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Madrid.— América Latina está desarticulada en todos sus mecanismos de integración, por lo que su respuesta a la pandemia del coronavirus ha sido muy desigual y en ocasiones claramente desacertada.
“Es una región que tenía muchas herramientas para confluir, pero (...) son disfuncionales porque lamentablemente se les ha dado un matiz ideológico-político. Por el clima enfrentado que existe en la zona, entre las derechas y las izquierdas, se ha frenado la institución regional, lo que impide mantener un diálogo fluido. No ha habido ni siquiera reuniones de presidentes subregionales para discutir el Covid-19”, señala en entrevista con EL UNIVERSAL la excanciller argentina, Susana Malcorra, quien cuenta con una dilatada experiencia en el manejo de emergencias planetarias.
La decana de la IE School of Global and Public Affairs considera que a pesar del importante rol que México debería jugar en el plano internacional, el país desaprovecha la oportunidad de liderar América Latina en una situación crítica. “Me parece que desatender lo exterior es perder una oportunidad de tener ese espacio, pero también es perder en el caso de México y Latinoamérica un momento de liderazgo que México podría tomar dada la realidad de lo que está pasando en Brasil. En estos momentos se carece de liderazgo global, pero también regional”, agrega la ingeniera y diplomática quien ocupó altos cargos en Naciones Unidas.
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Más allá de sus graves secuelas sociales y económicas ¿dejará la pandemia alguna lección aprovechable para enfrentar futuras crisis sanitarias?
—Espero que haya una visión introspectiva para hacer esa evaluación y sacar conclusiones. La Organización Mundial de la Salud (OMS) tiende a llevarse las culpas de todo, pero cuando se entiende la estructura de ese organismo, los márgenes que tienen sus dirigentes son muy limitados. Son los Estados miembros los que deciden cómo se maneja la crisis y en muchos casos dilatan la declaración de emergencia por temor al impacto negativo en sus territorios. Hay una desarticulación en las respuestas muy grande, que hay que tener en cuenta a la hora del balance.
Cada país ha actuado por su cuenta y riesgo frente a la pandemia. ¿Por qué no ha existido coordinación a nivel internacional?
—No hay ningún ente que tenga la autoridad suficiente para llevar a cabo esa coordinación. La OMS viene previniendo del inicio de una pandemia desde hace años, en particular desde el ébola (2014), cuando redobló su mensaje al afirmar que había una pandemia en el horizonte. Hubo una alerta sistemática temprana, a la que nadie prestó atención. No existe una autoridad planetaria que tenga capacidad policial. Ha habido en esta pandemia falta de preparación y reacciones lentas, tardías y cuando se reaccionó, cada uno lo hizo a su manera. Es muy difícil medir la eficiencia de las recomendaciones, en este caso de la OMS.
América Latina es la región que está respondiendo de manera más heterogénea a la pandemia, hasta el punto de que países como Brasil siguen ignorándola a pesar de su impacto social y económico, ¿a qué se debe?
—Las crisis son muy difíciles de manejar. Por un lado hay que definir un control muy férreo, centralizado, de toma de decisiones, porque no se pueden trasladar estas decisiones rápidas, en un proceso de crisis, a un mecanismo de consenso permanente. Es imposible, pero una cosa es controlar la toma de decisiones y otra que no se consulte con pares de la región en el propio territorio. Muchas veces se confunde la necesidad de ese comando central de manejo de crisis con la capacidad de conectarse con los actores que son fundamentales y que son múltiples.
Usted apuesta por el reforzamiento de los mecanismos multilaterales tras la pandemia, pero países como Estados Unidos parece que avanzan en dirección contraria, abandonando organismos de Naciones Unidas o cuestionando su actuación.
—Vamos a estar en una divisoria de las aguas, en este entramado de instituciones que giran alrededor de la suma de los Estados, porque muchos (...) no están preparados para los desafíos que van más allá de sus fronteras. Hay que producir una nueva ecuación (...) Hay dos claras opciones. La primera, que esta pandemia muestra más que nunca que hay que avanzar hacia una refundación de los mecanismos multilaterales y gobernanza global. Al mismo tiempo, hay un resurgimiento de visiones muy xenófobas, muy nacionalistas y muy autoritarias, que se justifican a partir del temor que la gente tiene: todos los problemas vienen de puertas afuera, por lo que nos vamos a blindar. Esto lleva a un gobierno que impone una visión del mundo contrapuesta a la primera versión, más aperturista. No está claro cuál de los dos enfoques va a prevalecer.
El segundo escenario parece muy preocupante...
—Cada vez que históricamente, como producto de las crisis hubo situaciones de proteccionismo, de temor, en las que se cedió seguridad por libertad, se terminó en confrontaciones lamentables a nivel mundial.
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¿Es América Latina una región especialmente vulnerable a esos retrocesos democráticos, habida cuenta de las tendencias autoritarias y populistas que subsisten en la zona?
—No le daría un tinte particular a América Latina. Estamos viendo regresiones de este tipo, no sólo en EU, también en Europa, Asia y África, pero sí es cierto que en varios países latinoamericanos estamos viendo ejemplos de esa situación, con autoritarismos que surgen de la derecha o de la izquierda, que más que ver con un tinte ideológico tienen que ver con el manejo de la cosa pública. Las tendencias se están dando. Al contrario que en la década de los 60 o 70 donde los militares tenían el control, estamos viendo líderes democráticamente elegidos que apelan a los militares para que les ayuden a mantener el control de la situación.
Por ejemplo...
—Lo estamos viendo en el caso de El Salvador, y del presidente de Brasil [Jair Bolsonaro], que se sostiene sobre un entramado militar. Pero matizo. No creo que haya una decisión de los militares de tomar el poder (...) Pero sí hay una inclinación de los políticos para mantenerse sobre el poder que los militares les pueden dar. También Venezuela.
¿Cómo controlar y regular la globalización en una etapa en la que el proteccionismo repunta en ciertos países, con bloques regionales cada vez menos conectados entre ellos?
—Ese es nuestro desafío. Lo que tenemos que lograr es un entendimiento compartido, que (...) necesitamos respuestas globales a problemas globales. Y a partir de ahí definir cuáles son las instituciones internacionales que actuarán sobre esos problemas y cuáles son sus mecanismos de decisión. Uno de los problemas del multilateralismo es que las decisiones se toman por consenso. Cuando tienes más de 190 miembros [Naciones Unidas], el problema es muy complejo. Quizá haya que trabajar sobre un diseño que genere coaliciones alrededor de temas de interés que impulsen a los que no están dentro a que se quieran sumar a la misma. Es un círculo virtuoso.
¿Configurará la crisis sanitaria un nuevo orden internacional?
—Por lo pronto, EU ha tomado la decisión de retraerse; y China no parece interesada en adoptar un rol equivalente a nivel mundial.