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San José.— Un coctel de estrés, pérdida de sueño y del apetito, depresión, violencia, miedo, ansiedad, agotamiento y otros ingredientes explosivos viaja al lado de los centenares de miles de migrantes irregulares de América, Asia y África que cruzan mares, ríos, montañas, junglas, pantanos y trillos para escabullirse por las fronteras nacionales americanas e intentar llegar a México y Estados Unidos.
Sin diferenciar edades, sexos, razas, nacionalidades, preferencias políticas, religiosas o sexuales, educación ni cualquier otro factor sanitario, social y económico, el fenómeno de la masiva e incesante migración sin visas de millones de americanos, asiáticos y africanos del sur al norte de América golpea la salud mental de todas estas personas.
“Las familias se desintegran”, explicó el salvadoreño Nery Roldán, asesor regional de protección de la niñez en emergencias para América Latina y el Caribe de Save the Children, institución mundial no estatal de defensa de los derechos de la infancia.
“Hay que pensar en la niñez que está en su país de origen y vive la separación de sus padres porque el papá o la mamá migra. Esto es una sensación de la pérdida de la familia. El niño o la niña se siente preocupado, triste, entra a un estado de estrés, de ansiedad, esperando el momento del día en que la familia se va a separar”, narró Roldán a EL UNIVERSAL.
“Cuando son más pequeños, muchas veces sienten que son la causa de separación de sus progenitores y tienen sentimientos de culpa que pueden reflejarse en que dejan de alimentarse, pierden sueño. El hecho de que alguien ya no va a estar en la casa obliga a la niñez a cambiar su rutina y no necesariamente quiere estudiar y hacer las tareas que regularmente realiaza”, subrayó.
Otro escenario complicado se registra cuando el menor, acompañado por su familia o solo, se encuentra en tránsito migratorio: “Son niños y niñas que pasan más de 24, 27 horas viajando en un autobús, cruzando México [de sur a norte]. Duermen y despiertan dentro del autobús. Su condición física sufre por el hecho de no poder movilizarse. Se relacionan con personas que no conocen”, indicó Roldán.
Tras destacar que todos estos elementos repercuten en “los sueños” de los menores, mencionó que “sueñan con los parientes que dejaron en su país de origen y esto les provoca depresión y genera afecciones emocionales por estarse trasladando de país en país. También les afectan los factores de idioma y los de las diferentes culturas con las que conviven”.
Números en ascenso
La oficina regional para América Latina y el Caribe de Save the Children calculó desde julio de 2022 que, sin compañía de persona adulta, un promedio diario de 360 niñas, niños y adolescentes de 7 a 19 años se convirtieron en migrantes irregulares en 2022 al salir de países latinoamericanos y caribeños de los que son oriundos hacia Estados Unidos. La organización pronosticó que 131 mil 400 menores latinoamericanos y caribeños engrosarán la corriente migratoria en la frontera entre la Union Americana y México de enero a diciembre de 2022.
Estados Unidos reportó que, en el límite con México, retuvo a 152 mil 57 menores sin compañía y a 2 mil 963 acompañados de octubre de 2021 a septiembre de 2022, con 146 mil 925 solos y 2 mil 108 en compañía de octubre de 2020 a septiembre de 2021. En lo que significó una cifra sin precedentes, Estados Unidos informó que retuvo a 2 millones 766 mil 582 migrantes de octubre de 2021 a septiembre de 2022 en sus límites con México y Canadá. La mayoría se registró en la frontera estadounidense-mexicana: 2 millones 378 mil 944 en el año fiscal 2021-2022, un millón 734 mil 686 en 2020- 2021 y 458 mil 88 en 2019-2020.
El número de retenidos de octubre de 2020 a septiembre de 2021 alcanzó un millón 956 mil 519 en ambas fronteras, mientras que de octubre de 2019 a septiembre de 2020 sumó 646 mil 822.
El hemisferio occidental cerró 2022 con la más grave crisis de migrantes irregulares de su historia, y no sólo por las movilizaciones a Estados Unidos, sino entre los países latinoamericanos y caribeños, como de Venezuela Colombia, de Nicaragua a Costa Rica o de Guatemala a México.
Cuando niñas, niños y adolescentes se suman a esas corrientes humanas empiezan a enfrentar numerosas dudas. “¿Por qué nos estamos moviendo? ¿Con qué nos podemos encontrar? ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿Seremos detenidos como migrantes irregulares por la policía o grupos armados [ilícitos]? Todo esto va generando altos niveles de estrés y causa crisis”, aseveró Roldán.
“Lloran y se desbordan emocionalmente, y a veces ocasionan algún tipo de violencia involuntaria al no saber cómo manejar sus emociones. Los adultos sólo les reprochan en lugar de entender que esa ruta transitoria que [adultos] escogieron está exponiendo a niños que no saben cómo manejar sus emociones”, explicó.
No sólo la salud mental de los menores migrantes irregulares se ve afectada. También la de los adultos. Un informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR por sus siglas en inglés) ahondó en los trastornos de salud mental y las necesidades de suministrar apoyo sicosocial a los refugiados.
El reporte, remitido por la sede regional de ACNUR en Panamá a este periódico, planteó que “el desplazamiento forzado debido a conflictos armados, persecuciones y desastres naturales somete a las personas, las familias y comunidades a niveles considerables de estrés sicológico.
“Las personas refugiadas no sólo presencian atrocidades antes de huir, sino que sus condiciones de vida en los países de acogida les generan aún más estrés y dificultades”, puntualizó.
“Quienes tienen padecimientos mentales previos [depresión, ansiedad, trastorno bipolar y sicosis] suelen enfrentar más desafíos al tratar de navegar por los sistemas de asilo”, recalcó.
De acuerdo con el análisis de ACNUR, “en muchos contextos de refugiados no hay presencia de profesionales especializados en salud mental, sobre todo para niñas, niños y adolescentes. Cuando sí están presentes, no obstante, apenas llegan a una pequeña parte de las personas que requieren sus servicios”, admitió.
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