Sofía de tan solo tenía tres años de vida cuando fue torturada, pero solo mucho tiempo después pudo denunciar a la mujer que hizo que nunca deseara volver a poner sus pies en un colegio, ni compartir con más niños.

Esta tétrica historia llegó por asignación al despacho de una fiscal en febrero de 2022. Una madre de familia, visiblemente descompuesta, radicó una denuncia con la esperanza de que alguien la ayudara. En ella relataba una historia que había comenzado en el año 2019.

Hablaba de su hija, una niña humilde ingresada a un jardín infantil en el sur de Bogotá. Sus padres querían que interactuara con otros niños y comenzara a aprender cosas nuevas. Allí conoció a su profesora: Carmen Maritza Ortiz Angulo. Quince días con ella fueron suficientes para que la pequeña Sofía odiara ir al colegio.

Esta mujer tuvo una fijación, por decir lo menos, diabólica. Encerraba a la niña en el baño, la desnudaba, tocaba sus partes íntimas y luego la bañaba con agua helada que calaba sus huesos. “La niña decía con sus propias palabras que se sentía congelada”, dijo uno de los investigadores consultados por este medio.

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Pero no solo ejerció sobre ella violencia sexual, también la torturó delante de sus compañeros. Solía buscar cualquier excusa para castigarla y estaba empeñada en decir que la niña se rehusaba a hacer las actividades en clase, en una edad en la que se privilegia el juego y lo didáctico.

Muchas veces le negó la posibilidad de tener un tiempo de descanso, tampoco le dejaba comer sus onces y tiraba al piso la merienda que los padres de la niña le enviaban. A medida que iba avanzando, el relato se iba poniendo más escabroso.

Carmen desataba toda su ira en Sofía. La niña contó que le quitaba los zapatos y las medias y le pegaba patadas en los tobillos, otras veces obligaba a los otros alumnos a hacer lo mismo. “Cuando los niños entraban del descanso veían a mi hija castigada y la profesora permitía que ellos le hicieran bullying, que se rieran de ella”, contó Rocío*, la mamá de Sofía.

Traumada, la niña nunca más quiso volver a su jardín. Durante tres años guardó silencio. Su familia pensaba que era producto del consentimiento, que le gustaba estar en su casa mimada por todos. Lejos estuvieron de saber qué era lo que realmente pasaba.

Cumplidos seis años, los padres de familia no podían esperar más para escolarizarla. Ella seguía resistiéndose, pero al final entró a estudiar al colegio Nuevo Chile de Bosa. “Yo le conté a la profesora el problema de la niña. Que a ella no le gustaba ir al colegio. Que la tratara de forma especial, y así lo hizo”, relató la madre de Sofía.

La docente la empezó a tratar con consideración, solo así lograría que la estudiante superara sus miedos. Cuando pensó que su trabajo comenzaba a dar frutos, la niña volvió a resistirse a entrar al colegio. “Un día, frente al colegio, la niña cruzó la calle como si hubiera visto al mismísimo demonio. Cuando se le preguntó por qué estaba actuando así, dijo: ‘Ahí está la mujer que me tocaba. No voy a ir y no voy a ir’. Todos quedaron sorprendidos de lo aterrada que estaba”.

Luego, la docente logró que la niña le relatara todo lo que había sucedido. Recordó el escalofrío al ser bañada con agua helada, los golpes, las humillaciones. “Ya con el caso en nuestras manos, tuvimos que ampliar la entrevista. La menor identificó a su victimaria de forma inmediata, no tenía la más mínima duda”, contó la fiscal del caso.

Para asegurarse, los investigadores llevaron a la víctima a un reconocimiento fotográfico. No había duda, Sofía identificaba a Carmen Maritza Ortiz Angulo como la mujer que la había sometido a toda clase de aberraciones.

“La mamá realizó sus propias averiguaciones y el jardín infantil le corroboró que esa había sido la docente que le dio clases a la niña. También su hoja de vida. El plantel certificó todo su historial laboral, también la Secretaría de Educación”, contó la fiscal del caso.

La niña recordaba todo el tiempo cómo era humillada por una profesora “esponjada” –esta era su forma de describir una de las características físicas de la docente, de rasgos afrodescendientes.

Tras 15 días de pesquisas, la Fiscalía, con ayuda de sus investigadores expertos, había reunido todas las pruebas. “Pedimos su captura, y esta se materializó al día siguiente en las puertas de colegio”.

