A todas luces, la reunión entre Andrés Manuel López Obrador y la delegación del gobierno estadounidense que llegó a visitarlo hace unos días fue cordial, respetuosa e inconclusa. Quedó claro que el gobierno del país vecino reconoce la importancia que tiene México para sus propios intereses, porque de otra forma no habrían ido tres secretarios del gabinete más el yerno del presidente Trump.

Y está bien en estos momentos que sea una reunión sin acuerdos concretos. Nada ganan con empezar a negociar temas específicos cuando faltan más de cuatro meses para que inicie la nueva administración. Hasta ahora, las dos partes están jugando los roles que les corresponden, abriendo comunicación sin mostrar todas sus cartas ni atarse las manos.

A la administración actual de Enrique Peña Nieto le tocó bailar con lo más feo, la llegada de Donald Trump, quien prometió barrer con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), deportar a todos los indocumentados y construir un muro en la frontera con México.

Año y medio después, Trump no ha podido deportar al número de indocumentados que prometió (debido a la resistencia de gobiernos estatales y locales), la relación comercial sigue en pie y probablemente sobrevivirá, y no hay muro.

Sí, ha habido golpes duros mediáticos en la relación con México y golpes aún más duros en la vida de los indocumentados que temen por sus vidas en el nuevo clima de miedo, pero Trump no ha podido implementar gran parte de su agenda inicial.

A López Obrador le tocará un momento distinto, aún muy complejo, pero quizás un poco más favorable. Por un lado, el gobierno estadounidense ya reconoce la importancia que tiene México para sus propios intereses, por eso la llegada de la delegación de alto nivel pero, por otro lado, Trump sigue usando a México como pelota en su juego político.

Frente a esto se vale que el nuevo gobierno mexicano asuma una postura respetuosa, pero mucho más distante y cautelosa con la administración de Trump, al mismo tiempo que se busca un acercamiento más activo con otros actores del país vecino. La fuerza de México al norte de la frontera radica precisamente en el interés que tienen una gama de actores relevantes —gobernadores, alcaldes, congresistas, empresarios y líderes cívicos— en la relación con México, y no está de más utilizar estas redes.

En esto es mejor ser estratégico que reactivo. No vale la pena responder a cada declaración que hace Trump sobre México, y es notable que en general los mexicanos ya prestan poca atención a lo que él dice sobre México. De hecho, me da la impresión de que Trump presta mucho más atención a México que los mexicanos a él.

No queda tan claro cómo Trump y López Obrador se llevarán en lo personal, pero quizás tampoco importa mucho. Si bien son muy diferentes en ideología y personalidad, tienen en común que ambos están más enfocados en temas nacionales que internacionales y tienden a ver al mundo exterior a través de sus prioridades políticas. Para López Obrador, su prioridad clara es el desarrollo de México y el combate a la pobreza. Para Trump es la reducción de la migración indocumentada y un tratado de libre comercio que él percibe como más favorable a Estados Unidos.

Aquí los asesores de cada uno jugarán un papel clave en interpretar estas prioridades en términos de política exterior y manejo de la agenda bilateral entre los dos países. No siempre será fácil, ya que ninguno de estos temas se traduce fácilmente en acuerdos de colaboración de interés mutuo. Pero quizás, como mínimo, lograrán rescatar al TLCAN, encontrar formas más humanas de responder a los flujos migratorios y seguir profundizando la cooperación en la frontera, temas que permiten que ambos gobiernos respondan a sus prioridades básicas y puedan cantar victoria en el terreno político.

Seguirá siendo una relación profundamente importante para ambos países, pero quizás un poco más distante, lo cual quizás no esté tan mal en estos momentos turbulentos.

Presidente del Instituto de Políticas Migratorias

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