Hace cinco años, un hombre de 39 años, outsider de la política, con un gran carisma, un rostro fresco, ganaba la presidencia de Francia y se convertía en el presidente más joven del país desde los tiempos del emperador Napoléon.
Para lograrlo, Emmanuel Macron, exministro de Economía que de joven soñara con ser novelista, utilizó todos los vientos que tenía a su favor: su juventud, su lejanía respecto de los políticos tradicionales, y el hartazgo de los franceses frente a aquellos. Incluso su historia de amor con una mujer 24 años mayor que él, y que además fue su profesora de teatro.
Fundó un partido-movimiento ciudadano, En Marcha, poco menos de un año antes de las elecciones, con un objetivo claro: desmarcarse de los extremos, mostrarse en el centro, un centro comprometido con las reformas que requería Francia para recuperar su brillo.
En un país como Francia, donde la defensa de los derechos sociales es toda una tradición, el, hasta cierto punto, anonimato de Macron jugó en su favor. Igual que su promesa de defender a Francia, y sus libertades. Le ayudó, asimismo, que su rival fuera Marine Le Pen, la candidata de ultraderecha que amenazaba con sacar al país de la Unión Europea, y acabar con la migración irregular a la que acusaba por todas las desgracias francesas, habidas y por haber.
Muchos creyeron que Macron era un tipo demasiado impulsivo, demasiado precipitado, y que esas características pondrían fin a sus aspiraciones políticas. Sin embargo, Macron tuvo lo que le faltó a otros políticos: visión de futuro (y sí, también suerte). Dos secretos que lo ayudaron a conseguir lo que hoy tiene.
Su carácter siempre fue decidido, como cuando le dijo a Brigitte que se casaría con ella, sin importar la oposición de su familia, muchos años antes de contraer matrimonio, en 2007.
Cuando Brigitte lo conoció, ella tenía 39 años; él 15 e iba a la misma clase que una hija de la profesora, Laurence, cuya descripción del actual mandatario podría servir para entender cómo llegó hasta su reelección. “Es un chico que está loco y lo sabe todo de todo”.
Sin embargo, no es lo mismo los Tres Mosqueteros que 20 años después, o bueno, en el caso de Macron, cinco: una buena parte de las ventajas que tenía en 2017 han desaparecido: no es más un desconocido y lo que los franceses saben ya de él ha alejado a un sector importante de la sociedad: la izquierda que lo acusa de ser el “amigo de los ricos”, el hombre alejado de la realidad del francés común y corriente y de sus problemas. Hasta su matrimonio y las apuestas porque dejaría a su esposa por alguien más joven, o para “salir del closet”, dejaron de ser novedad.
Las protestas de 2018 que hicieron famosos a los “chalecos amarillos” y que obligaron a Macron a echar atrás el aumento al precio de los combustibles fue un primer mensaje de rechazo que Le Pen supo captar muy bien. Consciente de que quizá había que tumbar, al menos de palabra, el ultra a la derecha que encabezaba, ella hizo suyo al Partido Nacional, y lo moderó.
Macron sigue siendo un tipo con suerte: en medio del escándalo por la inversión de su gobierno en consultoras, se atravesó la invasión de Rusia en Ucrania y, con la excanciller alemana Angela Merkel fuera de la jugada, fue al mandatario francés a quien le tocó bailar con la más fea: dialogar con su par ruso, Vladimir Putin.
Hasta ahora, nada se ha logrado en ese diálogo, pero Macron se anotó el punto que necesitaba: mostrarse como el nuevo líder de Europa, ese que puede unificar al bloque justo cuando líderes políticos se mostraban cansados de su discurso a favor de fortalecer a Europa y volverla más independiente, de Rusia, de Estados Unidos… Putin mostró que el francés tenía razón.
Pero Le Pen, y la ultraderecha, también han sabido entender los cambios de percepción entre los franceses, y se moderaron en consecuencia. Macron ganó el domingo, sí, pero ella obtuvo más de 40% de votos. Y de los que obtuvo el mandatario, una parte importante fueron de rechazo a Le Pen, no de aceptación a él, o a sus políticas.
Macron deberá jugar sus cartas con astucia, y con prudencia. Aunque no aspire ya a una reelección, corre el riesgo de pasar a la historia como el hombre que entregó el país a la derecha radical y fracturó Europa en el momento más peligroso.