San José.— La doble decisión que Estados Unidos y México adoptaron el 12 de este mes —intensificar el bloqueo al flujo migratorio irregular de venezolanos y devolver a suelo mexicano a los que intenten ingresar sin visa y con mecanismos ilícitos al lado estadounidense— desató un efecto de migración a la inversa del norte al sur de América por primera vez en el siglo XXI.

El fenómeno, inesperado hace 17 días para las multitudes de viajeros venezolanos sin los documentos migratorios requeridos y ahora varados, atiborró las fronteras terrestres de Centroamérica con zozobra y desasosiego con temores de crisis humanitaria. Los venezolanos emprendieron un viaje —forzoso o voluntario— de Guatemala y Honduras hacia Costa Rica y Panamá y algunos desde México.

“Es una situación muy, muy compleja y de muchísima demanda de asistencia humanitaria”, describió Karla Rivas, coordinadora de la (no estatal) Red Jesuita con Migrantes Centroamérica, de Honduras.

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“Luego del anuncio de EU de deportar a México a los venezolanos que llegaran a la frontera [entre ambos países], estamos empezando a ver un efecto de migración inversa”, informó Rivas a EL UNIVERSAL.

“Las personas que estaban en la frontera de Guatemala con Honduras están retomando autobuses para devolverse a Honduras, llegar a la frontera de Honduras con Nicaragua con la intención de regresar a Costa Rica y a Panamá”, aseveró.

Después de que ayer en la mañana se ubicó en una esquina de la capital costarricense a pedir limosna, la venezolana Dilmaris González de los Ángeles, de 20 años y originaria de Puerto La Cruz, en el nororiental estado venezolano de Anzoátegui, confirmó la nueva rutina de norte a sur. “Mi hermana se devolvió de México a Costa Rica y ya llegó”, relató Dilmaris. Mariángelis, su hermana, de 22 años, arribó el miércoles de esta semana por tierra a Costa Rica y las dos se reencontraron.

“Mi hermana salió de primera de Venezuela y ya estaba en México, donde la asaltaron unos narcotraficantes y ya casi sin plata se vino para Costa Rica a conseguir trabajo. Ya de por sí no podía entrar a EU. Cuando llegó sólo nos contó que en México la asaltaron”, narró Dilmaris a este diario.

“Mi mamá también viene de camino con su esposo para Costa Rica. Ya están en Panamá”, agregó, en referencia a su progenitora, Iraida Josefina, de 45, y a su padrastro, Jesús Cova, de quien ignora la edad.

Ambos todavía van de sur a norte y ya cruzaron la tupida y peligrosa selva del Tapón del Darién, que se extiende por el oriente panameño y el occidente de Colombia. La jungla se confirmó en el siglo XXI como una trampa —riesgos naturales y amenazas criminales— para centenares de miles de migrantes irregulares de América, Asia y África que viajan del sur al norte del hemisferio occidental con la meta de atravesar Centroamérica, pasar a México y entrar a EU.

Al explicar que, en medio de las múltiples congojas, “todos nos mantenemos comunicados por teléfono” y que su madre compró una tarjeta de telefonía apenas llegó a Panamá, la joven describió que “ella nos dijo que seguirá hacia Costa Rica. Aquí la esperamos mi hermana y yo”.

Al clan de espera de Iraida Josefina y Jesús se sumó la venezolana María Marcano, de 27, cuatro hijos —una mujer de 12 y tres hombres de siete, cuatro y tres—, prima de las hermanas González y también de Anzoátegui.

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En una odisea que, por separado, emprendieron hace unos 30 días, la familia transitó por tierra de Venezuela a Colombia para huir de la crisis política, socioeconómica e institucional en que se hundió su país desde al menos 2014 y continuar en su travesía a suelo estadounidense.

El objetivo se frustró por la resolución que adoptaron los gobiernos de México y EU de cerrar el paso a los venezolanos y expulsarlos a territorio mexicano.

Parca al hablar, María apenas contestó “… horrible, puro barro”, cuando se le preguntó de su experiencia en el Darién. “No puedo opinar nada de eso. Es decisión de ellos”, alegó acerca de las medidas migratorias de México y EU que desestimularon el tránsito de miles de migrantes irregulares venezolanos hacia el norte y obligaron a devolverse hacia el sur.

“Aquí me quedo, en Costa Rica, a trabajar. Preferimos Costa Rica”, anunció María, al aludir a sus planes en este país atiborrado de venezolanos y de migrantes procedentes de otros rincones de América, Asia y África.

Las cifras oficiales exhibieron la magnitud del conflicto por el éxito al exterior desde Venezuela. Con datos acumulados a este mes, las organizaciones de Naciones Unidas (ONU) y de Estados Americanos (OEA) calcularon que 7.1 millones de venezolanos migraron de su país en los últimos ocho años. El gobierno de Panamá reportó esta semana que de unos 210 mil extranjeros que recorrieron por el Darién de enero a octubre de 2022, 170 mil son venezolanos.

El gobierno de EU informó este mes que el total de detenciones de venezolanos en la frontera de EU con México creció de 2 mil 787 en el año fiscal 2020 a 48 mil 678 en el de 2021, y a 187 mil 716 en el de 2022. “Este es un problema internacional que nos estamos comiendo nosotros”, admitió el pasado miércoles el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, al advertir que habrá cambios en la política migratoria costarricense.

“La decisión que tomemos va a depender de si ellos [los socios internacionales] están dispuestos a colaborarnos con el costo enorme que ha asumido la sociedad costarricense por años, al ser generosa y receptiva con esta gente en necesidad”, subrayó.

Ante las decenas de miles de venezolanos varados en el área, un reducido número —menos de mil— retornó en avión de Panamá a Venezuela en la segunda quincena de este mes.

¿Retornar a Venezuela? Escueta, directa y enfrentada a esa opción, María respondió: “No”.

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