le valió una sola noche de descanso a las afueras del albergue para migrantes de Palenque, en el sur de México, antes de retomar su camino hacia Estados Unidos en la mañana siguiente.
Este joven hondureño de 23 años lleva días de intensa caminata y aún le quedan unas cuantas semanas más en caso de que consiga su sueño de llegar a la frontera para cruzar de manera ilegal.
Y el sueño sigue: poder estudiar un oficio y trabajar para ganar dinero con el que ayudar a su familia.
Eduardo conoce perfectamente la dureza y peligros de este camino que miles de centroamericanos realizan cada año.
Y no porque se lo hayan contado, sino porque esta es la cuarta vez que intenta el viaje "al norte". Todas sin éxito.
La última vez, de hecho, cuenta que estuvo secuestrado dos días por miembros de un cartel que pensó iban a quitarle la vida. Pero sobrevivió, igual que sus mismas ganas de llegar a EE.UU. que le llevan a volver a intentarlo, pese a la pesadilla que vivió en su propia piel.
Tras un 2020 marcado por el covid-19 y el cierre de fronteras entre países, el número de migrantes centroamericanos que huye de la pobreza e inseguridad de sus países buscando un futuro mejor en EE.UU. se multiplicó este año.
Algunos están esperanzados en que la política migratoria del nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, sea más favorable hacia su situación. Otros simplemente dicen que tras los efectos económicos de la pandemia y los huracanes del año pasado, no les queda más opción que salir de su hogar para tratar de sobrevivir.
Esta es la historia de Eduardo, una de tantas realidades detrás de esos miles de personas que decidieron volver a la carretera este año en su búsqueda del llamado "sueño americano". Cueste lo que cueste.
Vengo de Olancho, en la zona oriental de Honduras. Ya casi perdí la cuenta de los días que llevo de viaje hasta llegar acá a México.
En Honduras dejé a mi papá, mi madrastra, dos hermanos y mi niña de 4 años, que es mi querer. Por ella vengo batallando también. Ellos no querían que me viniera, pero…
En Honduras, la situación es complicada. Sobre todo por pobreza, por no encontrar trabajo, o al menos uno bien pagado. ¿Qué hace uno con ganar, con suerte, 120 lempiras (US$5) al día? Solo para comer, a uno se le va.
Así que decidí volver a probar este viaje. Es la cuarta vez que intento llegar a Estados Unidos.
El secuestro
La última vez que hice el viaje, me secuestraron. Yo ya estaba en México, viajaba en tren desde Monterrey y ya estaba llegando a Nuevo Laredo para cruzar después.
Se subieron al tren, me pusieron una pistola y me dijeron que bajara. Cuando uno ve las cosas ya en serio, mejor hacer caso.
Me dijeron que eran del cartel del Noreste, y que si yo estaba con (Los Zetas) Vieja Escuela.
Me retuvieron. Yo solamente le pedía dirección a Dios, solamente eso. No tenía más opciones, recuerdo que llorando y todo, yo solo pensaba "voy a salir de esta".
Me preguntaron quién era yo, y les di mi primer nombre. Pero el segundo nombre y los apellidos los di falsos.
Me preguntaron por mis redes sociales pero les dije que no tenía, porque seguro intentaban extorsionar a mi familia.
El problema es que si uno ve fotos en tu casa, con tu carro, ven cómo uno vive… ahí van, ahí ven que hay de dónde sacar. Pero no me encontraron nada de eso.
Mi familia pensó que yo podría haber dado su número de teléfono y tenían miedo. Porque cuando a uno lo secuestran, extorsionan y piden dinero a la familia, le piden que vendan la casa… Pero yo nunca di información de nada así que no les contactaron, gracias a Dios.
También me preguntaron si tenía gente allá arriba (en Estados Unidos) para ver si de ahí podían agarrar. Pero les dije que iba solo, que iba a trabajar, que no tenía a nadie allá.
Marcado para no volver
Cuando me bajaron del tren, me tuvieron maniatado con una especie de esposas. Dos días me tuvieron ahí, junto a la vía, en la mera orilla del tren. Me pegaron con una tabla, me dejaron la cara bien hinchada.
Algunos maquinistas que pasaban hasta hablaban con ellos, platicaban entre ellos, y algún maquinista hasta se reía de uno. Lo tenían todo bien controlado.
En la vía había cuatro más conmigo. A ellos les pegaron más duro. Lo ponían boca abajo, así tirado, y les hacían "¡tras, tras!" (hace el gesto de pisarlos). Yo solo me acuerdo de cómo ellos lloraban…
A mí me marcaron este, este y este dedo con un cuchillo. Zas, zas. Me marcaron los dedos y la palma de la mano. Y en la pierna me marcaron con una especie de máquina de tatuar, en el muslo.
Al cabo de esos dos días, me dijeron: "Te vas a ir, pero no volvás. No tenemos fotos tuyas, no trabajas para ningún cartel, pero simplemente te vamos a marcar por si volvés, cabr**. Y si volvés…".
Me dijeron que la próxima vez que me vieran me iban a quebrar. Pero yo ya no voy a pasar por allí. De momento voy a llegar a Monterrey, buscar un trabajito y quedarme allá. Después veré cómo seguir para arriba.
Tras los dos días de secuestro me quitaron la ropa, me dejaron casi en boxers con aquel frío… yo iba tiritando.
