Margo Perin sabía que había algo turbio con su familia, especialmente con su violento progenitor, pero pasaron años antes de descubrir lo que realmente estaban escondiendo.
Tenía 13 años cuando su padre le pidió que se sentara en la estancia de su casa en Glasgow, Escocia.
Le preguntó si le gustaría verse más bonita. Se sentó frente a ella, fumando un cigarrillo con una boquilla negra y brillante, con su encendedor dorado y su cenicero de ónice a un lado, y agregó: "Pueden hacer cosas notables estos días".
Incluso hizo un hueco en su apretada agenda para acompañar a Margo a un especialista en Londres, con quien acordósometer a suhija a cirugía estética para reducir el tamaño de su nariz antes de que esta terminara de desarrollarse.
Él se encargó de hacer la cita.
"Mi padre era un gánster y me obligó a operarme la nariz a los 13 años", dice hoy.
Casi toda la infancia de Margo fue traumática y perturbadora.
Los primero siete años de su vida vivió junto con sus seis hermanos y sus padres en Nueva York, Estados Unidos, la mayor parte del tiempo en un apartamento de lujo de Manhattan.
Fue después cuando su vida se volvió más errática. Su familia empezó a cambiar de apellido y a mudarse con una inusual frecuencia, llevándose sólo lo que podían cargar en pequeñas maletas empacadas con prisa.
En esas, se fueron a vivir a México. Y un día se dieron cuenta de que habían entrado en su casa.
Al menos parecía que alguien había estado buscando algo. Sin embargo, no se había llevado nada.
"¿Cómo nos encontraron?", escuchó Margo decir a su madre. "Se supone que nadie sabía dónde estábamos".
Ante eso, se volvieron a mudar, esta vez a las Bahamas.
Pero sus padres nunca le explicaron por qué tuvieron que cambiar de país repentinamente.
Además, raramente hablaban de su pasado.
La única forma de saber lo que estaba pasando eran los fragmentos de conversaciones y discusiones que Margo escuchaba, en las cuales las letras F, B e I se mencionaban frecuentemente.
"Era demasiado confuso", dice Margo. "Pero creo que lo que sucede con los niños a los que se les miente es que poco a poco se vuelven detectives".
Sus padres, Lilyan y Arden Perin, eran muy glamorosos.
Arden siempre iba bien vestido, con su pañuelo en el bolsillo del pecho, los zapatos lustrados, la manicura hecha y el pelo arreglado con vaselina.
Y Lilyan tenía vestidos hermosos y se maquillaba siempre. Sus cejas delineadas con lápiz le daban una apariencia de permanente sorpresa.
Acudían a fiestas y cocteles, recuerda Margo, y cuando vivían en Nueva York iban a la ópera o al cine casi todas las tardes, dejando a la hermana mayor a cargo de los más pequeños.
A los hijos les enseñaron que no debían contarle a nadie demasiado sobre su vida familiar. "Si alguien te hace una pregunta que no quieres contestar, respóndele otra cosa", les decía su padre.
"Las preguntas directas no se respondían", recuerda Margo.
Un día Margo regresó de la escuela en Miami Beach, donde vivían por aquel entonces, y descubrió que "los hombres malos" de los que ella había escuchado hablar en casa se habían peleado con su padre.
"¿Has visto a papá?", le preguntó una de sus hermanas. Lo habían golpeado y su cara lucía negra y azul.
Pero nunca les explicaron por qué había sido atacado o por quién, ni tampoco mencionaron que el extraño que a partir de ese día se sentaba a diario en el salón era un guardaespaldas.
Y los niños supieron que era mejor no preguntar.
Si bien tenían un lugar donde vivir, comida que llevarse a la boca y una escuela a la cual ir, carecían de cualquier clase de amor y cuidados por parte de sus padres.
No solo olvidaban sus cumpleaños. Los niños temían a su padre, ya que a su regreso del trabajo los sentaba sobre sus rodillas y los golpeaba con una paleta de ping pong en represalia por cualquier mal comportamiento, mientras que su madre observaba con una mirada vengativa.
A pesar del temor, Margo en un inicio se opuso a la cirugía de nariz.
Lo hizo hasta que la hermana con la que tenía mejor relación entró a su habitación llorando y retorciéndose de ansiedad, y comprendió que no tenía otra opción.
