Bruselas.— Con el apasionado grito de “”, las fracciones populistas europeas reaccionaron ante los resultados de las elecciones legislativas en Italia celebradas el 25 de septiembre.

“Los italianos vuelven a hacerse cargo de su propio país. ¡Felicitaciones!”, escribió en sus redes sociales Tom Van Grieken, del separatista partido Interés Flamenco, añadiendo el hashtag #RenacimientoNacionalista.

Con la misma euforia reaccionó Thierry Baudet, el hombre fuerte de la incendiaria agrupación neerlandesa Foro para la Democracia, así como Santiago Abascal, líder del extremista partido español Vox.

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“Georgia Meloni ha mostrado el camino para una Europa orgullosa, libre y de naciones soberanas, capaces de cooperar para la seguridad y la prosperidad de todos”, asegura Abascal.

Los aplausos en la bancada ultra son genuinos. Los italianos votaron por el gobierno más derechista desde el fascista Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial. El colocar a Giorgia Meloni y su partido Hermanos de Italia como primera fuerza política del país, con 26% de los votos, le otorgó la mano para encabezar el próximo gobierno de coalición, y por tanto, las llaves de la democracia italiana.

La victoria de una mujer que tuvo como mentor político a Fabio Rampelli, antigua pieza angular de la agrupación neofascista Movimiento Social Italiano, renueva el sueño de las formaciones de ultraderecha, el ¡sí se puede!, pese a los cordones sanitarios implementados por las fuerzas políticas tradicionales para tratar de neutralizar su progresivo crecimiento.

La máxima exponente de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, ya disputó en dos ocasiones la final de las presidenciales. En tanto que en la región escandinava, el líder de los Demócratas de Suecia, Jimmie Akesson, está empujando para formar parte del próximo gobierno.

Bruselas. Con el apasionado grito de “¡Bravo, Giorgia!”, las fracciones populistas europeas reaccionaron ante los resultados de las elecciones legislativas en Italia celebradas el 25 de septiembre.  

“Los italianos vuelven a hacerse cargo de su propio país. ¡Felicitaciones!””, escribió en sus redes sociales Tom Van Grieken, del separatista partido Interés Flamenco, añadiendo el hashtag “Renacimiento Nacionalista”.  

Con la misma euforia reaccionó Thierry Baudet, el hombre fuerte de la incendiaria agrupación holandesa Foro para la Democracia, así como Santiago Abascal, líder del extremista partido español Vox.  

“Georgia Meloni ha mostrado el camino para una Europa orgullosa, libre y de naciones soberanas, capaces de cooperar para la seguridad y la prosperidad de todos”, asegura Abascal.  

Igualmente, la bancada extremista francesa envió sus congratulaciones. “Después de Suecia y de las elecciones legislativas en Francia, hemos asistido en Italia a un nuevo voto contra la degradación social, el despojo democrático y la precipitación migratoria. ¡Los italianos dieron una lección de humildad a todos estos tecnócratas de Bruselas!”, afirma el eurodiputado Jordan Bardella, quien busca la presidencia de Agrupación Nacional.   

Los aplausos en la bancada ultra son genuinos. Los italianos votaron por el gobierno más derechista desde el fascista Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial. El colocar a Giorgia Meloni y su partido Hermanos de Italia como primera fuerza política del país, con 26% de los votos, le otorgó la mano para encabezar el próximo gobierno de coalición, y por tanto, las llaves de la democracia italiana.  

La victoria de una mujer que tuvo como mentor político a Fabio Rampelli, antigua pieza angular de la agrupación neofascista Movimiento Social Italiano, renueva el sueño de las formaciones de ultraderecha, el ¡sí se puede!, pese a los cordones sanitarios implementados por las fuerzas políticas tradicionales para tratar de neutralizar su progresivo crecimiento.  

La máxima exponente de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, ya disputó en dos ocasiones la final de las presidenciales. En tanto que en la región escandinava, el líder de los Demócratas de Suecia, Jimmie Akesson, está empujando para formar parte del próximo gobierno. El partido fundado en la década de 1980 por ideólogos de extrema derecha, se colocó como el segundo más grande del país en las legislativas del pasado 11 de septiembre.  

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Para la politóloga y estudiosa en la materia, Léonie de Jonge, de la Universidad de Groninga, el triunfo de Meloni es “verdaderamente histórico” al abrir el camino para que la derecha radical vuelva al poder en Italia por vez primera desde Mussolini.  

“Que esto sea una llamada de atención para que los partidos establecidos presten atención a las preocupaciones y temores de esos votantes y encuentren soluciones”, asegura.  

El partido de Meloni obtuvo en las elecciones de 2018 únicamente el 4% de los votos. Ahora, pudo dar el salto usando la exitosa fórmula que en el pasado dio resultado a otros populistas, como fue el caso de Donald Trump para llegar a la Casa Blanca.  