Los investigadores recuerdan con claridad ese día. Varias unidades rodearon el colegio desde las 5: 30 de la mañana. Era la única forma porque no se tenía conocimiento exacto de sus horarios. “Vimos primero a muchos otros docentes. Manejan demasiados niños en cada curso. Más de 30, diría yo. Pero estábamos buscando a una mujer con rasgos muy característicos, una mujer negra”. Pasaron horas y no aparecía.

Cuando pasó el mediodía y los niños ya habían disfrutado de su hora de almuerzo la vieron salir por la puerta del plantel y a su hijo recogerla, seguramente para ir a almorzar. “Ya habíamos hablado con la rectora del colegio, y ella nos colaboró con todo lo que se requería”, contó uno de los investigadores.


Nadie esperaba eso de la mestra

La captura fue totalmente inesperada. Carmen estaba lejos de pensar que lo sufrido por aquella niña se iba a conocer. “Le pedimos la cédula y se procedió a materializar la operación, le leímos sus derechos, e incluso algunos policías tuvieron que reaccionar porque su familiar se alteró. Le gritaba que él sabía que a ella la iban a atrapar por robarle plata a su padre. Aquel día quedamos muy sorprendidos”, recordó el investigador.

Los docentes que trabajaban con ella no lo podían creer. La tenían en un buen concepto. De hecho, la describían como una profesional responsable y cariñosa. Al otro día estaban organizando plantones para exigir su libertad. Pronto se dieron cuenta, en los medios de comunicación, de los escabrosos detalles por los que estaba siendo judicializada. Ahí frenaron sus intentos de ‘velatones’ y acciones para exigir su libertad. A la segunda convocatoria nadie quiso asistir.

La fiscal del caso le imputó los delitos de actos sexuales agravados y tortura. “Esa niña de solo tres años fue sometida a la burla frente a sus compañeros. El trauma es grande. Los daños psicológicos que le causó su victimaria serán muy difíciles de superar”, dijo la fiscal.

De Carmen se sabe que es una mujer de 44 años, que se desempeñaba como docente desde hace varios años y en salones de niños muy pequeños. Era oriunda del Chocó, pero estaba radicada en Bogotá desde hacía años.

La mujer dijo ser inocente de lo que se la culpaba, pero es algo de esperar debido a que la ley de infancia y adolescencia dice que cuando los delitos se cometen en contra de los niños, así se acepten los cargos no hay descuentos de pena. “Lo único que se lograría es que el proceso cursara más rápido, por eso es poco probable que alguien se declare culpable en estos casos”, dijo la fiscal.

Causa mucha extrañeza este caso. Carmen vivía con sus dos hijos, ambos son profesionales. Nadie sabía el secreto que guardaba esta mujer. “No sabemos si pasó con más niños. Algunas víctimas son más fuertes y se afectan menos, pero Sofía no, ella sufrió mucho, lloraba. Sentía pánico cada vez que le mencionaban la idea del volver al colegio”, recordó la fiscal.

De este caso se resalta la labor de la docente que conoció la denuncia por boca de la niña. Activó la ruta con el colegio de inmediato y esto permitió que la denuncia se hiciera efectiva.

Carmen fue enviada a la cárcel El Buen Pastor. “Recuerdo que en la Unidad de Atención Inmediata lloró todo el tiempo. Todos nos preguntábamos qué la habría llevado a maltratar así a esa niña específicamente”, dijo uno de los investigadores.

Hay muchas teorías sobre este caso, pero aquella niña rubia, de ojos verdes y tez blanca despertaba un peculiar odio en Carmen. “Creemos que aquí hay un caso de racismo. Ella sentía desprecio. Es como si considerara que aquella niña era demasiado perfecta y eso despertaba odio, resentimiento”.

Los expertos manifiestan que muchas veces, cuando se hace el perfil de un agresor, se encuentra que ellos siempre escogen a sus víctimas, analizan su perfil. Eso explica por qué en algunos casos de abusos en núcleo familiar unos niños son violentados y otros no. Los abusadores sexuales saben cómo trabajar a sus víctimas para que no los denuncien, es más, para que sientan una profunda culpa.

En otros casos los niños piensan que los tocamientos indebidos no son malos. Los agresores hacen que normalicen estas actitudes dándoles a entender que sostener esas relaciones no es un delito. Por eso muchas víctimas denuncian cuando ya son adultas y se dan cuenta de que eran vulneradas.

Los niños también suelen caer en la retractación luego de una denuncia porque han sido amenazados de que si hablan, su núcleo familiar se podría desmoronar ante ellos.

Lo cierto es que buscan explicar por qué Carmen Maritza Ortiz odió tanto a su alumna hasta provocarle daños irreversibles.

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