"Por favor, por favor, hazte la cirugía de nariz", le imploró ella. "Si no lo haces papá no me dejará irme de la casa".
Todos estaban desesperados por escapar de sus padres, y Margo no podía interponerse en el camino de su hermana.
"Tenía la sensación de estar adormecida. Lo único que quería era proteger a mi hermana", dice Margo.
En su oficina en la calle Harley, el cirujano le mostró a Margo un portafolio con varias páginas de narices diferentes. Arden dejó a su hija en el hospital donde se realizaría la operación y voló de regreso a Glasgow.
Tres días después, con la nariz aún vendada y las ojeras todavía negras e hinchadas, Margo, de 13 años, regresó a Escocia.
No fue mucho tiempo después cuando Arden le anunció a su familia que debían mudarse otra vez. Londres, les dijo, era la mejor opción para expandir el negocio.
Cuando el hermano más joven de Margo preguntó a qué clase de negocio se refería, su padre respondió: "No olvides traer tu suéter".
Pocos meses después de haber llegado a la nueva ciudad, Margo se dio cuenta de que tenía un serio problema.
"Va a matarme", le dijo sollozando por teléfono a su hermana mayor, quien se había quedado a vivir con su novio en Glasgow.
"¿Quién va a matarte?", le resonó la voz de su padre detrás, mientras le arrebataba el teléfono y la sujetaba del pelo torciendo su cabeza hacia un lado hasta que lo soltó.
En su última noche en Glasgow, Margo se escabulló a un bar en busca de un amigo del cual quería despedirse.
Como no lo encontró, decidió aceptar una bebida que le ofreció un desconocido y terminaron yendo a su departamento. Allí, Margo observó curiosa como él preparaba una mezcla de polvo café y agua en una cuchara, y ponía el líquido en una jeringa. Después, pinchó su brazo con ella.
Tuvieron sexo en el frío piso del baño decorado con azulejos blancos y negros, y Margo salió de allí corriendo, con el cuerpo adormecido, para llegar a su casa a la hora habitual del baño.
Quedó embarazada y su padre la golpeaba repetidamente, exigiéndole que le contara quién era el padre.
No quería abortar, pero como le ocurrió con la cirugía de nariz, vio que no tenía opción.
Su madre la empujó dentro de un taxi, le arrojó una bolsa de dormir y se aseguró de decirle lo difícil que había sido arreglar ese asunto.
La ley que permitía el aborto en Inglaterra había sido aprobada dos años antes, en 1967, pero la actitud de censura, especialmente cuando se trataba de menores de edad que no estaban casadas, era común.
En un hospital en el sur de Londres, a Margo la condujeron a una habitación contigua a la sala de partos y le dijeron que no hablara con nadie. Podía escuchar risas, charlas y bebés recién nacidos llorando.
Una de las enfermeras murmuró "escoria" en voz baja cuando salía de la habitación tras el procedimiento.
Finalmente se fue de casa. Lo hizo a los 16 años y ahí empezó su autodestrucción, yendo de novio en novio, viviendo en cuartuchos y consumiendo drogas.
Pero cuando cumplió 19 fue diagnosticada con cáncer —linfoma de Hodgkin— y le dijeron que moriría pronto.
"Yo sabía que quería vivir", dice Margo, "y realmente quería hacer algo con mi vida".
Así que cuando se recuperó comenzó a cambiar su vida.
Para ese entonces apenas tenía contacto con sus padres, y mientras más lejos estaba de ellos mejor se sentía. Pero su infancia continuaba persiguiéndola.
Fue pocos años después, cuando una de sus hermanas envió un texto al The New York Times y este se publicóen la sección de Cartas al Editor, que Margo comenzó a entender la verdad acerca de sus padres.
La carta fue descubierta por la cuñada de su padre, parte de la extensa familia que Margo y sus hermanos no conocían. El FBI estaba buscando a Arden, le explicó la cuñada y los había interrogado a todos.
Más información salió a la luz en 2007, cuando la cuñada de Margo logró localizar el certificado de defunción de Arden. Había muerto tres años atrás en Sussex, un condado del sureste de Inglaterra.
Su ocupación figuraba como "economista retirado".
