“Llevamos alimentos a los estudiantes”

Cynthia Gabriela Aguilera vio que el sistema educativo se les venía encima 

San José.– La maestra hondureña Cynthia Gabriela Aguilera Ordóñez, de 43 años, jamás olvidará cuando en 2020, y ante un incesante ataque del coronavirus que obligó en Honduras a imponer un toque de queda con severas restricciones a la movilidad humana, acudía casi a escondidas a la Escuela Santa Margarita Bourgeoys, en un sector de familias pobres de Tegucigalpa, para llevar alimentos a sus alumnos de ambos sexos cada ocho o quince días.

“La escuela está en una zona de familias de muy pocos recursos económicos y los papás de muchos alumnos se quedaron sin trabajo durante la pandemia, por lo que la prioridad de esas personas no era hacer una tarea escolar, sino que era alimentarse y ver que comían sus hijos y como lograban pasar el día”, relató Aguilera a EL UNIVERSAL.

“En la medida de lo posible hacíamos un espacio para ir a la escuela a entregar tareas y llevar alimentos que recaudábamos para los estudiantes”, recordó Cynthia, casada y con dos hijos, uno en noveno grado de secundaria y una en tercero de primaria y con 24 años de experiencia como educadora.

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Al igual que centenares de miles de docentes en América Latina y el Caribe, Cynthia se convirtió en una más de las maestras hondureñas que hoy son verdaderas heroínas por el sacrificio que asumieron para atender a su alumnado en condiciones precarias: la mayoría de sus estudiantes carece de condiciones económicas para poder acceder a un teléfono celular, una tableta o una computadora y participar en una educación virtual o a distancia.

“En muchos casos quizás lo que hacía falta ya no era tanto el acceso a internet, sino muchas veces mis alumnos, que en ese tiempo yo impartía sexto grado de primaria, me decían: ‘Profe, no tengo teléfono. En mi casa no hay celular, tableta y mucho menos computadora’. Ante esa necesidad nos vimos en la obligación de ir a los centros educativos con mucho temor”, relató.

Pero acudir al centro escolar tampoco fue sencillo.

“Nos arriesgábamos a ir a la escuela sin autorización de nuestros superiores, porque la orden era estar en casa y no salir. Pero veíamos que el sistema educativo se nos veía encima. Los niños no estaban trabajando, no podían trabajar”, mencionó.

El gobierno de Honduras adoptó un protocolo de bioseguridad para enfrentar al Covid—19 a partir de que, en marzo de 2020, se confirmó la presencia de la enfermedad en ese país. Entre otras medidas, se estableció que los habitantes en Honduras solo podían salir de sus casas una vez cada ocho o quince días y de acuerdo con el último dígito de la identidad individual.

“Nos tomó por sorpresa. No estábamos preparados en ningún aspecto. 2020 fue lo más difícil. Teníamos limitada la salida de nuestras casas y sin poder circular con tanta facilidad. Cuando se podía salir uno aprovechaba para comprar medicinas, alimentos y lo necesario de la casa. Por eso la visita a la escuela era menos regular, cada quince días más o menos”, detalló.

Cynthia tampoco dudó de que si, antes de la emergencia sanitaria , maestras y maestros debieron “llevarse” la escuela a sus hogares, “a partir del 2020 quedó una parte exclusiva de nuestra escuela en nuestros hogares y para siempre. Es imposible desligar el trabajo de nuestra escuela con nuestra casa”.

Deterioro

Al repasar el efecto de la crisis en la calidad de la educación , admitió “fue bastante impactante para los alumnos: dejamos muchos cabos sueltos con ellos por la brecha educativa que quedó ahí. Somos conscientes de que pasaron con muchas debilidades al nuevo nivel, pero hicimos hasta donde pudimos”.

Tras reafirmar que “quedaron muchos pendientes, pero hicimos nuestro mejor esfuerzo. El daño es irreparable, académicamente hablando”, Cynthia rescató un factor positivo: “Con debilidades académicas, lo positivo es el afianzamiento en las relaciones entre padres e hijos. Unos y otros se pudieron conocer mejor al estar juntos todo el día”.

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“Se desnudó el modelo de enseñanza”

Iván Mena Hidalgo: docentes sacaron de su dinero para sostener educación 

San José.— Sin proponérselo y por culpa del coronavirus, el educador costarricense Iván Mena Hidalgo se vio obligado en 2020 a traspasar los muros del Colegio Técnico Profesional Henri François Pittier, en el marginado y olvidado pueblo remoto de Santa Elena del distrito de Pittier del municipio de Coto Brus de la provincia (estado) de Puntarenas, en el sur de Costa Rica y en el sector fronterizo con Panamá.

Como director de ese centro de educación pública de este país, que se vanagloria de tener maestros en vez de soldados por carecer de ejército desde 1948, Mena, de 48 años, se topó de pronto, el 16 de marzo de 2020, con la orden de cerrar el colegio de 382 alumnos, e impartir lecciones vía internet en una zona paupérrima con estudiantes sin acceso a las telecomunicaciones en sus hogares en el quinto municipio más pobre de Costa Rica.