Me pegaron una verguiza. Solo el calor de aquella paliza que me dieron fue que me calmó un poco.
La huida
Pasó un tren y me montaron. Le dijeron al maquinista que no saliera de ahí, que yo no tuviera chance de parar, nada. Nos fuimos, nos fuimos, y cuando el tren se paró en algún lugar en la noche, yo bajé.
Tenía miedo, no sabía si ahí es que me iban a matar. Empecé a caminar en la noche, no sé cuántas horas. No aguantaba el sueño y me dormí junto a una alcantarilla.
Al día siguiente seguí caminando y encontré una gente que me vio, descalzo, medio desnudo. Me miró un señor, me vio cómo traía la nariz y me dijo: "Qué barbaridad".
Me vino a hacer comida, me relajó y me quiso dar una llamada (de teléfono), pero como yo venía tan nervioso ni se la acepté. Me dio comida y zapatos.
Al rato, yo seguí caminando y paró un señor en un carro rojo. "¿Qué te pasó?", me preguntó. "No, me secuestraron, mire cómo me dejaron golpeado. Estos zapatos y esta camisa me la regalaron allá. ¿Me falta bastante para llegar a Monterrey?", le pregunté yo.
"Mira, me voy a arriesgar… me da pesar ver cómo no vas a poder llegar caminando desde acá", me dijo. Abrió su troca (camioneta), abrió la cajuela y ahí me metí.
Pensé: "Bueno, ya me pasó lo que me iba a pasar, y aquí voy con la voluntad de Dios, sea donde sea que me lleve este hombre".
Monté y de un solo me llevó a Monterrey. Allí me dio comida, me dio todo. Un señor buena onda. Nunca se me olvidan esas personas que me ayudaron, siempre las recuerdo.
Yo desde entonces he quedado un poco nervioso, cualquier cosita rara que yo mire, ando como desconfiado. Por eso no me gusta hablar mucho.
Detenido
Ya en Monterrey, estuve un mes en la casa de migrantes de la Guadalupe. Ahí me curaron y pude trabajar para ahorrar mi dinerito. Me dieron mucho apoyo.
De ahí volví a intentar cruzar, esta vez por Piedras Negras. Al hacerlo me detuvieron y me dejaron ocho meses encerrado. Decían que era un delito haber cruzado el río y que estaba cruzando propiedades federales.
Me dijeron que si volvía ese año, entonces me iban a dar un año (de detención). Y que si pasaba por cualquier frontera, me iba a pasar lo mismo.
Cuando me soltaron, me mandaron en avión hasta Honduras, volví para la casa.
Pero ahorita ya justo pasó ese año del que me advirtieron y ya no le tengo miedo.
Claro que después del susto del secuestro da temor a veces. Pero mire, yo tengo unas sufridas en Honduras… Pese a todos los riesgos, sé que volveré a andar sufriendo esta cuarta vez que viajo, pero tengo fe en Dios en que nada me va a pasar.
El viaje está siendo duro, claro. Traje unas botas nuevas de Honduras que no sirven para caminar, ya la suela está completamente rota. Menos mal que otro compa hondureño me acaba de regalar un calzado para poder seguir.
Esta que me ve puesta es la única ropa que llevo. El poco dinero que tenía ya lo gasté en el viaje y tampoco llevo teléfono. Lo que más cuido es mi certificado de nacimiento, que acá lo llevo plastificado en el bolsillo porque seguro lo necesito para algún trámite.
"Completar mi sueño"
Mi plan en EE.UU. es ir a estudiar. Yo sé que ya estoy viejo (ríe), pero me encantaría aprender mecánica, trabajar allá y poner después un taller en Honduras. Y hacer mi casita. Esa es mi idea.
En la escuela solo llegué a tercer grado, y ya luego empecé a trabajar en la ganadería porque hacía falta dinero. Lo económico siempre falla.
Yo no quiero llegar a Estados Unidos para vaguear, sino para trabajar. Pero nunca he podido completar mi sueño, siempre se me ha torcido la suerte.
Pero yo sé que siempre hay una oportunidad para todos nosotros.
No me gusta vivir como estamos en Honduras. Yo siempre he pensado: "Cuando esté viejo, ¿quién me va a mantener? ¡Nadie!". Por eso quiero trabajar ahorita que estoy joven, porque uno cuando está viejo es casi como un perro.
Todo esto lo hago por mi niña, que es mi tesoro y mi vida. Con la mamá lo dejamos, pero siempre nos llevamos bien por la niña. También por ayudar a mi papá. Nunca he venido para hacer maldades, sino para trabajar.
Porque si es para hacerme marero o andar robando, eso lo puedo hacer en mi país, y eso no me gusta. Si quisiera yo, esa posibilidad sobra allá. Créame.
Los huracanes del año pasado también afectaron bastante a la zona donde vivo en Honduras. La casa de mi papá se rajó y todo. Así que pienso que tengo que hacer el intento, ya he pasado sacrificios pero voy a hacer lo posible por llegar.
Yo sé que ya allá, uno empieza a trabajar y a ganar más o menos, pero ya ayudo aunque sea poco. Uno en Honduras a veces se siente mal con la misma familia porque, aunque uno tenga buen corazón y quiera ayudar, de verdad que no puede hacer nada.
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