Madrid.— Cada vez son más las mujeres que rechazan la maternidad de forma voluntaria, ya que entre otras razones consideran que los hijos pueden frustrar su desarrollo personal y profesional, además de alterar un ritmo de vida que les es satisfactorio, por lo que anteponen otras necesidades a la hora de plantearse el embarazo.
La incorporación generalizada de la mujer al mercado laboral y su presencia cada vez más notoria en puestos de relevancia en casi todos los ámbitos profesionales, el empoderamiento de las más jóvenes y los nuevos modelos familiares, permiten a las mujeres desempeñar roles muy distintos a los convencionales y, según los especialistas, desafiar las convenciones de género para poder prescindir de algunas etiquetas sociales, como que no se puede llevar una vida plena sin tener hijos.
Diferentes estudios sicológicos señalan que las mujeres que no quieren tener hijos se sienten realizadas en muchas otras áreas de su vida, como la laboral, la sentimental o la social, por lo que no tienen la necesidad de concebir, ni tampoco el deseo de hacerlo en muchos casos.
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Se trata de una tendencia creciente, especialmente en las sociedades más avanzadas como las europeas, donde las mujeres tienen la oportunidad de desarrollar su potencial a casi todos los niveles, lo que implica también un reacomodo de las prioridades vitales y hace que el embarazo, muchas veces, no encuentre hueco.
El rechazo a la maternidad halla también soporte en el pujante movimiento feminista que, como parte de los derechos de las mujeres, defiende la autodeterminación de sus cuerpos y, por tanto, la libertad de elegir si quieren reproducirse o no.
Pero la renuncia a la maternidad no siempre se produce de forma voluntaria. Según los expertos, la inestabilidad en el trabajo, la falta de recursos para poder mantener holgadamente a los hijos, junto a una insuficiente conciliación laboral, están también detrás de la decisión de cancelar o retrasar una maternidad que para muchas mujeres se ha convertido en un artículo de lujo.
Además, tal como se configura la sociedad y el ámbito laboral, la maternidad se convierte en una penalización, en una limitación para que las mujeres desarrollen plenamente y en igualdad de condiciones con los hombres otras facetas personales o profesionales.
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“La concepción patriarcal de que para ser una mujer ‘completa’ hay que ser madre, ha cercenado históricamente las expectativas vitales de las mujeres, provocando elevados niveles de frustración, insatisfacción y estigmatización social”, señala a EL UNIVERSAL Antonia Morillas, directora General del Instituto de las Mujeres de España (IMs).
“Con el progreso de la igualdad y del feminismo, las mujeres han encontrado nuevas metas para sus vidas y sus experiencias vitales, han alcanzado espacios que antes les estaban vedados y, sobre todo, la maternidad o la no maternidad se ha convertido en una opción personal, aunque aún sigue siendo un mandato social de género que presiona a las mujeres en general”, agrega la activista y experta en procesos de participación ciudadana.
Muchas mujeres jóvenes han dedicado tiempo, capacidad y energía a tener una profesión y aspiran a ejercerla, y sienten que las exigencias que implica son incompatibles con el ejercicio de la maternidad.
Además, hay causas relevantes de carácter socioeconómico. Las condiciones de vida precarias de cada vez más amplios sectores de la sociedad, y especialmente de las mujeres, son determinantes.
“Tener un trabajo estable, una vivienda propia, tiempo y recursos para la crianza y los cuidados, eran parámetros que se consideraban imprescindibles para adoptar la decisión de la maternidad y la paternidad. Ese horizonte ha desaparecido, los sueldos son muy bajos, el precio de las viviendas muy alto para esos sueldos y la estabilidad laboral es casi una quimera hoy día, más después de las graves crisis de este siglo. Todo esto contribuye también a que muchas mujeres, incluso contra su deseo, renuncien a tener hijos”, advierte la directora del instituto. A pesar de que en términos generales existe una mayor tolerancia hacia las mujeres que rechazan la gestación, algunos prejuicios sociales continúan vigentes. La socióloga británica Katherine Hakim, autora de Childless in Europe (Sin hijos en Europa), reconoce que no tener hijos se considera algo raro o desviado.
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Sin embargo, aunque todavía resulta extraño para mucha gente que una mujer decida no ser madre, cada vez son más las que orientan sus vidas en otras direcciones. Esto supone un importante cambio cultural, y se ha producido más en aquellas sociedades en las que la igualdad entre mujeres y hombres ha avanzado más, asegura la máxima responsable del instituto.
“Se suele decir que son personas egoístas, inmaduras o irresponsables. Se piensa incluso que las mujeres, o las parejas que no quieren tener hijos, no van a ser felices; como si la felicidad radicara exclusivamente en si se tienen hijos, o no”, señala por su parte la sicóloga Rosa Armas.
La caída en picado de la natalidad en países avanzados como los europeos, refleja claramente que la resistencia a la maternidad en sus múltiples variantes se ha incrementado en los últimos años.
La pandemia, con toda su carga de incertidumbre y estragos económicos, ha reforzado esta tendencia en algunos países como España, que tiene una de los índices de natalidad más bajos del mundo, con 1.2 hijos por mujer.
En el primer trimestre de 2021, hubo 77 mil 794 nacimientos en el país ibérico, lo que representa una caída de 8.75% con respecto al mismo periodo del año anterior y de 11.11% en comparación con 2019, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Otros países europeos como Francia, Portugal, Reino Unido, Italia o Alemania, también registran tasas excesivamente bajas de natalidad (entre 1,3 y 1,9 hijos por mujer), como consecuencia de la mayor resistencia que ofrecen muchas féminas al embarazo, ya sea de manera temporal o definitiva.
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“Hay que respetar la decisión de las mujeres que deciden libremente no ser madres, sin estigmatizarlas. Pero también hay que crear unas condiciones vitales óptimas para las que quieran serlo, con o sin trabajo remunerado”, indica la encargada del Instituto de las Mujeres.
Es necesario poner en marcha políticas públicas que planteen un nuevo modelo de organización social y económica que sitúe los cuidados en el centro. Son necesarias medidas que provoquen un cambio cultural en esta última dirección: que incrementen la corresponsabilidad para la crianza entre padres y madres, pero también con la implicación de las instituciones públicas, con una legislación laboral más protectora y con más recursos de apoyo a las familias, agrega.
En las empresas también se requiere un cambio cultural y organizativo, que facilite flexibilidad y permisos asociados a los cuidados, tanto para trabajadores como para trabajadoras, y que desarrollen medidas y planes de igualdad, como se ha aprobado en España, que favorezcan la conciliación de la vida personal y laboral, concluye la activista feminista.