Manuela Caiani, profesora de ciencias políticas en la Scuola Normale Superiore de Florencia, dice que Meloni jugó ingeniosamente dos cartas, la de supuesto “político desconocido en el sistema” y sin compromisos por debajo de la mesa, y la de mujer que es líder en un ambiente de hombres.  
Al mismo tiempo, recurrió a un discurso populista para colocarse en las preferencias de los inconformes y aquellos que sienten excluidos de la globalización; hizo hincapié en sus preocupaciones, miedos y en el sentimiento patriótico.  

Lo que hizo Meloni, continúa, fue explotar hábilmente una figura carismática y el sentimiento de la mayoría de los italianos con relación a la democracia y sus representantes. La desconfianza en los partidos políticos es del 80% y de acuerdo con un sondeo realizado por Ipsos, el 56% de los italianos están decepcionados con la democracia.  

“Si combinas estos datos con el discurso de Meloni probablemente armemos el rompecabezas que nos permita entender parte del gran éxito del partido y su líder”, explicó Caiani en un foro convocado por el European Policy Centre (EPC) para examinar las implicaciones de las elecciones italianas.  

La victoria de Meloni igualmente es producto de un proceso que ha sido lento pero altamente efectivo: la normalización de la ideología extremista y su discurso entre la sociedad europea.  

Lo que hace 20 años era un escándalo entre la clase política europea, hoy es tolerado; los partidos radicales tienen cada vez más presencia y ocupan posiciones de poder. En las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 se llevaron el 16.4% de los escaños, mientras que en 1999 no había fracción ultra en la Eurocámara y su presencia era marginal.  

Las victorias adjudicadas por las agrupaciones de la derecha radical entre 2015 y 2020, fueron impulsadas por la crisis migratoria, el discurso del Brexit, las secuelas de la crisis financiera de 2008 y la diseminación de una narrativa tóxica dirigida a “una élite malvada, nacional o europea”.  
 
El auge del populismo actual está explotando además elementos contemporáneos y asociados a crisis de actualidad: la pandemia, la guerra en Ucrania, la interrupción en las cadenas de suministro, la escalada de precios de los energéticos, el aumento desenfrenado de la inflación y el encarecimiento de coste de vida.   

Sin embargo, en los últimos años también ha quedado demostrado que la fortuna de los populistas no está garantizada, así como ascienden suelen desplomarse.  

Está demostrado que su suerte depende mucho de los temas del momento en los medios de comunicación, así como de la disciplina al interior del partido. Thierry Baudet explotó el enfado que causaron las medidas restrictivas contra Covid-19 para sumar simpatizantes en la liberal Holanda. Una vez que el tema bajó en la opinión pública, perdió dinamismo en las preferencias electorales.  

El avance de las agrupaciones populistas igualmente está sujeto al desempeño de su líder, pues éste suele ser el Partido. Cuándo el radical opositor al Islam, el holandés Geert Wilders baja de perfil en el ambiente mediático, el Partido por la Libertad desciende en las urnas.  

El llegar al poder también puede resultar contraproducente. El modelo italiano ya demostró que tomar las riendas del país puede comprometer los logros y conducir a pérdidas en periodos muy cortos.  

La mayor parte de los votos que se llevó Meloni vienen de dos partidos radicales y que en los comicios anteriores resultaron triunfadores, los derechistas de La Liga y los izquierdistas del Movimiento Cinco Estrellas (M5S). Los populistas habrían pagado el precio por incumplir las promesas hechas cuando formaron gobierno en 2018 poniendo como primer ministro a Giuseppe Conte. El apoyo en las urnas para M5S pasó de 23.9% a 15.4%, en tanto que La Liga cayó de 17% a 8.7%.  

No obstante los ascensos y descensos, es evidente que los partidos tradicionales no pueden seguir subestimando la amenaza potencial que representan para la integración europea y la democracia; Hungría y Polonia son dos claros ejemplos del riesgo que representan los populistas para el Estado de derecho.  

El seguir observando desde un costado cómo las fuerzas populistas de la derecha radical traducen su discurso destructivo en capacidad para obtener cargos políticos, supone un peligro que ya no puede ser minimizado. Después de todo, estas fuerzas han entendido que la mejor forma de destruir a la Unión Europea es desde adentro, de allí que sean partícipes del juego democrático en la Eurocámara.  

Los estudiosos insisten una y otra vez, que los partidos responsables de construir las democracias europeas, deben enfrentar sus narrativas adoptando posiciones claras sobre temas relevantes para la opinión pública y detallando los argumentos que las sustentan con el fin de dar respuesta a las genuinas preocupaciones de una ciudadanía que ve erosionar su calidad de vida.

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