“Los 53 profesores y los 20 funcionarios administrativos de nuestro colegio son unos verdaderos héroes, porque debieron enfrentarse, de la noche a la mañana, a lo más catastrófico: trasladar el colegio a las casas, de hecho”, dijo Mena a EL UNIVERSAL, al celebrarse hoy el Día del Maestro en México, en un entorno agitado por el virus.

“Los profesores, de su propio bolsillo, llegaron a pagar las fotocopias para que los estudiantes tuvieran guías escritas y materiales para aprender. Los docentes llevaron el peso de la pandemia encima, porque tuvieron que sacar dinero de su propio peculio para sostener la educación en esta zona. No se tuvo apoyo gubernamental”, destacó.

“La pobreza extrema es elevada en esta zona y el error no fue entrar a la educación a distancia, sino apostar a la virtualidad sin tomar en cuenta que en estas regiones no hay acceso a internet, por falta de conectividad y otros factores. Empezamos a tratar como iguales a los desiguales”, describió.

El 80% del estudiantado del colegio tiene teléfono celular, pero, de ese porcentaje, 90% carece de acceso a datos de internet para enfrentar las guías virtuales, por lo que se optó por trabajar con las escritas.

Sin presupuesto para papel y tintas, los profesores pagaron las copias y luego, a bordo de sus vehículos, se trasladaron a las casas de los estudiantes para entregarles la documentación de estudio, con distancias de hasta 20 kilómetros en deteriorados caminos vecinales.

“Nos dimos a esa tarea en nuestros carros, porque las medidas impuestas para contener la enfermedad incluyeron la suspensión de los servicios de autobuses y los estudiantes no tenían cómo llegar al colegio, pero supieron responder a la crisis y se motivaron”, aclaró, al confirmar que en 2021 se empezó a regresar a la presencialidad y es total en 2022.

“La pandemia desnudó totalmente el sistema educativo e identificó un secreto a voces: la brecha digital en las zonas rurales es enorme. Muchos estudiantes ni siquiera conocen una computadora”, sentenció el profesor.

“Terminé con mis nervios alterados”

 Ligia Carolina Rodenas Paredes de López destaca el apoyo de los padres

San José.— La maestra guatemalteca Ligia Carolina Rodenas Paredes de López, de 58 años, compartió un rápido vistazo de su vida.

“En Guatemala he pasado por terremotos, inundaciones, huracanes, erupciones volcánicas, pero el coronavirus nos cambió la vida por completo. Han sido más de dos años de llevar una vida que no es normal. La verdad que ha sido un trabajo heroico. Terminé con mis nervios alterados por temor al contagio y porque muchos familiares de mis alumnos fallecieron por la pandemia”, relató Ligia a EL UNIVERSAL.

Con 28 años de experiencia como educadora, casada y con dos hijos, Ligia imparte lecciones de segundo grado de primaria en la Escuela Oficial Urbana de Varones Número 2 de Antigua Guatemala, en el suroccidental departamento (estado) guatemalteco de Suchitepéquez.

Cuando la crisis por el Covid-19 estalló en marzo de 2020, Ligia era maestra de sexto grado de primaria y en 2021 asumió la enseñanza —a distancia— de primer grado de primaria y enfrentó un dilema educativo con una pregunta que le atormentó.

“¿Cómo voy a enseñar a leer y a escribir a través de guías de trabajo con instrucciones escritas, si los niños para aprender a leer y escribir tienen que estar presencialmente y con la dirección de la maestra o del maestro?”, puntualizó.

“Pero funcionó, gracias a Dios”, explicó, al mostrarse satisfecha de que la batalla fue ganada. “Con el apoyo de sus padres, aprendieron a leer y a escribir, pero no todos por supuesto. Nosotros mandábamos las guías y los papás fueron prácticamente sus tutores porque estuvieron ahí con ellos a la par explicándoles todas las actividades que les enviábamos”, narró.

Por la emergencia sanitaria, el gobierno de Guatemala cerró los centros educativos y ordenó una diversidad de medidas de confinamiento, distancia social o aislamiento para evitar los contagios.

“Fue algo muy impactante para alumnos y educadores. No tuvimos clases presenciales y todo fue con guías escritas de trabajo y por vía celular. Se perdió compartir físicamente y eso es importante porque socialmente los alumnos se vinieron abajo, se deprimieron y entristecieron porque no podíamos salir a nada. Sólo nos comunicábamos por teléfono”, recordó.

Al lamentar que “no pude avanzar con mis clases, porque no es lo mismo tenerlos física y presencialmente que a través de una guía en la que mandábamos las tareas de 15 días”, aclaró que hubo otro factor clave que impidió a los estudiantes acceder a tecnología para mantener la comunicación virtual.

“Nuestros alumnos provienen de familias muy humildes, sin recursos. Cada 15 días iban a dejar los trabajos que hicieron en 15 días y recoger las tareas o guías para la siguiente quincena. No todos tienen acceso a tecnología. Las guías funcionaron. Permanecimos en las escuelas y ahí llegaban los padres a presentar dudas y nosotros las aclarábamos”, señaló.

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