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“El primer beso fue mágico. Mi esposo no me besaba, así que para mí fue glorioso. La verdad que volví muy triste a mi casa. Sentí que él era todo lo que yo había buscado y esperado durante años. Sentí que quería compartir mi vida con él y ya no seguir padeciendo un matrimonio vacío. No quería separarme nunca más de Carlos. Fue desolador llegar a casa y tener que fingir que estaba todo bien”.
En 2018 una amiga de Verónica Diaz (51), Erica, subió a Facebook una foto de un reencuentro grupal entre excompañeros de la primaria del que ella no había sido parte, pero descubrió a alguien que la llevó a interesarse por lo que había sucedido ese día.
Una simple pregunta: ¿cómo fue ese reencuentro?
En ese momento, cuenta, se le ocurrió preguntarle a su amiga qué sabía de la vida de aquellos amigos y amigas a quienes no veía desde hacía más de 30 años . Entonces, Erica la invitó a formar parte de un grupo de WhatsApp conformado por varios de esos niños y niñas que ya eran adultos.
“De esa manera empecé a conversar por privado con Carlos que estaba en el otro curso, pero que siempre me había parecido un chico muy lindo. Cuando retomamos el diálogo me cautivó su inteligencia, su sensibilidad y su atención para conmigo”, recuerda Verónica.
Esas charlas privadas por WhatsApp a Verónica le generaban mucho deseo y ansiedad de pasar a un segundo nivel: el encuentro cara a cara.
Un matrimonio y una vida sufrida
Sin embargo, había dos problemas. Por un lado, Carlos vivía en Río Negro y ella en la provincia de Buenos Aires. Pero la distancia no era el impedimento más importante a la hora de poder concretar las ganas de dar un paso más. El principal obstáculo era que ella estaba casada desde hacía 32 años con el padre de sus tres hijos. “De mi marido me había seducido su belleza física y que era muy humilde. Había sentido la necesidad de ayudarlo”.
Pero al poco tiempo de casarse Verónica se fue dando cuenta que ese hombre no era aquello que le había prometido, sino todo lo contrario. De esa forma, define, comenzó a transitar por una etapa muy triste, amarga y monótona de su vida. “Nuestra relación fue distante, fría. Había muy pocas demostraciones de cariño. Él no me besaba nunca, solamente cuando estaba borracho o drogado. Estaba con mi esposo por temor a quedar sola y al fracaso. Sostuve una relación violenta e infeliz por aparentar”.
Verónica cuenta que casi desde el inicio de la relación el padre de sus hijos ejerció sobre ella violencia física y psicológica a través de golpes, insultos, desprecios y descalificaciones. Y si bien varias veces pensó en la posibilidad de pedirle el divorcio, la falta de independencia económica le impidió poder alejarse de esa vida tóxica que llevaba.
Hasta que esa tarde vio esa foto en Facebook, el disparador que le generó intriga y curiosidad sobre lo que estaba ocurriendo más allá de las cuatro paredes en las que vivía.
Un nuevo amor, pero a la distancia
Durante mucho tiempo la relación con Carlos se dio en forma virtual. Autos, política, educación y las problemáticas relaciones matrimoniales que ambos llevaban a cuestas eran algunos de los temas sobre los cuales conversaban casi a diario.
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De esa forma, Verónica se fue enganchando cada vez más con Carlos y cuenta que se le iluminaban los ojos cada vez que recibía un mensaje suyo en el celular.
Hasta ese momento la relación era de amistad. Una prueba de eso fue cuando ella se sintió muy contenida por Carlos cuando su hija atravesó una anorexia que la tuvo casi al borde la muerte. Èl la escuchaba, le hablaba y la abrazaba a la distancia. Estaba siempre presente. Todo lo que necesitaba en esos momentos tan difíciles. Parecía incondicional. Cuando le escribía o le hablaba su rostro se iluminaba y los latidos de su corazón se aceleraban.
La gran propuesta
Los sentimientos de Verónica se hicieron tan profundos que en octubre de 2020 sintió la necesidad de confesarle a Carlos que se había enamorado. “Me le declaré por WhatsApp estando casada. Le dije que me había encariñado con él y que quería tener una relación, pero no de amistad. En ese momento él se quedó en shock y me respondió 24 horas después. Aceptó mi propuesta y comenzamos un noviazgo virtual”.
Mientras ella seguía casada, comenzaron a planear lo que sería el primer encuentro cara a cara para poder plasmar en vivo todo ese amor que se prometían a la distancia. Entonces, él viajó desde Río Negro hacia Buenos Aires y se encontraron a desayunar en una confitería en Merlo. Hacía dos meses que eran novios virtuales, pero esa mañana marcaría un antes y un después en sus vidas, como ese primer beso que Verónica jamás olvidará. “A partir de ese momento él comenzó a viajar para verme y yo me escapaba de casa inventando reuniones con amigas o tratamientos médicos”, confiesa.
Más allá de que había comenzado una nueva etapa de su vida, Verónica se sentía triste y angustiada porque no podía disfrutar libremente de ese incipiente amor que estaba cambiando su vida .
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Uno de los momentos de mayor tensión, cuenta, fue cuando le confesó a su marido que se había enamorado de otro hombre. “Èl se fue de casa después de insultarme y de torturarme psicológicamente. A mis hijas se los conté cuando todavía era algo clandestino. Mi hijo se enteró por el padre y, al principio, no lo tomó bien. Las chicas se alegraron y querían conocerlo”.
“Carlos es mi felicidad, mi lugar en el mundo”
Verónica lo ve a Carlos cada dos o tres meses en Buenos Aires y disfruta de cada uno de los encuentros, de las charlas, de los besos y de la intimidad, aunque admite que la distancia le duele “un poco”.
Para no extrañarse tanto, dice, realizan llamadas de varias horas todos los días. Y en los momentos en que están juntos salen a pasear y ven documentales, entre otras cosas.
“Ahora sí me siento una mujer amada y que puedo amar a un hombre. Carlos es mi felicidad, mi lugar en el mundo.
Proyectamos tener una vida juntos, compartir todo el tiempo que podamos y construir una familia con mis hijos y mis nietos”.
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