Cuando Margo envío el certificado al FBI junto con una petición de sus archivos, ellos le regresaron un documento de 100 páginas con los detalles de la carrera criminal de su padre en los años 40.
"Sentí en el estómago algo parecido a cuando el ascensor golpea repentinamente la planta baja después de flotar en el aire", recuerda.
Arden se había involucrado con la mafia de Nueva York y el FBI lo había perseguido por fraude de bancarrota —cuando se ocultan activos para evitar renunciar a ellos—por un monto de US$140.000 dólares, alrededor de US$1 millón en dinero de hoy.
Había sido un experto en persuadir a la gente para que invirtiera en cosas que no existían.
En Escocia había vendido acciones de un negocio de whisky, que operaba desde un almacén en el que no había ni una sola botella y sin importar ni un barril. Había pasado casi toda su vida huyendo, como fugitivo internacional, con su familia a cuestas.
Margo se sintió salpicada. "La profesión de mi padre era robar dinero", dice. "Era un gánster al que realmente le gustaba quitarle a la gente lo mejor que tenía".
¿Pero por qué demonios la había obligado a hacerse una cirugía de nariz?
La teoría de Margo es que estaba ocultando el hecho de que era judío y temía que su ésta lo delatara.
Ni ella ni sus hermanos sabían nada sobre su origen étnico. El tema era uno de los muchos que sus padres habían esquivado, aunque a ella la gente siempre le decía que "parecía judía".
Así que concluyó que su padre pensó que su nariz podría socavar la falsa identidad que él había construido para sí mismo.
"Me da náuseas solo de pensarlo", dice. "Fue tan cruel lo que hizo".
En la revista Tablet, a principios de este año, la historiadora y teórica del cuerpo y la cara Sharrona Pearl escribió que en realidad no existe "la nariz judía".
"No existe tal cosa. Hay judíos, y tienen narices, como casi todos los demás. Esas narices de ninguna manera son notables o significativamente diferentes de las narices de la población en general", escribió. "La gran nariz judía (a menudo curvada, con frecuencia grotesca, generalmente repulsiva y altamente caricaturizada) es un mito".
Para apoyar esta conclusión, Pearl citó la investigación realizada por el antropólogo Maurice Fishberg en 1911, quien "midió 4.000 narices judías en Nueva York (¡con pinzas!)".
También señaló que se empezó a representar a los judíos con grandes narices curvadas en el siglo XII.
Ahora que tiene 64 años, Margo revisa sus logros vitales.
A pesar de que dejó la escuela sin graduarse, se convirtió en escritora y profesora de escritura creativa en universidades, colegios y escuelas, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos.
Y ama a los niños, aunque nunca tuvo uno propio.
Durante años explicó con razones intelectuales el hecho de no haber querido ser madre, pero ahora cree que el trauma por haber sido forzada a abortar a los 14 tuvo que ver con la decisión.
Nunca consideró que ayudar a otras personas a expresarse a través de la escritura podría resultar catártico para ella.
Pero cuando comenzó a dar clases de escritura creativa y poesía en cárceles se sintió identificada con sus alumnos, hombres y mujeres presos, porque así se había sentido desde niña.
Sus padres habían sido sus carceleros.
"Hombres violentos me estaban dejando ver la humanidad dentro de ellos, y eso fue muy reconfortante", dice ella de los presos con los que trabajó. "Me sentí querida por ellos, y nunca recibí eso de mi padre".
No solo estaba ayudando a los prisioneros a aceptar su pasado a través de sus escritos, sino que también estaba aceptando el suyo.
Ayudar a otros a superar el trauma se ha convertido en el punto central de su enseñanza. Y las historias personales de superación son también el núcleo de los tres libros que tiene publicados.
Procesar su infancia le ha llevado a Margo años, ha recibido terapia durante décadas y sigue trabajando en ello.
Pero tiene claro que su padre era un sociópata y ella no es como él, ni tampoco "retorcida" como su madre.
Como su terapeuta le sigue diciendo, no se parece en nada a las dos personas que la trajeron al mundo.
"Tengo una relación muy amorosa, no soy violenta y no engaño a la gente", dice Margo, quien regresó a Estados Unidos en 1986.
"Debería mirar hacia atrás y sentirme bien conmigo misma y con todo lo que he logrado a pesar de ellos".
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