Más Información
Oposición tunde diseño de boletas de elección judicial; “la lista definitiva la harán Monreal y Adán Augusto”, dice Döring
Sheinbaum es una "consumidora voraz" de información: José Merino; el tablero de seguridad, herramienta clave, destaca
El eco del conflicto se hizo presente en Polonia meses antes de iniciar la Segunda Guerra Mundial. El ruido lejano de los aviones, las armas disparadas y los cañonazos al aire advertían que se aproximaba una época de sangre y desolación para millones de personas.
El 28 de agosto de 1939, Wladyslaw Rattinger Wysocki trabajaba en la Oficina Central de Comunicaciones de Varsovia cuando recibió una carta donde le informaban que debía integrarse a las filas del ejército polaco. El primer encargo para el joven fue tomar un automóvil con equipo avanzado de telefonía y telegrafía para comunicar a las tropas.
Sin perder tiempo, Wladyslaw abandonó Varsovia y con otros cinco soldados se dirigieron a Cracovia. Su sorpresa fue mayor cuando escucharon las aeronaves alemanas sobre sus cabezas y cómo éstas disparaban a quemarropa. Posteriormente, el ejército nazi marchó hacia ellos, los capturó y envió a un convento acondicionado como cárcel.
Así pasó los primeros días de la guerra como un prisionero; sin embargo, pudo escapar gracias a la desorganización de los alemanes en el inicio del conflicto.
Al conseguir su libertad, el joven regresó a Lwow, su ciudad natal, sin saber que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ya preparaba una invasión a esa comunidad.
Andrzej Rattinger Aranda es el hijo mayor hijo de Wladyslaw y vive en México. En entrevista con EL UNIVERSAL describe la experiencia de su padre en uno de los mayores conflictos armados de la historia: pasó de ser un prisionero de los alemanes y los soviéticos a salvar la vida de 800 civiles, a quienes logró trasladar por mar y tierra a León, Guanajuato.
“Cuando mi padre llegó a Lwow buscó trabajo, pero pronto los comunistas rusos atacaron todo y sacaron a las personas de sus casas. Mi papá se integró a La Resistencia, una organización opositora a los invasores, pero lo capturaron, lo encerraron en la cárcel de la ciudad y después lo enviaron a Siberia”, relata.Wladyslaw fue transferido a tres campos distintos bajo el régimen soviético y aunque en esos lugares la gente trabajaba hasta morir, él salvó su vida porque tenía conocimientos básicos de dentista; eso le permitió dedicarse a atender a quienes estaban en el campamento y huir de los trabajos forzosos.
“El ejército polaco empieza a negociar en India y en Estados Unidos, ellos les dicen que no, pero que ahí está México. Entonces este país acepta entregar 30 mil visas, aunque sólo se necesitaron mil 800”, señala Andrzej Rattinger.
Una vez hecha la negociación, Wladyslaw fue elegido para guiar un grupo de 800 personas hacia León, Guanajuato, donde se establecieron en la Hacienda de Santa Rosa.
Según la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), entre 1943 y 1947 en ese espacio se albergaron mil 453 refugiados polacos, 280 eran niños.
Aunque en Santa Rosa los refugiados estaban lejos de la guerra, no estuvieron exentos de complicaciones. En ese lugar, del que no podían salir a menos que tuvieran permiso, enfrentaron la enfermedad de la malaria, así como carencias médicas y alimenticias.
Para Wladyslaw, llegar a México significó el inicio de una nueva vida. Nunca más vio a su familia, sólo recibía telegramas de su madre y se enteró de que un primo seguía con vida tras la guerra.
“Toda la familia se acabó, las matazones de aquella época eran increíbles; las personas desaparecieron en Siberia o en la Unión Soviética.
“Como Stalin tenía miedo de que Hitler invadiera la Unión Soviética mandó todas sus fábricas y agricultores a Asia Central, ahí toda la gente se perdía”, asegura Andrzej Rattinger.
En nuestro país, el joven Wladyslaw trabajó en muchas cosas: organizó un grupo de teatro que duró 15 años, se dedicó a la carpintería, hacía juguetes, se empleó en tiendas de pintura y utensilios de comida.
Sin embargo, antes ayudó a construir la Hacienda de Santa Rosa, la cual pasó de ser un lugar deshabitado a un espacio donde los niños podían estudiar, dormir y tener acceso a un servicio de salud, además de que todos podían trabajar en la ganadería y en la agricultura.
Al concluir la guerra, Wladyslaw vivió en León y posteriormente en Guadalajara, Jalisco, donde laboró en una empresa gasera en la cual se pensionó.